«Tuvo lugar un enfrentamiento sangriento. Esto parece el inicio de una guerra civil», comentó uno de los miembros del Consejo militar de Misrata, Mohammad al Grissa.
Según el presidente de la Alta Comisión libia para la Seguridad, el coronel Mustafa Nuh, las fuerzas de esa institución han tomado posiciones en la zona de los enfrentamientos. Decenas de hombres armados han acordonado al menos dos grandes arterias de Trípoli situadas no lejos de esa zona. Nuh detalla que se ha abierto una investigación para determinar las causas exactas y las responsabilidades de lo sucedido.
No es el primer caso de enfrentamientos violentos en el país entre los diferentes grupos de ex revolucionarios. «Durante los meses que transcurrieron desde la liberación de Trípoli vemos armas y oímos disparos por todos lados», comenta Ibrahim Jimani, residente de la capital.
Después de que los insurgentes libios y la OTAN lograran derrocar al régimen del coronel Muammar Gaddafi y asesinarlo, no queda enemigo al que enfrentarse en Libia. Sin embargo las tropas, sin oficio militar en su mayoría, se resisten a deponer las armas. «Actualmente el rebelde y su arma son uno. Va a ser muy difícil desarmar a nuestra gente», advierte el jefe del Consejo Revolucionario de Trípoli, Abdullah Naker.
Todavía sin una figura política que centralice el poder y un Ejército nacional organizado, Libia se ha convertido en un rompecabezas de guerrillas con intereses muy diversos. La guerrilla de Misrata, por ejemplo, fue la más asediada y golpeada por el Ejército de Gaddafi y ahora busca algo más que el reconocimiento a su resistencia. Por su parte, los insurgentes de Bengasi aseguran que su lucha fue la chispa que generó la revolución y demandan más protagonismo. Y como ellos, un número indeterminado de milicias que, junto con las tribus, buscan más influencia en el poder.