Es cierto que todos decimos muchas cosas, pero las que dicen algunos trascienden. Y a veces hasta logran ser trascendentes, incluido su desacierto.
Para el dicharachero político italiano Gianni Ruffolo, “el capitalismo tiene los siglos contados”. ¿Los siglos? También podría haber dicho los milenios. Su presuntuoso sarcasmo puede correr el mismo destino que aquella desmesurada profecía del “fin de la historia”, de Francis Fukuyama. Otra cosa es cierta: que hay individuos más inteligentes que otros y a veces consiguen demostrarlo. Por ejemplo, el escritor español Arturo Pérez-Reverte. Consagradas novelas aparte, acaba de plantear su teoría acerca del reciente naufragio del crucero italiano: “Con el auge de las comunicaciones fáciles vía Internet y telefonía móvil, la responsabilidad de un marino se diluye en aspectos ajenos al mar y sus problemas inmediatos… En vez de ocuparse del salvamento de pasajeros y tripulantes, el capitán del “Costa Concordia” estuvo con el móvil pegado a la oreja, pidiendo instrucciones a su empresa. Mi conclusión es que el capitán Schettino no ejercía el mando de su barco aquella noche. Cuando llamó a su armador dejó de ser un capitán y se convirtió en un pobre hombre que pedía instrucciones…”. Lo que dice Pérez-Reverte es que capitanes eran los de antes, que sólo disponían de una luz de bengala y un largavista.
También Santiago Kovadloff es escritor, pero argentino. Esta vez se puso toda la democracia encima y la derramó en su crónica en La Nación del día miércoles. Allí trazó una descripción del secretario de Comercio. Se dedicó a él como si se tratara de Atila y escribió: “Guillermo Moreno, ese funcionario a salvo de toda mesura, expresa proverbialmente una concepción del poder que haría las delicias del rey Herodes y que, en su ausencia, satisface las aspiraciones principescas de otros mandatarios no menos sedientos de espejos que multipliquen su imagen. La omnipotencia vivida como derecho no conoce otro procedimiento para imponerse que el atropello, ni otro lenguaje para darse a conocer que el de la camorra y el chantaje”.
Leer a Kovaloff da miedo. Cita a Herodes, nada menos. Y en otro párrafo se exalta a estos extremos: “¿Cuándo despertarán de su apatía cívica los que sólo parecen reaccionar si cesa el tañido de las monedas en sus bolsillos?”. Pensar que tanta gente se afana con moneditas para obtener su Sube. Y ya lanzado en brazos de Orfeo, gime: “¿Qué democracia es ésta en la que vivimos?”. Sí, qué democracia. Él mismo se da la respuesta al practicarla en su nota con tanto albedrío. Lo que no es cierto es que a la izquierda del kirchnerismo no haya nada. Como tampoco es cierto que se diga eso como si nada. Porque a la izquierda del kirchnerismo hay de todo, como lo prueban los tantos protagonistas que se afanan para no ser excluidos de ese lado tan amplio. Se van corriendo más a la izquierda a medida que la izquierda presiona por más lugar y ellos se alejan más a la izquierda por no dejar compartir sus antiguas parcelas. Son como los veraneantes, que si ponés la sombrilla cerca del mar te clavan la de ellos delante y te tapan la vista de las olas; y si te sentás en una buena ubicación en la sala de cine vacía, en lugar de ubicarse en alguno de los tantos lugares disponibles, se sientan justo en la butaca que jode tu mirada.
Decir que es un error afirmar que a la izquierda del kirchnerismo no hay nada es inventar un pensamiento para conseguir que encaje con nuestra réplica. Claro que algo más hay y va a haber siempre. ¿Cómo no va a haber algo si aún la nada es algo porque si no sería nada? También hay otros líquidos aparte del agua; aunque el agua es el agua, y en trance de tener que elegir el sediento no duda.
No quisiera concluir en la exageración de que el kirchnerismo es el agua, elemento primario y vital; pero lo que sí es cierto es que para cuanto se sabe de la sed hoy resulta lo que más sacia. A ciertas izquierdas les cuesta mucho convencer al saciado de que ella es la poseedora del mayor oasis. Y en ese papel inflexible -que a veces desorienta con alianzas que dejan estupefactos- azuza a quienes están disfrutando del agua en lugar de acompañarlos en su dicha. Y ahí se empeñan en subirle al Gobierno la altura de la valla hasta lograr que no la salte y se caiga. Se niegan a aplaudir los superados saltos anteriores a la espera de silbar y abuchear cuando el kirchnerismo falle el próximo salto. Disidentes latentes e impenitentes cometen pecado y no se arrepienten, insisten. Hay otros comportamientos. El último domingo, los lectores de Página/12, al leer la habitual y reconocida crónica de Mario Wainfeld, se sorprendían por que en ella se decía que aparte de las tensiones entre el Gobierno y la CGT, Hugo Moyano se sentía herido. Al parecer, ni la Presidenta ni nadie del Gobierno lo habían llamado por la muerte de uno de sus hijos, hace poco. El hecho suponía un inexplicable desdén oficial por su duelo de padre. Oportunamente, Página 12 publicaba el martes una “Aclaración” de Mario Wainfeld: “No di por probado el hecho, difundí una versión que recogí de fuentes cercanas…”. Y rectifica diciendo que “Cristina Fernández se comunicó telefónicamente con Moyano el día del velatorio. Y que, por otra parte, Máximo Kirchner se comunicó con el mismo fin y el mismo día con Pablo y Facundo, hijos del dirigente”. Si esta excepcional aclaración fuera una tradición y costumbre ética, cada página, cada segmento de programa de radio o de TV, cada informe de agencia desbordarían de aclaraciones. Como desbordan cada día las versiones antojadizas. Para hallar una modesta certeza hay que andar hurgando entre un montón de porquerías.
Y si no se toman recaudos se termina perdiendo el olfato. Wainfeld no logró oler adecuadamente la primera versión de las fuentes, pero consiguió recobrarse y oler después su hedor y corregirse. Su general honestidad puede permitirse la excepcionalidad de un error.
El que no se corrige es Jorge Fontevecchia; tampoco sus medios. Se sabe de su adicción a las fotos prohibidas. De cuánto es capaz con tal de obtenerlas y publicarlas. Cuanto más temeraria y difícil es la foto, la editorial más beneficios le saca. El editor se quejó estos días de que no se pudieron obtener imágenes de la Presidenta en su post operatorio. Otros presidentes operados o enfermos -argumenta- se expusieron en sus lechos ante la faz pública. Ella no. E instala suspicacias dignas de la CIA o de hipotéticos quirófanos estéticos. El periodismo -proclama desde la tesorería de Perfil- debe saberlo todo. Sin embargo, no se ven marejadas de personas en las calles clamando por esa foto íntima de la convaleciente. Frustrado por no haber conseguido su negocio, clama con nostalgia. Hubiera pagado mucho por una imagen de Cristina Fernández en malla muy cavada en las piernas, y chapoteando a orillas del mar en Chapadmalal. Y la publicaría en la tapa poniendo el foco de interés en algún supuesto indicio de celulitis. Aquí me remito al gemido de Kovadloff: ¿Qué democracia es ésta en la que vivimos? Ésta, justamente.