Luis Aguilar

Granma

 

Para quienes en el tiempo de nuestras vidas experimentamos in situ las calamidades económicas que, desde los 80, se impusieron en Latinoamérica a nombre del Neoliberalismo y que causaron la destrucción de su emergente clase media, hoy en día, tras vivir por un largo tiempo en los Estados Unidos, no nos resulta difícil entender —con las diferencias del caso, por supuesto— cómo la clase media de la «primera potencia global» está comenzando a experimentar el mismo proceso de destrucción, encaminándose a vivir como en un país del Tercer Mundo, incluso en lugares como Long Island, Nueva York, considerado como uno de los suburbios más ricos de la nación.

Antes de ocurrir un tsunami hay signos, uno de ellos es que el mar empieza a retirarse. En el campo económico también los hay, solo hay que estar alertas para entenderlos. En Long Island, por ejemplo, uno de estos signos es ver cómo los efectos de la crisis económica que vive el 99 % está llegando a extremos tan irónicos que muchas familias que, en los años felices, donaban alimentos a las agencias de caridad para ayudar a las familias más pobres, ahora hacen fila en dichas agencias para pedir alimentos gratuitos. A la par que los gobiernos locales han visto un aumento dramático en la solicitud de cupones de alimentos.

La situación es tal que, incluso para estas familias que aún poseen una casa, mientras puedan, hoy en día les es difícil romper el ciclo de la pobreza. Los pocos recursos que tienen —más aún si están desempleados o aun sobreviven con un seguro de desempleo, o si son jubilados con un ingreso fijo de su pensión—, los utilizan para pagar la hipoteca o el alquiler de una casa, las cuentas para el mantenimiento de la misma, los costos de la gasolina, y llegan a sacrificar los gastos de alimentos con la esperanza de encontrar ayuda en las alacenas de comidas gratuitas para los pobres. Arrahman Buskey, diácono en la Iglesia Bautista de Shiloh, en Rockville Centre, dice que los voluntarios en su iglesia en conjunto con agencias benéficas en toda la isla, esperaban alimentar a cerca de 200 familias el Día de Acción de Gracias, con cenas en la iglesia y con cestas de alimentos no perecibles. Entre aquellos que recibirán estas canastas hay una madre desempleada, incapacitada y madre de cuatro.

«Ella no puede cocinar, así que le llevarán una comida cocinada para toda su familia», dijo Buskey. «Es una familia como tantas otras. Intentamos ayudar a todos aquellos que están en una seria necesidad».

EL HAMBRE EN TODAS PARTES

Estas no son historias poco frecuentes. Para las agencias caritativas en Long Island con la tarea de alimentar a los necesitados, la demanda por ayuda a estas familias ha aumentado y las donaciones se han reducido desde que la gran recesión comenzó hace cuatro años. Y esa tendencia solo demuestra que las cosas han empeorado, pues el desempleo y los embargos hipotecarios se mantienen constantes, a la par que la ayuda del gobierno, como el seguro de desempleo, se sigue agotando. «Aunque muchas familias viven en uno de los suburbios más ricos del país, el hambre está en todas partes», dice Randi Shubin Dresner, presidenta y CEO de Long Island Harvest, una agencia no lucrativa con base en Mineola, Nueva York. Su grupo recaba la comida de sobra de más de 800 negocios relacionados con alimentos, para repartirlos a casi 600 comedores populares y despensas de alimentos gratuitos, para ayudar a cerca de 300 000 residentes en la isla, es decir, alrededor de uno de cada 10 de los 2.8 millones de habitantes de Long Island, que alberga a los condados de Nassau y Suffolk, considerados entre los más ricos del país.

«Hay más gente que nunca antes la hemos visto buscando ayuda de alimentos», dijo ella. El 60 % de las agencias lucrativas locales han visto a más gente buscar sus servicios este año, mientras que el 47 % reportó una disminución en el financiamiento para su causa, según la Encuesta de Agencias No Lucrativas de Long Island 2011, realizada por Cerini & Associates LLP, una firma de contabilidad con base en Bohemia. El estudio, que contó a las organizaciones dedicadas al alivio del hambre, entre otras, descubrió una tendencia de que las agencias no lucrativas que colaboraban con grupos similares están sufriendo de insolvencia. «Las más de 3 000 agencias no lucrativas que llaman a Long Island su hogar han visto sus cofres reducirse, su capacidad de servir decrecer paulatinamente y sus reputaciones socavadas», escribió unos de los autores del estudio, quien sugiere que el sector puede haber sido golpeado duramente por la recesión y su recuperación sigue atascada.

