Autor: La Vanguardia
Los aviones robot, que ya son las principales armas de guerras como las de Iraq, Afganistán o Pakistán, son dirigidos a miles de kilómetros de los países en conflicto

Es un viaje de sólo 40 minutos desde las urbanizaciones valladas en el pulcro extrarradio del norte de Las Vegas hasta la base de las fuerzas aéreas de Creech en el desierto de Nevada. Los pilotos lo hacen a diario. Pueden desayunar con sus mujeres (maridos) e hijos. Quizás animar a los pequeños a portarse bien en el colegio y no dar puñetazos a nadie. Dar un beso rutinario a la pareja. Nada que ver con los besos angustiados de despedida –a veces, para siempre– de antes. De cuando iban a la guerra en cuerpo y no sólo en mente.

 

Desde la urbanización Waterfall (cascada) de chalets y césped, donde reside al menos uno de los pilotos, llegas al Highway 95 en diez minutos. Se abre la puerta metálica de la urbanización, conduces por calles agradables bordeadas de jóvenes palmeras y cerezos ya en flor, por donde el pasado sábado un vecino jubilado paseaba su perrito. Por delante del club de golf de Aliante, el Home Depot y la farmacia CVS. Luego es carretera rectísima por el desierto y con algún arbusto de enebro y las montañas oscuras y militarizadas de Yucca Montain en el horizonte.

Pero esta vida cotidiana del sueño suburbano de la América Media termina, de golpe, en cuanto los pilotos entran en el recinto vallado de bajos edificios grises y extrañas cúpulas bajas de la base Creech. Pronto se habrán puesto el uniforme Nomex y estarán sentados delante de una batería de 14 pantallas. Quizás ya tendrán en el punto de mira puesto a un hombrecillo que camina o corre, que ellos conocen como el bad guy, el tipo malo.

Estos no son pilotos cualesquiera sino los que controlan los 7.500 aviones robot (drones) de nombres macabros como Predator (depredador) y Reaper (segador), o Raven (cuervo) que ya son las principales armas de la guerra en Iraq, Afganistán, Pakistán y otros países en los que Estados Unidos libra guerras de baja intensidad. Se les llaman combat commuters, pilotos que «corren más riesgo de tener una accidente en la carretera de camino al trabajo que en el combate», dice Peter Singer del Brookings Institution en Washington.

Los aviones robot se emplean desde la guerra de Kosovo. Pero su uso ha crecido exponencialmente bajo la presidencia de Barack Obama conforme EE.UU. se retira de las grandes ocupaciones militares de los años Bush. Se pretende aumentar el número de pilotos a distancia desde unos 500 actualmente a más de 1.000; un piloto puede controlar hasta cuatro aviones. El Pentágono calcula que habrá más pilotos a distancia en el 2013 que de cazabombarderos F-16.

«Es una revolución aérea», dijo Chris Ames, director de desarrollo estratégico de General Atomic, la multinacional de armas que fabrica el Predator y el Reaper. «Estos aviones son attrition-tolerant (tolerantes con el desgaste de guerra)», añadió. «Un piloto jamás se expone al peligro; nos lo van a agradecer miles de mamás y papás». Otros miles en Afganistán y Pakistán no se lo agradecerán. Según los cálculos de Brookings, el 30% de las víctimas de los ataques con drone son civiles.

Algunos pilotos dicen que el trabajo de combat commuter, y los recorridos diarios desde las soleadas urbanizaciones de Las Vegas hasta las nieblas de la guerra genera conflictos interiores. «Hay una disonancia cognitiva; estás permanentemente en algún lugar intermedio entre la guerra y la paz», dijo Dave Lara , piloto de drone, que ahora estudia un doctorado en la Universidad de Georgetown, durante una conferencia sobre el impacto psicológico de la vida de los pilotos en Brookings Institution el mes pasado en Washington . «Van desde la guerra a los girl scouts», añadió al psicólogo militar Hernando Ortega. «A veces estoy en casa sentado en el sofá tomando un refrescante y pienso: ‘Ostras, pero si hace una hora estuve en guerra'», dijo el piloto capitán Adam Brockshus, que vive con su mujer e hijos en la urbanización Waterfall, en una entrevista con la revista Popular Science. «Hay una cuestión legitima aquí de si estos pilotos han convertido el extrarradio residencial de Las Vegas en un teatro de guerra», dijo Jim Haber, de Nevada Desert Experience, un grupo pacifista que protesta contra los drones.

Singer, que reflexiona en su libro Wired for war sobre las cuestiones éticas que plantea la era de teleguerras cree que la vida del combat commuter pasará factura psicológica y moral. «En la Segunda Guerra Mundial, el regreso a casa de los combatientes tardaba muchas semanas; tenían tiempo para descompresión (desahogo)», explicó. Lo necesitaban para «volver a ser humanos». Estos pilotos a distancia no tienen tiempo para «volver a ser humanos» antes de llegar a casa y ayudar a los hijos con los deberes.

El lenguaje de Creech, desde luego, delata una deshumanización sádica que, quizás podría llegar a asustar en las reuniones de vecinos de la urbanización Waterfall.

El primer disparo del misil Hellfire guiado por láser se llama squirter (chorro) porque dispersa a la gente. Luego, los drones acechan y vuelven a disparar contra quienes acuden a ayudar a las víctimas. El software diseñado para calcular la posibilidad de daños colaterales se conoce como Bug splat, por el nombre de un videojuego infantil en el que el ganador es quien aplasta a más bugs (bichos). Pese a esto, los pilotos dicen que no sienten complejo de culpa. «Somos como un ángel de la guarda», dijo un piloto entrevistado en un vídeo de propaganda del Pentágono.

En los pueblos de los alrededores de la base, sin embargo –donde se ven muchos carteles de apoyo al candidato republicano Ron Paul–, incluso los conservadores se muestran perplejos por la nueva guerra a distancia. «No es justo», dijo Ed Goedhart, ex congresista republicano residente de Ponderosa Farm, a 30 kilómetros de la base Creech. «Es una transformación de fantasía en realidad para pilotos jóvenes criados con videojuegos», añadió. Y, efectivamente, el Pentágono contrata los servicios del Instituto de Tecnologías Creativas de Los Ángeles para el entrenamiento militar mediante videojuegos. Conducir un drone «es como un juego de vídeo un poco sanguinario pero bastante cool», exclamó un piloto de drone en Qatar.

Mientras, las últimas tecnologías de vídeo juego se incorporan a las miles de máquinas tragaperras en Las Vegas, en Aliante Casino y Hotel, junto al club de golf de la urbanización Waterfall y en el casino de Indian Springs en la entrada de la base Creech. «Está prohibido pero a veces los pilotos juegan a las máquinas a la hora de comer; les ayuda a desconectar», dijo la camarera.