Jorge Moruno
Kaos en la red

Contra el neoesclavismo la solución no pasa por pedir empleo, sino por poner el foco en la distribución de la renta.

Neoesclavismo

El principal problema en este país no es el paro, sino el trabajo. El paro es el síntoma del agotamiento de un modelo de vida sostenido alrededor del trabajo, que empezó a decaer en Europa a finales de los años 70 y que ahora llega a su clímax. La relación positiva entre aumento de beneficios y aumento de salarios iniciada tras el final de la II Guerra Mundial, acaba colapsando al revelarse como relación improductiva e ingobernable para el capital. Desde entonces, todas las reformas laborales llevadas a cabo en los últimos 30 años han ido encaminadas a perpetuar un falso equilibrio, que tras naturalizar la necesidad de precarizar el trabajo se maquillaba la realidad con la emisión de crédito, de deuda colectiva, como sustituto a la masiva rebaja de salarios.

La reconversión industrial, la puesta en marcha de las empresas de trabajo temporal, el recorte del disfrute y acceso a la prestación de desempleo, suponen distintas caras de una misma degradación de los derechos conquistados antaño. La finalidad no es otra que la de alargar la agonía del trabajo, la de estirar el chicle hasta que no dé para más y el último que apague la luz. La actual disposición por parte de UGT y CCOO a la hora de aceptar “moderaciones salariales” en un país con un 60% de asalariados que cobran menos de 1000 euros al mes, o el traspaso de trabajadores a tiempo completo a tiempo parcial como mecanismo contra el despido, dan clara muestra de ello. La precariedad ya pisaba fuerte en tiempos de bonanza y ahora se afianza como una situación estructural y no pasajera: es el nuevo modelo de vida. Los mini-jobs pueden ser otra respuesta a la imperiosa necesidad de ofrecer empleo, inútil para la reproducción de la vida, pero si para las estadísticas. No hay forma de crear trabajo en el actual estado de la realidad que no pase por la multiplicación de la precariedad,  por la denigración de todo derecho laboral y la total servidumbre a unas condiciones laborales cada vez más degradantes para cualquier ser humano. Más aún, teniendo en cuenta el recorte de 8% en inversión de I+D+I y la intención de volver a incentivar una economía del ladrillo.

En las sociedades premodernas, el trabajo era ante todo una actividad servil y privada. Con la modernidad se convirtió en el mecanismo de intervención en el espacio público, como una manera de integración social en el modelo industrial. En la actualidad el pensamiento sobre la función que cumple el trabajo sigue anclada a un modelo que ya no existe: El trabajo ya no garantiza el rango de ciudadano ni si quiera cuando se tiene trabajo desaparece la incertidumbre precaria. El neoesclavismo se diferencia de su antecesor, en que ahora el señor feudal no se hace cargo de tu manutención ni alojamiento; Por lo tanto uno es libre de mantenerse a si mismo, pero en ausencia de una mínima  garantía para hacerlo. Ofertas de empleo que piden licenciados,  ofreciendo simplemente una proyección de futuro si trabajas gratis,  la ampliación del contrato de formación hasta los 30 años, cobrando 480 euros, o la congelación del SMI en 641 euros, son las cifras, las vidas, de gran parte de la población precaria.

Automatismo

La economía no tiene ya nada que ver con una ciencia, se ha convertido en pura inoculación de ideología que sacraliza un crecimiento indefinido, la competencia y el beneficio privado a costa del malestar colectivo; le cueste a quien le cueste. En el sentido común dominante, incluso las posturas de corte Keynesiano, que en otros tiempos eran tan alabadas, son ahora denostadas de manera fanática. No busquemos ninguna racionalidad, ninguna lógica medianamente coherente en las actitudes de los fondos de inversiones, las agencias de rating, o los grandes lobbies y buffets de abogados. Ninguno de ellos tiene la capacidad –tampoco la intención-, de modificar un ápice el curso de la economía. No se trata de apelar a su moralidad en abstracto, es en cambio, la pulsión y presión de un automatismo financiero que funciona como un dispositivo interno a las propias relaciones económicas, sociales, políticas y psicológicas. El automatismo cierra el universo de lo posible y condiciona cualquier acción y decisión; Nuestro peor enemigo es el cinismo.
Tenemos ante nosotros y nosotras la urgente necesidad, la hercúlea empresa de imaginar nuevos imaginarios para garantizar la vida humana y la del planeta. El aumento de un 25% en la venta de productos de lujo, el ascenso hasta un 6% en las ganancias de las grandes fortunas y las últimas medidas fiscales que graban al trabajo, son los datos de una batalla. Los de arriba son capaces de aumentar sus beneficios, incluso con menos trabajo directamente empleado, con más paro, los de abajo se ven abocados al expolio de su renta, de los servicios públicos, a la deuda y al precipicio del desempleo o la precariedad.

Trabajar menos para ser más productivos

El Think tank New economists foundation (NEF) y el Centro para el Análisis de la Exclusión Social, defendieron en la London School of economics, la necesidad de trabajar menos para trabajar todos. Argumentan que el verdadero baremo para medir el bienestar, no es el índice de crecimiento del PIB, sino la distribución del ingreso.  Ya en 1993 Dinamarca afrontaba de manera tímida el problema del trabajo a través de la rotación; desligando ingreso de trabajo: cada cuatro años de trabajo, un año sabático para experimentar y formarse, gozando del 80% del sueldo.

Por lo tanto, centrar las demandas en el trabajo y no en la riqueza conduce a reforzar la ideología del trabajo y por lo tanto, el sometimiento a un mecanismo de integración extinguido. El motor de la producción en la sociedad de la información es el conocimiento, el saber social general. Según Eurostat, ya en el 2008, el 31% de la fuerza de trabajo en España -hasta un 60% en los inmigrantes-, estaban sobrecualificados para su puesto de trabajo. El trabajo se presenta aquí como lastre para la innovación y la dignidad, que expulsa el saber fuera de las fronteras o lo somete al ejército precario de doblador de sábanas o servidor de cafés.

