Octavio Fraga Guerra


Cuanta hipocresía se desata en estas “festividades navideñas”. El hecho es que comprar, se convierte en el verdadero telón de fondo de una “tradición” convertida en mercado.

Las calles de Madrid por estos días son un verdadero enjambre de bolsas de papel y plástico, símbolos iconográficos de estas “rutas y andares” donde las bombillas de neón -a pesar de la crisis-, “iluminan” la ilusión de los trasnochados compradores. Las cristaleras “exhiben sus mejores galas” aspirando a captar a compradores adictivos para cerrar caja con mejores dividendos, en medio de una crisis que aún no se ha desatado en su máxima expresión.

No pocos derrochan los últimos fondos de ahorro, para cumplir “compromisos” con los familiares y los amigos. La “tradición” es insalvable, “los hábitos, las buenas costumbres y las normas de las personas de bien” imperan en esta fauna de acumular tarecos, ropas, zapatos y complementos, que son “necesarios” adquirir ante los rituales de estas fechas.

En medio de este fragor de calles apisonadas, los “voluntarios” de las ONG van con caras de “buen rollo” tratando de captar alguna contribución voluntaria para las “causas nobles” de este mundo. En esa estrategia de abordar a los transeúntes se equivocan de punto de mira.

El asunto no es pedir migajas y calderillas para cumplir con los objetivos caritativos de sus gestores. La deuda que aprieta cada vez más a los países del Sur ha de ser anulada de una vez y por todas. La inmoralidad de su permanencia es el blanco que deberían “atacar” las ahogadas Organizaciones No Gubernamentales que -no pocas- juegan al rol del entretenimiento y la dispersión de las esencias de esta crisis.

Hay hipocresías de otro calibre. Mientras nosotros los del Norte acumulamos objetos para solventar nuestras carencias humanas, suplantándolas con materias primas “bien empaquetadas”. Los del Sur –que no es solo un concepto geográfico-, “celebran” las Navidades con mayores cifras de hambrunas, de desnutrición o de muertes por enfermedades curables.

El analfabetismo, la desertificación de los suelos o la contaminación de las aguas provocadas por las grandes industrias, son parte de los paquetes navideños dejados por las transnacionales que “luchan por el puto estado de bienestar”, para que nosotros los del Norte, hagamos nuestras compras y no nos preocupemos por nada. Ellos son “nuestro salvadores financieros, nuestros constructores de futuro, nuestros héroes empresariales que andan –despejados de nuestras miradas- en la globalidad de los tiempos”.

Las guerras y el genocidio de Nuestro Norte hacia el Sur, son parte de las festividades y contribuciones dejadas para estas “fiestas” ante un mundo inverso.

La locura por querer comprarlo todo y el obsesivo deseo de acumular para mitigar nuestras carencias humanas, son parte de esa paranoia festiva que la “tradición nos ha impuesto”.

Mientras “el rio pasa”, nos montamos en sus barcas remando en el mismo sentido de la corriente para no hacernos desde nuestro Norte, las preguntas que tienen que ver con la ética, la sensibilidad humana, el espíritu crítico de nuestro entorno y la solidaridad, que cada día resulta una palabra urgente.

Ante tanta mentira, nuestra voluntad ha de ser la de cambiar este mundo que “ha dicho basta y ha echado andar”. Es inaceptable que juzguemos a los países “en vías de desarrollo” o “subdesarrollados”, -como también nos gusta decir con mirada altiva-, si no somos capaces de tener una actitud responsable y consecuente con nuestro planeta, con nuestro Norte.

Nos toca ser austeros en nuestra cotidiana vida. Nos debemos exigir una práctica permanente de armonía y responsabilidad con nuestro planeta. Somos parte fundamental y responsables de un modelo de sociedad que desgarra -casi a diario-, las reservas de salud de nuestro ahogado planeta.

Hemos de mirar con humildad cada uno de nuestros pasos. Nos tocas hacer una dura y permanente tarea para convertir a nuestro planeta en un espacio habitable, limpio, ecológico y –reitero- Solidario.

Esa palabra no puede ser mera consigna. Este urgente vocablo ha de estar incorporado en nuestra práctica de vida. Ante una creciente ola de hostilidad, de terror, de manipulación mediática, nuestro Norte debe dar señales claras de un cambio de modelo de sociedad en el que no haya vencedores y vencidos.

La batalla es ardua, el capitalismo sigue apostando por el descarnado consumo como indicador económico. Esta burda manera de ver el crecimiento es un flagrante atentando contra nuestro planeta, contra la sostenibilidad y el futuro de nuestra gran casa.

Estamos ante la disyuntiva de crecer o quedar sembrados en el anonimato y la desmemoria. El miedo y la ignorancia no son razones para el inmovilismo. La “Pacha Mamá no perdonará nuestros pecados”. Nuestra voluntad ha de ser la voluntad de todos.