¿De qué tamaño es nuestro rezago comunicacional?
Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Universidad de la Filosofía

Al considerar que aun no tenemos soberanía de agendas, es decir que no logramos dar lugar predominante a nuestros temas primordiales; al considerar que, en materia de tecnologías para la comunicación y la información, somos compradores dependientes y transferimos millonada anualmente para adquirir sus “máquinas; al considerar que en materia jurídica, pese a los avances relativos en algunos países, prima la anarquía, los vacíos legales, la impunidad y la falta de instituciones de gestión, control y defensa efectivos; al considerar que somos aun muy vulnerables políticamente debido a los efectos perniciosos de las guerras psicológicas con que nos atacan, permanentemente, las oligarquías; y al considerar, por último, que ni en materia de enseñanza ni en materia de investigación ni en materia de creatividad hemos dado el salto de calidad y de cantidad que nos demanda la realidad… no es mucho decir que nuestro atraso en materia de comunicación (que ya el Informe MacBride de 1980 denunciaba), paradójicamente en un mundo de muchos “avances” al respecto, es de, por lo menos, 70 años.

Más paradójico es nuestro rezago si contrastamos nuestras fuerzas y nuestras necesidades comunicacionales y sacamos cuentas sobre la cantidad de oportunidades que hemos desperdiciado. En primer lugar somos la mayoría, la inmensa mayoría. Los pueblos, hartos de manipulación mediática, que han sido víctimas de todo tipo de atrocidades, golpes de estado y magnicidios perpetrados también con armas de guerra ideológica burguesa, son una mayoría abrumadora ansiosa de emanciparse del cáncer mediático oligarca. En segundo lugar contamos con, al menos, cuatro generaciones de trabajadores de la comunicación que, en disciplinas diversas, han ganado experiencia y talento como para soportar el peso de una gran Revolución Comunicacional Emancipadora… pero nos falta el programa de unidad. En tercer lugar contamos con un clima creciente de claridad política que nos permite identificar, como nunca antes en el escenario de la lucha de clases, el peligro enorme que representa quedarnos desarticulados frente a la amenaza desbordada que el capitalismo significa en plena crisis depredadora y con sus usinas mediáticas activadas día y noche.

Hoy hay voluntad expresa, aunque inconclusa, de algunos gobiernos latinoamericanos dispuestos a dar paso en la emancipación de la Comunicación entendida como un bien colectivo indispensable para fortalecer el conjunto de las relaciones sociales en todas sus dimensiones y garantizar el desarrollo de la democracia, de la paz y del bienestar de la clase trabajadora. Y no sólo hay voluntad expresa, hay recursos humanos, tecnológicos, económicos, políticos y culturales suficientes para garantizar una Revolución Comunicacional Emancipadora… y sin embargo los mejores logros de los pueblos revolucionarios parecen quedar invisibilizados consuetudinariamente porque, con frecuencia, no sabemos cómo hacerlos visibles, cómo convertirlos en fuerza simbólica ascendente. Y el tiempo corre.

Algunos líderes desesperan en sincronía con la desesperación de los pueblos. Pero la desesperación, pos sí sola, nada resuelve. Es preciso poner manos a la obra con decisiones que superen la “buena voluntad” o las “intuiciones geniales”. Se requiere, entre mil cosas, un programa internacionalista que, de una vez por todas, establezca el rezago comunicacional latinoamericano como un problema de seguridad nacional y continental. Se requiere un programa científico capaz de incidir, por ejemplo, en las necesidades tecnologías específicas con un modelo de planificación que permita crecer, en los contenidos como en la infraestructura, sin pagar las sumas que se pagan por operar anárquicamente en el rubro compras, en el rubro capacitación, en el rubro legislación para obtener los resultados magros que hemos tenido.

Ahora mismo la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) ha abierto una oportunidad más para meter mano a raíz contra todos los rezagos comunicacionales que nos aquejan, nos debilitan y nos ponen en peligros ascendentes. No deberíamos desaprovecharla. Los niños latinoamericanos (y ninguno en todo el mundo) merecen la agresión psicológica reinante de la oligarquía mediática y su consumismo depredador. No merecen esos niños nuestra inmovilidad, que se vuelve cómplice, según se va el tiempo, como tampoco se merece ningún poblador de Nuestra América el baño monstruoso de mentiras, persecuciones, criminalizaciones y delitos absolutamente impunes que perpetran diariamente los monopolios mediáticos burgueses. No merecemos la hemorragia de dinero perpetrada obscenamente, y que desfila ante nuestras narices, para financiar farándulas, operaciones “informativas”, campañas publicitarias… y por colmo campañas políticas. No merecemos la mediocridad, la vulgaridad, la petulancia, la humillación, el sexismo, el racismo… que minuto a minuto destila, en sus medios de guerra psicológica, la ideología de la clase dominante. Y mucho menos merecemos la complacencia, la complicidad, el reformismo, el burocratismo, la dilación y en suma la impotencia de nuestras fuerzas para crecer y dar la gran batalla de las ideas, la gran batalla comunicacional, la gran batalla socialista llamada a saldar cuentas frente a uno de los rezagos más intolerables e inefables: El rezago comunicacional.