El científico Steven Johnson nos explica que la historia de la innovación es la historia del aumento de la conectividad; a mayor capacidad de compartir ideas y  de cruzar disciplinas, de converger corazonadas y fomentar la serendipia, mayor es la capacidad de una sociedad para innovar. Las ciudades del norte de Italia liberaron el saber del claustro y la puesta en común de ideas, fomentó el renacimiento en todas sus vertientes.  Actualmente con internet, la capacidad del cerebro social conectado en red, potencia esa puesta en común e inventar colectivamente. Twitter, con su plataforma abierta es ejemplo de ello.

Lejos de lo que se suele pensar, la creatividad y la inteligencia  no son patrimonio de unos pocos elegidos. El estudio longitudinal de un libro llamado “Break Point & Beyond” donde se encuestaron a 1500 personas para medir el pensamiento divergente, demuestra que entre los 3-5 años, el 98% de las personas tenía un nivel genio de pensamiento divergente. Entre los 8-10 años desciende al 32%, entre los 13-15 años el 10%, 25 y más años, el 2%. Nuestra capacidad de ofrecer distintas respuestas ante una misma pregunta o situación –paso previo a la creatividad-, decaen a medida que entramos en un modelo educativo pensado para un modelo convergente, lineal, que funciona como una fábrica propia de la sociedad industrial. La inteligencia tampoco está determinada. Como afirma el célebre psicólogo Howard Gardner,  no hay una única inteligencia ni una única forma de aprender o desarrollarla, en cambio, existen múltiples inteligencias aplicables a distintos campos de la vida.

En otra investigación desarrollada por el MIT –Massachusetts Institute Technology- y financiada por la Reserva Federal de EEUU demostraba una vez tras otra, tanto en EEUU como  también en la India, que si las tareas a desarrollar en el empleo son de tipo mecánico, se verifica que a mayor recompensa salarial, mayor es la producción. Pero en cuanto se introducen en el trabajo las mínimas capacidades mentales, la ecuación del burro y la zanahoria, el dinero como recompensa del esfuerzo: no funcionan. Son entonces cualidades como la autonomía, el propósito, la cooperación, las que libres de toda coacción disciplinaria, las capaces de aumentar la riqueza. Como afirma Verne Harnish, creador de los rankings de emprendedores y experto en crecimiento empresarial; “En la era del conocimiento puedes elegir entre estar presente ocho horas de tu vida en un despacho aunque no hagas nada o crear valor en cualquier sitio a cualquier hora: las ideas fluyen sin horario”

Expolio de lo común

De ahí la nueva oleada de neologismos deportivos aplicados al mundo de la empresa, como el coaching, o la aplicación de la cultura del equipo de básquet. En la misma línea se entienden la preocupación de muchas empresas por ambientar el lugar de trabajo lo más alejado posible de su razón de ser; producir, explotar. El new managment ofrece salas con sillones de masaje, máquinas expendedoras de comida saludable, formas arquitectónicas que fomentan el encuentro casual y la conversación informal, o el modelo de “poder sin autoridad”, personificado en el jefe colega. En lugar de moldear y disciplinar cuerpos, el nuevo capitalismo del conocimiento, se apoya sobre el control y las relaciones neofeudales que parasitan la cooperación social y asedian a la salud mental, genera el colapso orgánico, el consumo de fármacos y en ocasiones el suicidio.

Por lo tanto, si relacionamos los distintos estudios y razonamientos, podemos obtener dos posibles bifurcaciones de un mismo hecho.  El aumento de la conectividad favorece un aumento de la innovación. El pensamiento divergente, compartido por todas las personas, es decisivo para potenciar la creatividad, que a su vez, es elemento clave de la innovación. El pensamiento divergente enriquece cada una de las múltiples inteligencias que todos tenemos, aumentando así la creatividad socialmente creada en un mundo más conectado, más innovador. La autonomía, la cooperación y comunicación son los resortes que promueven el resto de características; es elemento donde cristalizan y no el dinero.

Como la era digital no sabe de horarios, producimos y consumimos constantemente, a veces, de manera indiferenciada. En la jornada laboral, pero también cuando hablamos por el móvil, cuando pasa el código de barras de los productos en el supermercado, cuando acudimos a eventos urbanos. El capitalismo del conocimiento apela al conjunto de bienes comunes, desde los bosques y ríos, hasta el saber y la cultura, como nuevo nicho de mercado que someter al valor de cambio. El empresariado más avanzado, sabe interpretar la necesidad de esas externalidades positivas, es decir,  de economizar aspectos en principio externos a la economía y a la empresa. “Ideas poco comunes, para un bien común” es el lema de GreenXchange, un conjunto de empresas, entre las que se encuentra Nike, que apuestan por el negocio verde y el mercadeo con los bienes comunes.

Cambiar la lógica, es sin duda reinterpretar la actual perspectiva empresarial del  tiempo liberado por los avances tecnológicos y el conocimiento compartido. El tiempo liberado es sinónimo de dinero. El tiempo y el saber deben estar al servicio de la sociedad y su salud colectiva, en lugar de estar sujeto al actual beneficio empresarial: neoesclavismo y precariedad o renta garantizada como poder social autónomo e innovador sobre el tiempo. People not profit, #yonopago. Somos tanto más poderosos cuanto más libres somos. La historia no sigue un camino marcado, necesitamos escapar del automatismo financiero y como Beethoven, tenemos que agarrar el destino por el cuello. No nos dominará.