Le Monde
Luego de seis meses de movilizaciones, extenuantes tomas de liceos y universidades e innumerables paros y marchas, cabe realizar un primer balance de lo realizado. Porque más allá del futuro del actual proceso, en estos meses se han develado un sin fin de profundas contradicciones dentro del sistema político y económico chileno, y se pueden realizar las primeras aproximaciones en torno a lo conseguido y lo aún por conseguir.
El mito de Chile, ese que nos hablaba del crecimiento económico sostenido, de la pobreza en retroceso, de la estabilidad de las instituciones y del país “en vías de desarrollo”, se ha fracturado luego que los estudiantes saliéramos a las calles a exigir reformas estructurales en la educación; y es que si existe algún consenso entre todos quienes hemos sido parte del proceso, es que nuestro país no estaba preparado para afrontar a una de las movilizaciones más importantes que recuerde nuestra historia reciente.
De partida, el consenso tácito de una educación inclusiva y como herramienta de movilidad social, pilar fundamental de la educación en tiempos del neoliberalismo, se vino abajo. El modelo chileno fue durante muchos años ejemplo de una educación “moderna”; una educación que permitía ampliar la cobertura sin perder estándares de calidad y en donde las grandes mayorías podían aspirar a un aumento de su nivel de ingreso; pero lo que no se mencionaba es que el modelo educativo chileno, no era sino un componente más del sistema neoliberal impuesto en Chile hace ya 30 años y que por tanto su desarrollo tenía por objetivo consolidar económica y socialmente a este sistema imperante.
Consolidar económicamente a través del lucro en la educación superior y en la educación básica y media, a través de la fuga de fondos fiscales a la banca privada para cubrir la demanda y a través de todos los mecanismos que impliquen la mercantilización del proceso educativo, pero además de la consolidación económica, el mito de la educación chilena se basa en la justificación social de su existencia. De mostrarse como la única alternativa de movilidad social en un sistema económico excluyente y que no permite la solidaridad.
Durante 30 años, la justificación a las privatizaciones, a la pobreza y a la desigualdad, fue la esperanza del ascenso individual sustentado en el acceso a la educación superior. “Esforzarse para llegar a la universidad, o juntar plata para pagar la U”, fueron temáticas recurrentes en cada una de las familias chilenas que veían en sus hijos y en las infinitas posibilidades que les daba el mercado educacional, una oportunidad de dejar de ser lo que eran.
Pero todo tiene su límite y los hechos hablan por sí solos. El mito se comienza a derrumbar cuando ya no estamos todos seguros de que la educación permita movilidad social, cuando el colegio particular subvencionado ya no permitía ingresar tanto a la educación superior como aparentaba, cuando las deudas educacionales empezaron a absorber el ingreso familiar, cuando el cartón universitario se fue desvalorizando a propósito de un mercado desregulado y cuando ser un profesional dejó en parte ser sinónimo de ganar plata.
Que estas movilizaciones hayan nacido a partir de los problemas educacionales no es casualidad, puesto que la educación es uno de los nudos centrales del sistema neoliberal, y cuando se empiezan a cuestionar una de las justificaciones centrales del sistema político-económico, es natural que todo el resto comience a tambalear.
El asunto entonces, pasa de ser un problema gremial a un problema estructural. Las demandas de los estudiantes también pasan a ser demandas profundamente políticas, nos tachan de sobreideologizados y un sin número de epítetos similares, pero ni el Gobierno ni el Parlamento entregan posibilidades de solución al conflicto. El problema entonces, pasa a ser también un problema de la democracia en Chile.
Las instituciones políticas chilenas no habían sido puestas en jaque como lo son ahora en los 20 años de Concertación. La necesidad de la reconciliación nacional, la política de los consensos y el binominalismo parlamentario omitieron en todo este tiempo el discutir problemáticas de fondo dentro de los límites de nuestra democracia. Mantuvieron un status quo cómodo para ambas coaliciones y generaron los aseguramientos necesarios para que en esos años nada cambiara.
El llamado relato concertacionista bastó para mantener durante 20 años el sistema en una quietud al amparo de una transición a la democracia, pero no pudo hacerle frente a la necesidad de transformaciones político-sociales que Chile necesitaba, dejando el camino libre a la derecha y a Sebastián Piñera para hacerse del gobierno.
Lo demás ya es conocido, el mito de la democracia chilena comenzó a desmoronarse cuando Chile se dio cuenta que ni los 20 años de Concertación ni los que pudiera estar la derecha permitían que se resolvieran los problemas más urgentes de nuestro pueblo. Que el problema entonces no era quién encabezara las instituciones democráticas, sino que siempre fueron estas instituciones democráticas el problema.
Las movilizaciones han demostrado algo que muchos sectores vienen planteando desde el mismo retorno de la democracia: el contrato que nos impusieron para regular las relaciones sociales dejó prácticamente sin ningún poder a la sociedad civil. Pues si Chile fuese un país realmente democrático no hubiera sido necesario llevar más de seis meses movilizados para dar respuestas a las demandas estudiantiles que alcanzan más de un 75% de respaldo popular.
La clase política en su conjunto está absolutamente cuestionada. El Parlamento binominalizado no ofrece las garantías para dar un debate representativo del sentir nacional; el Ejecutivo ha perdido toda legitimidad con un Presidente con estándares de aprobaciones tan bajos que en otros países se traduce en salidas anticipadas del Gobierno; el empresariado ve con desesperación cómo sus nichos de negocios y enriquecimiento se han visto cuestionados por una movilización que exige sus derechos. Mientras tanto, un pueblo despierta y se moviliza en unidad tomando conciencia de que sus derechos no se negocian.
El mito de Chile se está cayendo a pedazos día a día, marcha a marcha, cacerolazo a cacerolazo. Los grandes consensos nacionales ya no son tan sólidos como antes y el pueblo se está dando cuenta de que hay posibilidades de un Chile distinto al que le presentaron en estos años de tiranía y Concertación. El pueblo de Chile se dio cuenta que lo que le presentaban como verdad era solo un mito, y se está dando cuenta que ese mito se llama neoliberalismo.
Seguiremos batallando por conseguir las justas demandas que las grandes mayorías necesitan y sabemos que aún nos queda mucho para conseguir los objetivos trazados como movimiento, pero por lo menos queda la satisfacción de haber ya conseguido calar hondo en el sentir nacional, de haber aportado como estudiantes a romper con los mitos que no nos permitían pensar en un país distinto, y de haber aportado al comienzo de la Primavera del Pueblo de Chile.
*Presidenta de la FECh – www.fech.cl