El capital, como modo de producción triunfante en el curso de la historia, represento en sus primeros inicios, la muestra más elevada de evolución de la especie humana, he allí un rasgo que lo coloca en un primer momento, como innovador y revolucionario, pues absolutamente todas las relaciones sociales fueron hegemonizadas bajo esa nueva forma de producir.
Ahora bien, esto no niega que bajo ese nuevo mundo, surgieran también, nuevas formas de explotación, creando una nueva clase, un gran ejercito de pobres, cuya libertad radica en la venta de su sudor a cambio de un salario, es decir, lo que en otros niveles de la historia existió en el esclavismo, donde existían propietarios de esclavos y esclavos, en la sociedad moderna, la del capitalismo, surgieron los burgueses y los proletarios. Con el desarrollo pujante de esta sociedad necesaria para el capitalismo, se sofisticaron las relaciones de dominación y de subordinación, lo que antes fue la espada y la cruz, ahora sería el estado, la educación, la familia, la iglesia y sus medios masivos de información. Un nuevo sujeto arrodillado mentalmente acorde a las nuevas formas de poder, requería el capital para mantenerse, así se hiso necesario moldear la conducta de los seres, hacerlos indiferentes, apáticos, abocados al trabajo en serie y al consumo indiscriminado. Convencidos inducidamente, que solo sobresaliendo individualmente, podrán alcanzar el modelo de estatus y de éxito que ofrece el capital. Allí están, los hombres y mujeres, que viviendo en una gran jungla de cemento, se deben devorar entre si y que sobrevivan los más aptos. Sociedad de consumo, conjunto de transeúntes, fragmentados e individualizados, cuya conciencia esta mediada por la relaciones de mercado, oferta y demanda, oportunismo en su expresión más genuina.
Este orden mundial, ha invadido absolutamente toda la vida del ser humano, su espíritu, su esencia se basa en lo inmediato y lo desechable. Bajo este esquema, las grandes corporaciones multinacionales y sus campañas publicitarias han creado iconos sobre productos, haciendo que la sociedad no pueda vivir sin ellos. Cavamos nuestra propia tumba, bajo esta forma de vida impuesta y aceptada desde nuestro sentido común, solo queda la devastación total. Por ello, la revolución no es pretensión fastidiosa, es única salida. Es la única posibilidad cierta de construir una nueva sociedad de humanos, bajo la conciencia del deber social, la satisfacción por el deber cumplido y el estimulo espiritual, como relación cotidiana entre sí. Debemos superar la ideología del rentismo, con pedagogía del ejemplo y espíritu de vanguardia.
¡NO HAY PUEBLO VENCIDO!