Autor: Enrique G. Gallegos*
1. El legado histórico. Quienes critican y promueven la persecución de la piratería y las libres descargas de obras culturales de Internet, argumentan violación de los derechos patrimoniales; parten del supuesto que una obra cultural se produce a partir de un vacío histórico, como si primero hubiera nada y luego surgiera algo. Nada más falaz: todo producto cultural tiene sus antecedentes y gracias a éstos genera parte de sus mejores impulsos.
2. Apertura al futuro. Los seres humanos están proyectados al futuro. Como han explorado las principales filosofías del siglo XX, uno de los rasgos singulares del hombre es la posibilidad de pensar e imaginar el futuro. Los productos de la cultura son los mejores medios para pensar y proyectar la sociedad, la política, el amor, la esperanza, las necesidades, los fracasos… Una canción, un poema, un ensayo, pueden desencadenar mundos imaginarios con un potencial transformativo. Privar de esto a la humanidad con el argumento del daño patrimonial es mutilar la naturaleza temporal del hombre.
3. Reconocimiento del presente. Las obras culturales generan momentos de reflexión, crítica y placer; pueden desencadenar acciones de compromiso, de solidaridad y de indignación frente a las injusticias. Si toda obra cultural se adscribe de alguna manera a una tradición histórica y si los productos culturales son necesarios para imaginar otros mundos posibles y nos abren el futuro, no menos cierto es que también posibilitan reconocer nuestro presente al hacernos más sensibles a las ideas, sensaciones y emociones de los otros. Sin cultura no hay presente ni presencia de los otros.
4. Divulgar el patrimonio cultural. Si la cultura es patrimonio de la humanidad, entonces se le debe difundir por todos los medios posibles. Pero no sólo difundir, sino también buscar que el mayor número de personas acceda efectivamente a ella. En un mundo potencialmente interconectado, Internet es el medio más adecuado para ello (a pesar de sus limitaciones). Por tanto, penalizar las descargas libres significa evitar su divulgación y restringir el acceso a aquellos grupos que no cuentan con suficientes recursos económicos.
5. Preservar el patrimonio cultural. Si aceptamos que las obras culturales son un legado de la humanidad, entonces es necesario hacer todas las acciones necesarias para preservarlos. Pero preservar la cultura no se reduce a guardar sus productos en museos, galerías o cajones incontaminados; significa, más bien, resguardarlo en la memoria colectiva y en el flujo de las constantes interpretaciones y apropiaciones. Dicho de otra manera, la genuina forma de preservar la cultura es permitir un acceso universal a los bienes culturales. Por ello, sostener que las copias y las descargas libres de libros, música, videos, etcétera, en internet son dañinas, resulta un argumento incompatible con la obligación de preservar el patrimonio cultural.
6. No son mercancías. Los productos culturales son manifestaciones materiales y espirituales del hombre, son concreciones de su historicidad; son, además, expresiones de emociones, ideas y proyecciones de otras vidas y otros mundos. Por ello, no pueden equipararse con mercancías ni insertarse en la lógica patrimonialista. El mercado podrá querer engañar tasando en tal precio un cuadro de Orozco o subastando un manuscrito de Baudelaire, pero jamás podrá aprehender su verdadero significado como obra cultural. Y no es que la cultura no sea valorable, sino que sus criterios de estimación no obedecen a las reglas del mercado, sino a las de lo imponderable e ilimitado.
7. La desproporción en los precios. Suponiendo que se acepte la posibilidad de que los intermediarios cobren por los servicios que prestan, el valor de un libro, disco o película nunca debería exceder el jornal de un día de salario de un obrero o empleado. Pero esta elección sólo será una opción más dentro de la efectiva posibilidad de que las personas opten por descargar o copiar libremente el bien cultural. La decisión final de a cuál medio acudir debe ser una resolución soberana de la persona interesada en la cultura.
8. El principio del mayor beneficio. Aun cuando las copias y descargas libres en Internet pudieran generar un daño patrimonial a terceros, el beneficio cultural que se obtiene con ello siempre será mayor en la medida en que se cumple con intensidad con el principio de fomentar, divulgar y acceder al patrimonio cultural de la humanidad. Pensar de otra forma es privilegiar a los pocos por encima de los muchos.
9. Los verdaderos males son otros. El homicidio, la trata de mujeres, el tráfico de niños, la pobreza y la miseria son los verdaderos males que aquejan a la humanidad. Según la ONU, en 2010 hubo 468 mil homicidios en el mundo; se estima que 3 mil 500 millones de personas viven en la pobreza; en su informe de 2009 la ONU localizó más de 2 mil 400 víctimas de la trata de personas secuestradas como esclavas sexuales; en algunas zonas de África 30 por ciento de los niños sufre desnutrición aguda y seis personas (entre niños y adultos) mueren de hambre al día. Por ello, resulta un discurso tramposo y encubridor pretender que la libre descarga de bienes culturales es un mal.
10. Contra el intermediario-comerciante. La cultura no necesita de intermediarios que reducen los bienes culturales a mercancías. La cultura es demasiado importante para dejarla en manos de los comerciantes que equiparan simplistamente los bienes culturales con los gansitos. Un intermediario de esta naturaleza nunca comprenderá la diferencia entre una obra de arte y un rastrillo desechable. Lo que el mundo necesita es mayor apoyo de los gobiernos de todos los países para los artistas, creadores y poetas, así como instaurar las condiciones para la absoluta libertad en la movilidad de los bienes culturales.
*Poeta y filósofo. Actualmente es investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana-C.