Tirando de hemeroteca o de videoteca, y repasando las intervenciones públicas de todos los dirigentes políticos y económicos de los dos partidos principales en los últimos años, podemos comprobar el nivel de grotesca ridiculez a que han llegado. Y ahora la parte de esa troupe que nos gobierna está alcanzando las más altas cotas de la bufonada. Es más, si el político, en la consideración de quienes no profesamos ninguna ideología al uso, siempre ha sido un mero charlatán de feria, sus declaraciones y comparecencias públicas a lo largo de ese tiempo, y no sólo su gestión, ponen en evidencia su estulticia. Sólo manejan verborrea, pretenciosidad y palabras huecas.
Y son así no tanto por haber errado sistemáticamente en su gestión y sus vaticinios cuando se estaba incubando la catástrofe, ni tampoco por su absoluta falta de previsión y de anticipación (previsión y anticipación son las virtudes de los buenos estrategas, de los buenos guerreros y de los estadistas que ya no existen). No. Sino por la estúpida rotundidad con la que se expresaron a grito pelado en sus mítines, y la rancia prosopopeya empleada en las solemnidades del Congreso y ruedas de prensa. Ignoraban, e ignoran, por su escasa inteligencia o sobra de malicia qué es y cómo es el mercado financiero, e imaginaron e imaginan, los muy necios, que su falta de prudencia y su pueril actitud serían capaces de esconder indefinidamente los problemas, el latrocinio y los abusos de banqueros y similares, luego descubiertos con escándalo cuando ya no había remedio. Y aún permiten indemnizaciones millonarias a los ejecutivos de los bancos responsables del desastre con dinero público recibido del Estado, hallándose el país al borde de la quiebra. No caben ya aquí ni más abusos, ni más payasos de la política y la economía.
Que todo eso es así y ha sido asi, lo prueban ellos mismos tanto cuando están en el gobierno como cuando están en la oposición. Todos se acusan de lo mismo: de falta de responsabilidad, de incompetencia y de mentir. Y todos tienen razón…
Diríase que en este país, ni un solo político de los que se han alternado en la gobernación a lo largo de los 34 años de democracia burlesca se libra del estigma del auténtico imbécil. Por acción o por omisión. Todos han representado un festival de aburrido circo y de chuscas bufonadas que nos harían reír a carcajadas si no fuera porque, por culpa de ellos, al menos un cuarto de la población vive en una situación dramática al carecer de empleo, de recursos y de esperanza.
Pero también se necesita ser imbécil, además de payaso, para creer que nos creemos que todos ellos están ahí para servir al pueblo en una maldita y falsa democracia infectada además por una impresentable y ruinosa monarquía…