Niccoló Aldobrandini
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Su Santidad, los documentos secretos de Benedicto XVI (Ed. Chiarelettere, Roma, mayo 2012), el último libro del periodista Gianluigi Nuzzi publicado el pasado fin de semana ha remecido de tal manera el Palacio Apostólico (y sus habitantes) que en un comunicado oficial la Santa Sede informó que recurrirá a los tribunales, “incluso internacionales” —en referencia a los italianos— por el “robo, receptación y uso comercial de documentos privados, conseguidos en forma ilegítima ”.

“La nueva publicación de documentos de la Santa Sede y de documentos privados del archivo papal ya no se presenta como una discutible —y objetivamente difamatoria— iniciativa periodística, sino que asume claramente los connotados de un acto criminal”, agrega el comunicado. “Los derechos personales de reserva y libertad de correspondencia no solo el Santo Padre, sino también numerosos colaboradores y quiénes le han enviado los mensajes han sido violados”.

El libro contiene un gran número de cartas reservadas dirigidas Conviene recordar que el papa cumplió el pasado abril 85 años y ya desde hace 7 guía la Iglesia católica del mundo, en un período que no se ha caracterizado precisamente por la santidad de sus pastores —léase escándalos de pedofilia y administraciones más bien “alegres” de los fondos eclesiásticos.

Uno de los documentos más espinudos es la carta enviada al papa por Giampiero Gloder, un sacerdote del norte de Italia, en la que le “sugiere” no hablar del “caso Orlandi” para no dar la impresión a la opinión pública de que el Vaticano “sabía y no habló”.

¿Y que era lo que el Vaticano podía saber y no dijo? Para tratar de explicar esta historia hay que remontarse al año 1983. Ese día la joven Emanuela Orlandi, de 15 años, fue a sus clases de música. Salió del Instituto, pero nunca volvió a su casa: desde ese momento se perdieron sus huellas, hasta el día de hoy. La escuela estaba en pleno centro de Roma, a no más de dos kilómetros del Vaticano, donde la joven vivía con su familia, ya que el padre trabajaba en la Santa Sede.

Las investigaciones no condujeron a nada, pero a principios de la década de los 90, las declaraciones de Sabrina Minardi, durante 10 años amante de Enrico De Pedis, el jefe de la delincuencia romana, grupo conocido como Banda de la Magliana (la Magliana es un barrio muy popular al sur de Roma) quien fuera asesinado en el centro de Roma en febrero de 1990 abrieron un capítulo inquietante de la historia: para esclarecer el rapto de la joven Orlando había que escarbar en las relaciones entre el Vaticano y la Banda de la Magliana y averiguar por qué De Pedis había sido sepultado nada menos que en la Basílica de San Apollinare (de propiedad del Opus Dei) que, casualmente, queda muy cerca de la escuela de música de Emanuela.

Y aquí se entra en una secuela interminable de misterios que se relacionan con fondos bastante oscuros del Banco del Vaticano, que produjeron el “destierro” del en ese entonces poderosísimo monseñor Paul Marcinkus, cuyo nombre estaba vinculado a situaciones tan poco edificantes como la muerte del papa Juan Pablo I y el “suicidio inducido” del banquero Roberto Calvi, encontrado muerto colgado en el puente de los “Frailes Negros” (macabra coincidencia) sobre el río Támesis.

Para evitar que fuera procesado por la justicia italiana Marcinkus, uno de los hombres más poderosos del Vaticano” se retiró a “vida de meditación” en una pequeña iglesia de las Montañas Rocosas, en su natal Arizona, Estados Unidos.

Esta semana el ex prior de la Basílica San Apollinare Monseñor Pietro Vergari, recibió una notificación de apertura de sumario en la fiscalía de Roma por complicidad en el secuestro de Emanuela Orlandi. Por otra parte, a quién le preguntaba por qué en su momento aceptó enterrar en ese lugar sagrado a un mafioso reconocido, contestaba seráficamente: “era un benefactor, me ayudaba con los pobres”.

En este contexto se enmarca la gravedad de las “sugerencias” del padre Gloder al papa: no referirse por ningún motivo al caso Orlandi.

A juicio de algunos expertos, la fuga de documentos reservados se enmarca en el trabajo “lento, pero seguro” de Benedicto XVI para tratar de eliminar las manzanas podridas de la Curia. En ese sentido, escribe Marco Tossati, vaticanista del diario “La Stampa” refiriéndose al papa: “Toca sensibilidades, amistades, vínculos, amor proprio; o frustra esperanzas y ambiciones, probablemente legítimas, pero que tendrían que dejar paso a sentimientos muy diferentes y de alto valor. Probablemente es por esto que asistimos a la fuga de documentos. Que, desgraciadamente no parecen llegar sino de oficinas muy cercanas al departamento del Pontífice”.

“Mientras tanto, en el escritorio de Benedicto XVI la suciedad de la Iglesia se acumula”, escribe Marco Politi en el diario “Il Fatto Quotidiano”. “La pregunta es por qué no reacciona, como buen alemán, obligando a una limpieza, a un cambio que parece que nunca llegará”. Probablemente por lo que se señalaba al comienzo: porque ya se respira un aire de fin de pontificado, aunque es evidente que estos misterios vaticanos forman parte de las eternas interrogantes que minan la imagen de la iglesia católica, opacando la gran labor de solidaridad y compromiso que llevan a cabo fieles y sacerdotes, religiosas y obispos en todo el mundo.