Alberto Piris
República.com

Cualquier especulador que dispusiera de abundantes recursos económicos (en dinero propio o en créditos de los bancos amigos) y que supiera con certeza que en 2012 se produciría un notable aumento del precio de la gasolina, si además está bien familiarizado con los trucos de los mercados (¡ah! la omnipresencia de esos fantasmas en cuyas manos están hoy las riendas del mundo), invertiría con toda seguridad una buena parte de su capital en adquirir grandes cantidades de productos petrolíferos a los precios de hoy, para disponer de ellos dentro de unos meses y luego ponerlos a la venta a los más altos precios de mañana.

Tales manipulaciones, que solo buscan obtener un beneficio sin producir bien alguno ni contribuir con ello al mayor bienestar de la sociedad, tienen su nombre en el mundo de los especuladores: “mercados de futuros”. Es esta una expresión con resonancias de ficción científica, que ya por sí sola produce bastante desconfianza. Cierto es que existe una legislación que controla esas transacciones de tan misteriosa naturaleza, y que algunas autoridades financieras nacionales e internacionales tienen teóricamente el deber y el poder de regular la forma en que se desarrollan para evitar abusos.

Pero ya hemos visto cómo el alto mundo de la banca y las finanzas internacionales no se para en barras cuando se trata de obtener los máximos beneficios. Si todavía no ha visto, estimado lector, la película Inside job, no pierda la ocasión de hacerlo, aunque salga del cine con una penosa sensación que le impulse a sumarse a la vasta legión de los indignados. Muchas de las dudas suscitadas por la actual crisis económica le quedarán bien aclaradas, aunque ese perfeccionamiento de su cultura personal no le sirva para gran cosa.

No es aventurado suponer que 2012 nos traiga una nueva crisis donde el petróleo vuelva a ser el principal protagonista de un serio conflicto. De momento, las bravatas parecen limitarse al terreno verbal, ante la creciente presión que EE.UU. está ejerciendo contra Irán, con vistas a deteriorar su economía, pero ya han saltado las primeras chispas en el cruce de las espadas enfrentadas. Respondiendo a las amenazas de EE.UU. de aumentar la dureza de las sanciones, que impedirán o limitarán seriamente la capacidad exportadora de productos petrolíferos iraníes (con los que se financia casi la mitad del presupuesto nacional), el primer vicepresidente iraní ha declarado que si se imponen la anunciadas sanciones “ni una gota de petróleo más volverá a atravesar el estrecho de Ormuz”, por donde circula una quinta parte del suministro mundial. Además de los crudos iraníes, las exportaciones iraquíes, saudíes y las de los emiratos fluyen por este crítico paso que une el golfo Pérsico con el de Omán.

Así que los esfuerzos por limitar o impedir el desarrollo nuclear iraní, que tanto obsesiona a EE.UU. e Israel y a algunas potencias occidentales y orientales (que temen que la retirada militar de Iraq haga de Irán la potencia hegemónica regional), van a convertir la presunta arma nuclear iraní en la muy real arma internacional del petróleo, cuyos efectos destructores pueden ser tan “masivos” como los de las explosiones nucleares.

Los “mercados” observan con atención el desarrollo de los acontecimientos; no es que les preocupen las posibles armas nucleares iraníes (como no les preocupan las ya existentes en la zona, tanto de EE.UU., como de India, Pakistán, Israel, Rusia, China, etc.), sino la excitante posibilidad de nuevas y brillantes especulaciones que una crisis petrolífera de este tenor pudiera poner a su alcance.

Por esas razones, y sin olvidar el interés que Obama tiene en ser reelegido, el benemérito galardonado con el premio Nobel de la Paz recapacita estos días sobre las medidas a adoptar, barajando unos ingredientes de muy alta explosividad: armas nucleares reales o presumibles, precios del petróleo, sanciones económicas, reacciones internacionales, rutas de navegación, consecuencias imprevisibles, etc. Respecto a estas últimas, ya hay quienes prevén el regocijo de los gobernantes chinos si pudieran disponer de todo el petróleo iraní para ellos solos, una vez que europeos, americanos y japoneses, aceptando dócilmente el embargo exigido por Washington, se viesen forzados a buscar proveedores alternativos en una rebatiña internacional de muy alta tensión.

Muchas incertidumbres se presentan al comenzar 2012, y de entre todas la posibilidad de un conflicto bélico que afecte directamente a la nación persa es quizá la más peligrosa. El efecto de acción y reacción y el encadenamiento de amenazas y contraamenazas pueden conducir a escenarios internacionales de elevado riesgo. Poner a Irán entre la espada (las sanciones económicas) y la pared (la prohibición de hacerse con las mismas armas que algunos vecinos poseen) no es la receta para mejorar la estabilidad de tan crítica zona y, por el contrario, puede convertirse en el detonante de un conflicto cuyos efectos se extiendan por todo el planeta. Mantengamos la esperanza -no hay otra cosa al alcance del ciudadano de a pie- de que esto no suceda y que 2012 no sea peor que el año que ahora concluye.