Autor: Pepe Gutierrez Alvarez
Después de postularse como la única izquierda posible, el PSOE empieza ahora a pagar la factura por haber vendido y desactivado al pueblo de izquierdas.

Desde que el PSOE ganó por mayoría absoluta las elecciones generales de 1982, el PSOE ha ocupado el espacio de la izquierda de este país con pocas brechas. Ya se había erigido como el primer partido de la izquierda en las elecciones de junio de 1977, y desde entonces su ascenso llegó a parecer irresistible. Tanto fue así, que durante mucho tiempo se pudo postular como la única izquierda posible, ofreciéndose como “Casa Común” para todas las izquierdas. Allá por la mitad de los noventa, Felipe González declaró que podían morir de éxito, algo que actualmente puede sonar a sorna. En esta época, comenzaron las primeras muestras de agotamiento. Por la izquierda no pudo ser. La hipótesis del “sorpasso” por parte de la IU de Julio Anguita, fracasó. En parte porque dicha hipótesis no contaba que en IU, ICEV, y Comisiones, el “aparato” estaba de hecho más cerca de Felipe que de IU. Pero sobre todo porque  la calle seguía desarticulada, y la gente tragaba los sapos del expolio neoliberal barruntando malhumor, pero sin una conciencia política. Si pudo ser por la derecha, y gracias al las felices nupcias entre en neofranquismo y el neoliberal,  una pareja feliz que había logrado sus propósitos de aparecer como una derecha “civilizada” al tiempo que culminaba un proceso de hegemonía…

¿Qué fue lo que permitió que el PSOE capitalizara la mayor parte del capital político del antifranquismo? A mi juicio, fueron varios los factores que lo hicieron posible. El PSOE  de Felipe y Alfonso aparecían como el partido de la juventud contestarais pero bien educada. Se había apoderado de las siglas del partido histórico de la clase obrera, arrumbando lo que quedaba de una vieja guardia sin apenas asideros en el interior. Lo hizo además con el marchamo, y los apoyos financieros de la socialdemocracia europea. Lo hicieron  aprovechando la puerta abierta que le ofrecían los reformistas del régimen que estaban dispuestos de permitir su legalización como una maniobra para desplazar al PCE, al que solamente estaban dispuestos a legalizar en una fase ulterior. Sin embargo, esta carta no les perjudicó, sobre todo porque por entonces su carta era levantar la bandera de la izquierda (en el primer mitin legal, Felipe saluda a los compañeros anarquistas, comunistas, trotskistas, etc.)

En teoría, la suya era la bandera de Olf Palme, el socialista que había permitido las sesiones del Tribunal Russell en Estocolmo y que repartía octavillas contra el franquismo por las calle. No obstante, en realidad, quien estaba detrás era la socialdemocracia alemana. Era un PSOE que hablaba y evocaba la figura de Rosa Luxemburgo, pero el soporte financiero lo tenían de la Fundación (Friedrich) Ebert, precisamente el jefe del gobierno socialdemócrata que en 1918 optaron por reprimir a los espartakistas. Era una época en la que se declaraban “marxistas”, y cuando le llamaban socialdemócratas, decía que no, que ello eran socialistas.

Obviamente, este despliegue también fue fruto de las contradicciones y limitaciones del antifranquismo. En primer lugar del PCE-PSUC  que, en su fase de apogeo eurocomunista, se pensaba que aquí pasaría al igual que en Italia, y que el PSOE sería un partido subalterno. En realidad, aunque se pareciera,  no se trataba de la misma historia. Aquí el PSOE como un referente histórico y europeo, pero impoluto, algo que no sucedía con Carrillo y demás. Por abajo, el PCE-PSUC habían organizado la mayor parte de los movimientos, comenzando por comisiones Obreras, pero por arriba funcionaba como una monarquía, y algunos su principal dirigente tenía un armario lleno de cadáveres; por otro lado, la Europa social tenían entre la gente mucho más prestigio que los “países socialistas”.  El PCE-PSUC además, cargaron sobre sus hombros todos los grandes pactos con los que la derecha pudo cambiarlo todo sin tocar lo más fundamental; claro que se la pasaron muchas cosas, pero la principal clave del 23-F fue la de dejar las cosas “como tenían que ser”, incluyendo las renuncias del PSOE a todo lo que había pregonado hasta entonces.

