En primer lugar el origen de la Navidad se sabe falso. En teoría esta fecha conmemora el nacimiento de Jesucristo, aquel hijo de Dios que debía redimir a la humanidad. Aquella voluntaria entronización de un ser humano, probablemente corriente, a sacra categoría parece que dio lugar a unas fechas que bien podrían caracterizarse por enriquecer sin mesura a los fabricantes de dulces, de juguetes y de colonias. Por el contrario, la Iglesia decidió cambiar la fecha de la conmemoración del nacimiento de Cristo, para que ésta se celebrara en unas festividades que ya se encontraban previamente asumidas en el inconsciente colectivo, éstas eran las conocidas como Saturnales. Dichas celebraciones tenían lugar en la Antigua Roma , y pretendían honrar al dios Saturno; además durante las mismas los esclavos recibían cierto trato de privilegio.
Aunque los dioses romanos fueron sustituidos por una deidad monoteísta, cuya vida era algo menos apasionante que la de éstos, pretender eliminar esos Saturnales era complicado. Esta fiesta, más allá de su significado religioso, tenía un arraigo popular muy potente, por ese motivo optaron por la fórmula de hacer coincidir el nacimiento del hijo de Dios con los Saturnales. De esta manera los pobres mortales podrían celebrar el aniversario de éste, en unas fechas en las que había por costumbre celebrar algo también.
De este modo se consiguió que en el ideario colectivo se sustituyera paulatinamente, y sin sobresaltos, los Saturnales por otra fiesta que fue asumida cómodamente por la población. Así pues, se consagró una nueva tradición, esta vez en sintonía con aquella nueva religión que pasó a dominar los últimos períodos del gran Imperio Romano y prácticamente toda la Edad Media. Se trataba de forjar una nueva identidad cristiana, y para ello resulta vital que la misma se sustentara sobre tradiciones. Eric Hobsbawn entendía que para la creación de una identidad nacional, las élites que dirigían ese proceso “inventaban” tradiciones para conseguir dotar de una mayor importancia a la propia nación.
En ese sentido, los edificadores que aspiraban a que el cristianismo se consolidase como prerrogativa divina, observaron la necesidad de “crear” una nueva identidad cristiana. Una identidad es algo que se adquiere a través de muchos años, y para que las personas asimilen una identidad concreta, ésta debe estar presente en el mayor número posible de ámbitos. Así pues la Navidad , y su relación con el cristianismo es una pieza esencial. Hay un episodio de los Simpsons, que ilustra perfectamente esta relación. Ese episodio es en el que Lisa adopta el budismo; en el cual sus padres y el reverendo del pueblo trataron de “sobornarla” con la Navidad , para que la entrañable niña abandonara su nueva fe. En uno de los momentos del capítulo el reverendo recordaba a los padres de Lisa, que Santa Claus no deja regalos debajo del Árbol de Bodhi.
Efectivamente Santa Claus es ese personaje sin el cual no se podrían concebir las Navidades actuales, pero también es una creación que parte de una figura real como era el prelado Nicolás, el cual vivió durante el siglo III D.C, y fue canonizado por la Iglesia Católica. Desde entonces se le empezaron a atribuir milagros realizados a favor de los pobres; tiempo después en Holanda, su relato se mezcló con leyendas nórdicas que relataban como un mago tirado por renos daba regalos a los niños que habían sido buenos y castigaba a los que no se habían portado bien. Este punto es el que a todos nos suena, y no ningún prelado Nicolás que, aunque también fuera bondadoso con niños y pobres, no llevaba ningún traje rojo, ni nos deseaba feliz Navidad con esa risa tan característica.
Juan Carlos Calomarde García es licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración.
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