Desde la norteña ciudad de Alejandría hasta la sureña Aswán, pero con un epicentro cargado de simbolismo en la emblemática plaza Tahrir de El Cairo, los inconformes con el veredicto reclamaron sin ambages la pena de muerte para Mubarak y su exministro del Interior Habib El-Adli.
«La victoria de Dios está cerca», dijo a Prensa Latina en Tahrir una mujer que entre sollozos recordaba a su hijo muerto durante los 18 días de alzamiento popular en ese mismo escenario que llevaron a la renuncia de Mubarak, el 11 de febrero de 2011.
Otra señora vestida de riguroso negro llorada sin consuelo e invocaba a Alah mirando al cielo, mientras gritaba que sus dos hijos merecían justicia y «Mubarak y Tantawi (jefe de la Junta Militar gobernante) tenían que ser ahorcados por todos sus crímenes».
«Discúlpennos mártires (como llaman a los caídos durante las revueltas antigubernamentales), el pueblo sigue siendo esclavizado», se leía en una pancarta alzada en brazos por jóvenes que coreaban frases de repulsa al que valoraron de «veredicto injusto».
Haciendo uso del argot popular egipcio, un manifestante en Tahrir elaboró un cartel en el que clavó cinco calabacines y escribió una frase alusiva a la componenda de la justicia para absolver a los demás procesados por asesinato, intento de asesinato y corrupción.
«Aviso urgente, no habrá calabacines en los mercados debido a su importancia en los tribunales. Dios es quien apoya y quien ayuda», rezaba en la valla que impugnaba el fallo de la corte penal cairota.
Deaa, un estudiante universitario, rompió a llorar a la vez que se preguntaba «cuándo tendremos justicia en este país», y cuestionaba la honestidad del candidato presidencial islamista Mohamed Morsy, a quien recriminó tratar de capitalizar a su favor el malestar popular.