Sin embargo, esta derechización no encontró respuesta, antes al contrario. Durante la campaña contra la OTAN llego a parecer que era posible una nueva resistencia, pero el miedo al golpe –insinuado claramente por el mismo Felipe-, acabó truncando el movimiento. Dado el nuevo marco de iniciativa neoliberal, la mayoría creyó que lo mejor era replegarse a la vida privada, y como solía ocurrir después de cada derrota, una franja de la militancia desvió su trayecto hacia las instituciones.

Una vez consolidado el proyecto bipartidista,  el PSOE se convirtió en el partido de la única izquierda que podía gobernar. No tardó en convertirse en una empresa con buenos argumentos. Aparte de ser la única izquierda posible, se vendía también como la izquierda que ahuyentaba los demonios de la guerra civil, y por lo tanto, del ruido de sables que tanto pánico social había causado entre la gente, incluyendo la militante (para ilustrar este dato no hay más que recordar escenas del 23-F con gente quemaban el carné, enterrando papeles comprometedores o buscando pasaporte para cruzar la frontera más próxima).  Ofrecía igualmente la promesa de una gestión socialdemócrata marca europea frente a las utopías intransitable en un país ocupado por un derecha tan montaraz. De esta manera, sobre el pequeño río de 1975, fueron desembocando afluentes. Señalo unos cuantos: a) mucha gente con estudios que había hecho el antifranquismo desde la barrera de los “simpatizantes”, gente preparada para la que la idea de gobernar, estos fueron multitud en las administraciones, decían que ayer tocaron las botas de la lucha, pero que ahora se tenía que llevar zapatos para negociar; b) el personal de los diversos partidos disidentes que se habían creado en los últimos tiempos aquí y allá, sobre todo en las nacionalidades históricas, y a los que habría que añadir los “tiernistas”, un acuerdo que llevó a Tierno Galván a la alcaldía de Madrid; c) los náufragos de maoísmo, muy especialmente  los cuadros de la ORT, pero  aunque fuese en diversos grados, d) buena parte de los cuadros e intelectuales del PCE-PSUC, que sentían –y así lo expresó Carrillo en un texto-, la injusticia de haber protagonizado la lucha por la libertad, y que luego no habían sido premiados por ello…

Todo esto transcurre en una fase histórica regresiva, la misma que acabará con la descomposición del “socialismo real”, y con el apogeo de la llamada “revolución conservadora”.  Aquí, Franco había muerto en la cama o sea con los aparatos represivos intactos. A la mayoría pues le pareció aceptable una monarquía que permitía las libertades y las mejoras sociales logradas.  Pocos sabían era que ese camino se estaba agotando, y que al final del trayecto todo ha quedado claro. Las mejoras sociales se han ido perdiendo mientras que las libertades (“radicales” en el ámbito de las costumbres),  han sido  progresivamente cercenadas; no por ningún “Estado de Excepción”, sino por las componendas propias del bipartidismo. El bipartidismo ha sido un camino  que, a la larga,  la derecha ha podido recuperar y reforzar su hegemonía, mientras que el PSOE  ha acabado divorciado de su base social, esa base social que intentan recuperar arguyendo que la derecha es peor. De ahí que, por infame que esté resultando la derecha, el PSOE sigue bajando en las encuestas.  Su discurso se ha agotado. El “pesebre” se ha ido reduciendo. Ahora el alcalde socialista de mi localidad no solamente no colocará a mi cuñada sino que lo más probable es que, me despida a mí.

Su capacidad de recuperación no parece probable, y la tentativa de desempolvar el viejo discurso “socialista”, ya no convence a nadie, suena a cinismo. Lo va a intentar, nos lo queda otro remedio.  Pero ya no tienen los pañales limpios de la segunda mitad de los setenta, ahora huelen  que apestan, y de una manera u otra, los problemas le van a crecer por todas partes. De momento, no es moco de pavo que nadie reconocible del 15M, haya ostentado el puño con la rosa, tampoco aparecen los “creadores de opinión” de antaño, aquellos que entre el franquismo y el desvarío revolucionario, prometían socialdemocracia. Cierto que, de momento no se vislumbra una alternativa que plantea lo que hace falta, una enmienda a la totalidad. Pero eso es, liza y llanamente, cuestión de trabajo y de tiempo.