MÁS CUPONES DE ALIMENTOS

Entre los factores que han llevado a esta situación a las agencias, el estudio encuentra que la crisis que enfrentan las agencias —y por ende, a quienes sirven— es por los cortes o retrasos en el financiamiento público en medio de un aumento en las regulaciones y el escrutinio burocrático, pues los gobiernos están tratando cada vez más con recortes en sus presupuestos. Los llamados «reajustes fiscales», como se les llama en el Tercer Mundo. Las agencias del servicio social en los condados de Nassau y de Suffolk también han reportado un notable aumento en la marea del hambre. Los funcionarios de Nassau reportaron un aumento del 115 % mensual en promedio en los casos de cupones de alimentos entre el 2007 y el presente año, de 14 000 a casi 31 000. Y hubo un aumento del 193 % en promedio de las solicitudes para el mismo periodo —es decir, no todos quienes lo piden lo reciben. Los funcionarios de Suffolk reportaron un aumento del 111 % en los casos mensuales en promedio para los casos de cupones de alimento entre el 2008 y este año, de casi 23 000 a más de 48 000. El aumento de las solicitudes fue del 88 % mensual en promedio en el mismo periodo.

EN EL CAMINO TERCERMUNDISTA

Las particularidades que nos revelan a un país del Tercer Mundo son: El alto desempleo, la falta de oportunidades económicas, los bajos salarios, la pobreza generalizada, la extrema concentración de la riqueza, la deuda pública insostenible, el control del gobierno por los bancos internacionales y corporaciones multinacionales, débil estado de derecho y las políticas contraproducentes del gobierno —como las privatizaciones de las entidades públicas. Todas estas características son evidentes en los EE.UU. de hoy en día. Aunque el desempleo oficial a escala nacional ronda el 9 %, la realidad, según estadísticos honestos, es que el de-sempleo real (que incluye a desempleados que han dejado de buscar empleo y a los que tienen un trabajo a tiempo parcial) es del 22 %. Y bajo las actuales condiciones económicas no hay nada que pueda reducir drásticamente el desempleo y, aun si ocurriera, los nuevos empleos continuarían siendo de bajos salarios porque los de altos salarios que antes existían, en el sector de fabricación industrial y de servicios tecnológicos, han sido exportados y no volverán jamás. Y la falta de oportunidades ya es real en los Estados Unidos, en particular para la generación de entre 20 y 30 años —y ni qué decir para las que les siguen— que ni siquiera con un grado universitario pueden tener las mismas oportunidades económicas que tuvieron sus padres o abuelos. Y se ha llegado a esta situación porque Estados Unidos ha sido desindustrializado, solo en la última década EE.UU. ha perdido más de 5 millones de empleos industriales. Y, en este contexto, el país ha dejado de ser una economía industrial para ser una de servicios, una característica típica de un país del Tercer Mundo.

A muy pocos les cabe duda que hoy en día son la banca internacional y las corporaciones multinacionales quienes controlan al gobierno del país, no solo influyendo con su dinero las campañas políticas y las elecciones, sino también y más importante, colocando a su propia gente en los puestos claves del gobierno. El Tesoro de los EE.UU. y la Reserva Federal, por citar solo un par de ejemplos, están manejados por gente de Wall Street.

Y dentro de las políticas contraproducentes del gobierno están las privatizaciones del servicio público, bajo la excusa de las crisis presupuestales. El gobierno del condado de Nassau, Nueva York, por ejemplo, es un caso típico. Bajo el pretexto de cerrar un brecha fiscal de alrededor de 300 millones de dólares, ha iniciado un proceso de privatizar servicios públicos —como el sistema de transporte público y el sistema de tratamiento de aguas servidas— sin el menor escrutinio de los afectados. Como en las privatizaciones del Tercer Mundo, ahora los residentes de uno de los condados más ricos del país quedarán en manos de las mega corporaciones internacionales que, como lo han advertido los expertos, harán dinero a costa de los exprimidos consumidores. Y es que el capitalismo no tiene bandera