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¿Qué puede mover a alguien con 74 años entre pecho y espalda a recorrer cerca de 8.000 kilómetros para ir a destrozarle la cabeza a un animal que vive su existencia como debe, en su mundo, y que jamás ha compartido la iniquidad del escopetero que le apunta con un arma de grueso calibre? ¿Qué clase de espurio placer anida en el corazón del que ha volado ocho horas en avión para arrancarle la vida de forma tan injusta?

Son algunas de las preguntas que se formulan millones de españoles tras la última genialidad de un jefe de Estado que, además, abandona su país en unas circunstancias algo chungas. Pero lo ha hecho y no es la primera vez que lo cogen con el carrito de los helados. El estropicio de la cadera ha puesto al descubierto, una vez más, esa demencial ansia por acabar con cualquier bicho viviente allá donde se halle.

Cuentas las crónicas periodísticas que eso ocurrió con Mitrofán, el oso manso, domesticado, de carácter alegre y tranquilo desde que fue encontrado por unos lugareños de Novienskoye (Rusia), perdido en el bosque cuando era tan solo un cachorro. Dicen también que, cuando Mitrofan creció y se iba a vagar por el interior de esas grandes masas forestales, volvía en busca del abrigo y la protección del hombre porque en soledad boscosa sentía frío y desamparo. La codicia y la corrupción de las autoridades locales, el obnubilado deseo por hacerse con el fajo de billetes del zar español y el compulsivo desapego de éste por las vidas ajenas condujeron al desdichado e inocente Mitrofán hasta el final de sus días en agosto de 2006. Pero sería un eufemismo intolerable expresarlo así. La realidad fue que, para que la heroica gesta borbónica fuese completa, a Mitrofán se le invitó antes de la cacería a una abundante ración de miel con vodka para que se estuviera quietecito mientras el plomo destrozaba su cuerpo. Estaba tan aturdido por el alcohol que solo bastó con un disparo. Tan fácil como el tiro de gracia a un moribundo.

Alguien, apenado por esta vergüenza escribió el siguiente epitafio: “Mitrofán, descansa en paz en el paraíso de los plantígrados, donde no existen reyes ni capitalistas”.

Algo muy perceptible que ha caracterizado el reinado del lesionado de Botsuana es el descarado peloteo de los medios de comunicación y de la mayoría de los partidos del sistema hacia su persona desde hace tres décadas. Esta adulación sin freno, quizás a la búsqueda de no sé qué, tiene colofones como el de ser nombrado presidente de honor de la Asociación para la Defensa de la Naturaleza (WWWF-Adena), cuyo símbolo es un oso panda gigante. Juzguen los lectores qué clase de bajunos pelotas ofrece la presidencia a alguien que, además de matar al pobre Mitrofán, estuvo en 2004 en una matanza de animales en Rumanía, donde fueron acribillados nueve osos jóvenes, una osa gestante y un lobo. Ahora, sonrojados en Adena, han decidido reaccionar ante el escándalo y plantean retirarle la presidencia honorífica. Sin duda, incluso temen por la integridad física del oso panda del emblema corporativo.

En Botsuana, cuando volvía a sus aposentos de cazador, de madrugada y después de haber estado con sus amigos, es posible que sintiera que el suelo se movía y por eso cayó y terminó de arruinar su cadera. Leí una vez a un naturalista que creía en esto: cuando se le arrebata la vida a un elefante, a un ser con esencias tan poderosas, la propia tierra gime al no sentir ya más sus recias pisadas, y ese gemido, tarde o temprano, alcanza al cazador y le provoca males que nunca olvidará porque siempre los padecerá.

De nuevo, el lesionado de Botsuana haciendo amigos por doquier. Es que es tan campechano

secret55@hotmail.es

Activista por la igualdad del ser humano (Alacant) España.