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Los denominados servicios de inteligencia de los respectivos gobiernos, conocidos en el pasado como servicios de espionaje y contraespionajes han ido cambiando con el paso de los tiempos.

Hasta el final de la Guerra Fría (1991) las actividades de espionaje en países extranjeros de las grandes potencias Rusia y EEUU, aunque de intereses antagónicos tenían los mismos métodos y objetivos, fundamentados en el complot para derrocar opositores y perpetuar gobiernos fieles a sus dictados.

En ese periodo, la naturaleza del espionaje se fundamentaba en que tanto la URSS como EEUU y sus aliados principales, Gran Bretaña e Israel, luchaban por alcanzar la hegemonía mundial y, ante la imposibilidad de conseguirla por la fuerza de las armas, la Guerra Fría consistía en la disputa por conquistar, en todo el mundo, áreas de influencia geopolítica respectivas a través de promover y apoyar regimenes afines; ello llevaría en determinados momentos de la Guerra Fría a EEUU a promover golpes de Estado en varios países de Latinoamérica y derrocar gobiernos legítimos como fue en 1973 en Chile, o el apoyo a la dictadura española de Franco. Por otra parte, la URSS conspiraba en los países del Este europeo para mantener su hegemonía, tutelaba los regímenes de los repúblicas soviéticas asiáticas y, en general, casi todas las regiones del mundo estaban envueltas permanentemente en la trama de complots en la sombra.

Los medios utilizados, según los casos, se basaban en la infiltración en los poderes militares y en distintas instancias fácticas de los diferentes Estados, o en las organizaciones opositoras, siendo, en muchos casos, las propias embajadas por su inmunidad diplomática las que servían de centro de coordinación de las actividades de espionaje.

Con la desaparición de la URSS y el final de la Guerra Fría (1991), la actividad del espionaje cambió sustancialmente. Rusia ya no tenía capacidad de aspirar a la hegemonía mundial, ni tampoco la pretendía tras abandonar el modelo soviético de revolución mundial; por el contrario, EEUU si bien ya no tenía un rival global, sus aspiraciones de seguir pretendiendo la hegemonía mundial han continuado.

La redimensión del espionaje de EEUU se artículo después de los atentados del 11S del 2001. EEUU proyectó la lucha contra el terrorismo como un enemigo global, y ello, lo utilizó como fundamento ideológico para promover la invasión de Afganistán e Irak. La manipulación informativa, cobró una nueva dimensión en la actividad de los servicios de inteligencia. En el caso de Afganistán se fundamentó en que era el refugio del terrorista más buscado Osama Bin Laden por su responsabilidad en los atentados del 11S; una década después se comprobaría que este terrorista vivía en un amplío complejo urbano en Pakistán, país que sirvió como plataforma de invasión de Afganistán bajo el mandato del golpista Musarraf, actualmente residente en el Reino Unido. En el caso de Irak, el pretexto informativo para la invasión de Irak se fundamentó en que Sadam Husein era un dictador que poseía armas de destrucción masiva, cuestión que a la postre se comprobó que no existían tales armas y que tal acusación había sido un montaje propagandístico de la CIA, y resulta paradójico que Musarraf un dictador aupado por un golpe de Estado al poder en Pakistán que si disponía de armas nucleares de destrucción masiva no se le considerase proscrito a los ojos de Occidente sino un valioso aliado.

La comparación de los hechos con los contenidos propagandísticos del momento, mostró como los servicios de inteligencia pasaron a controlar el espacio de los grandes medios de comunicación occidentales, tal vez, la opinión de políticos conservadores de EEUU de que la guerra de Vietnam se había perdido en la retaguardia por el horror que causaba la guerra, fuera uno de los motivos que llevó a los servicios de inteligencia al control de los grandes medios con el fin de homogeneizar en un discurso único a la población occidental en la legitimación de las intromisiones de EEUU en los países que no se subordinaban a su tutela. El discurso utilizado para ello se fundamentaba en el subterfugio de la defensa de los derechos humanos, cuando se ha demostrado en las prolongadas guerras de Afganistán e Irak que las guerras de invasión son la peor de las dictaduras y donde más se vulneran los derechos humanos reflejado en los miles de muertos civiles y la destrucción a la que han sido sometidos esos países. En el caso de Afganistán la propaganda militar se convierte en cinismo cuando la cruenta ocupación de ese país lleva más de diez años llamándose, libertad duradera.

La justificación del complot y de la guerra en terceros países como método justiciero de Occidente -defendido por los grandes medios de comunicación, como fue en el caso de Libia los bombardeos sistemáticos de la OTAN y el aplauso de algunos autodenominados intelectuales progresistas del linchamiento público del Gadafi-, frente a los principios expresados en la carta fundacional de la ONU de respetar la soberanía de las naciones y los cambios en las mismas sin intromisiones foráneas, ha ido degradando moralmente a estos medios de comunicación y los ha convertido en medios mercenarios de los servicios de inteligencia que promueven las aspiraciones hegemónicas de EEUU, Israel y la OTAN.

En esta nueva situación mundial los servicios de inteligencia del mundo se pueden dividir en dos categorías, por una parte, los de los países que no pretenden la hegemonía mundial, que se traduce en que los servicios de inteligencia sirven para la defensa exclusiva de la nación, pero no se orientan a inmiscuirse en asuntos de otros países sino tienen que ver con la defensa exclusiva de la propia nación, y por otra parte, están los servicios patrocinados por la OTAN, EEUU e Israel dirigidos a subvertir mediante complots y propaganda los regímenes de los países que no se subordinan a sus intereses.

Ambos modelos de espionaje precisan a su vez de presupuestos diferentes, mientras que los dedicados en los países que no aspiran a la hegemonía mundial son modestos, el mayor presupuesto del mundo destinado a los servicios de inteligencia es el de EEUU que destina a la CIA unos 70.000 millones de dólares anuales, un 10% del presupuesto militar de EEUU, que en cifras absolutas supera el 45% de todos los gastos militares en el mundo.

Esta nueva situación política mundial ha llevado también en los países de la OTAN a cambiar las tapaderas y puntos estratégicos donde actúan los servicios de inteligencia, haciéndolo taimadamente, en muchos casos, bajo el manto de reporteros y ONGs humanitarias, aprovechando el prestigio de las que sin duda alguna actúan de buena fe.

Estas tapaderas sirven como puntos de información, utilizados luego como fuentes fiables de los medios de comunicación. No es por ello sorprendente, por mucho que políticos y medios Occidentales se rasguen las vestiduras, que el portavoz oficial de la cancillería rusa, Alexander Lukashevich, acuse a el llamado Observatorio de Derechos Humanos sobre Siria, al cual se remite gran parte de la prensa occidental, de falta de veracidad en la información ofrecida por esa Institución, que según ese portavoz, cuenta solamente con dos funcionarios, R. Abdurajman y una secretaria-traductora, cuando Abdurajman ni siquiera es periodista, vive en Londres y se considera súbdito de la corona británica. Ni tampoco se puede pasar por alto que, de no mediar serías sospechas de intromisión en los asuntos internos de Egipto, las autoridades judiciales de El Cairo hayan iniciado un proceso contra 43 miembros de diversas ONG, entre los que se encuentran 19 ciudadanos estadounidenses, así como el director de la oficina en El Cairo de la fundación alemana Konrad Adenauer, Andreas Jacobs, y una de sus colaboradoras, acusados de trabajar sin licencia en Egipto o de apoyar financieramente a determinados partidos. Estando previsto el juicio para el 26 de abril.

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