Luis Aponte

Perdonen el título aparentemente influenciado por el más afiebrado estilo fatalista de las producciones hollywoodenses o por algún tipo de fanatismo apocalíptico. El imperialismo, con poca o ninguna visión de porvenir, sólo imagina caos, destrucción y catástrofes para el planeta Tierra y sus, parafraseando a Walter Martínez, 7.000 millones de tripulantes. Las películas gringas así lo delatan. Pero lo peor es que sus prácticas cada día parecen concatenarse más con sus tenebrosas predicciones audiovisuales amenazando en convertirse en profecías auto-cumplidas.

Pero el tema que ahora queremos compartir con usted no es de ficción cinematográfica ni tampoco de asuntos seudo-religiosos. Es un tema muy serio de verdad. Nos referimos a las amenazas que se ciernen de nuevo sobre Irán, y sobre la maltrecha paz mundial y el destino de la humanidad en general.

La eventual agresión a Siria se ha entrabado en vista de la capacidad político-militar del gobierno sirio para disuadir, por ahora, un ataque directo de la OTAN, además de su relativo éxito en contener la violenta interna desatada por una oposición que se nos presenta tan sanguinaria como la libia. De hecho hay una guerra civil en Siria patrocinada por las agencias imperiales, las hipócritas petrofeudales monarquías árabes y factores fundamentalistas de derecha, con rasgos similares a la alianza opositora libia que junto a la OTAN están destruyendo aquel país. Sin embargo, sin el determinante apoyo del poder militar otánico a través de una intervención directa al estilo Libia, dicha guerra civil no tiene futuro para los enemigos del gobierno antiimperialista sirio, a pesar de las debilidades que pueda tener el sistema de gobierno que ahora se busca reformar.

Tan delicado asunto, visto también los resultados en Libia, llevó a Rusia y China a doblemente vetar la resolución imperial que se gestaba para “legalizar” la nueva agresión en el ¡ese sí, señores intelectuales de la izquierda otánica! tiránico Consejo de Seguridad de la ONU. Sin duda que el apoyo iraní al gobierno sirio ha tenido un peso importante en su mencionada capacidad de respuesta ante la crisis.

Todos los caminos llevan al imperialismo otánico-israelí a identificar a Irán como la gran piedra de tranca en su estrategia global de apoderarse de las más importantes fuentes energéticas del mundo, ubicadas en el Medio Oriente y en el Asia Central. El tic tac del reloj del agotamiento del recurso fósil sigue su inexorable curso precipitando viejos planes correctamente calificados por el Comandante Chávez como “la locura imperial”. Sin embargo, esta locura tiene su basamento material muy concreto en el eventual colapso del sistema consumista capitalista mundial altamente derrochador de energía. Todo un modelo de  sociedad supuestamente “exitoso” se vendría a pique en este siglo, más o menos abruptamente.

La primera y la segunda guerras llamadas mundiales fueron en esencia guerras de rapiña para el reparto del mundo entre las potencias imperialistas. La esencia de esta contradicción fundamental está allí, vivita y coleando, potenciada por la extrema dependencia que del recurso fósil tiene el aparataje capitalista. Con relación al siglo pasado, algunos actores han cambiado en el escenario y nuevos roles hacen su entrada, al mismo tiempo que el escenario mismo ha sido modificado. Pero, repetimos, la esencia de la contradicción dibujada por Lenin permanece vigente.

Los EE.UU. representa ahora el hegemón imperial alrededor del cual se ha conformado un poderoso bloque donde destacan Inglaterra, Francia y Alemania, además de la sub-potencia militar que es Israel, clavada como estaca en el corazón de la nación árabe. Con excepción de Israel, que no es miembro de la OTAN (lo cual no significa que deje de ser su aliando estratégico) el resto de los países integrantes de la OTAN (como Canadá, Holanda, Bélgica, España, Italia, Turquía, algunos de los antiguos países del Pacto de Varsovia, etc.) complementan ese eje, no del todo monolítico. Desde el otro lado del mundo, Japón y Australia constituyen importantes aliados del mismo.

Otro macro-bloque de poder viene surgiendo en el escenario mundial. Es el bloque conformado por Rusia y China, quienes gradualmente consolidan una alianza en todos los terrenos (separadamente, tanto China como Rusia representan particulares polos de poder). Ciertos países ex soviéticos del Asia Central, así como Corea del Norte, Bielorusia, una titubeante Ucrania, entre los más representativos, son parte de este macro-bloque, que tampoco es monolítico. En cierta manera se trata de una reconstrucción geopolítica del derrumbado bloque del “socialismo real” devenido en un nuevo poder que a pesar de su esencia capitalista (con sus contradicciones internas que en el mejor de los casos impiden que la alternativa socialista sea estratégicamente desplazada), es evidente que ha entrado en contradicción con el eje hegemonizado por EE.UU. Lo cierto es que un particular desarrollo de este nuevo bloque ha atenuado, por ahora y ojalá que por siempre, los rasgos más agresivos del imperialismo conocido, sobre todo en el campo militar, dependiendo ello también de factores geopolíticos muy concretos.

Nuevos actores también entran al escenario. Algunos países de Asía, África y América, integrantes de la periferia imperial, han venido transitando modelos soberanos de desarrollo que, sin extremos aislacionistas, han hecho prevalecer sus intereses nacionales con respecto a las metrópolis imperialistas. A tal fin han conformado bloques regionales que hacen esfuerzos para mantener su independencia buscando constituirse en nuevos polos de poder dentro de una visión de multipolaridad. Multipolaridad que rompa tanto con la prepotente visión de la unipolaridad, como también con el peligroso esquema de la bipolaridad de la guerra fría representada por EE:UU.-OTAN, el macro-bloque dominante, versus Rusia-China-Organización de Cooperación de Shangai (OCS), el macro-bloque emergente. De profundizarse esta bipolaridad ambos bloques terminarán inevitablemente en una nueva conflagración mundial por el reparto o acceso a las fuentes energéticas y de otros recursos que tanto uno como el otro requieren o requerirán para mantener sus economías y sociedades, en un estado de desarrollo o equilibrio.

Es de suponer que en esta lucha mundial de poderes la lógica indica que la posición correcta asumida por los nuevos bloques regionales soberanos es la de mantener, con y por mutuo beneficio, lazos más estrechos de cooperación en áreas estratégicas, con los polos de poder representado por Rusia y China, y con los países periféricos en desprendimiento de sus respectivas metrópolis. Es la opción que nos permite intentar un modelo distinto al capitalismo, es decir, avanzar hacia el socialismo autóctono, dentro de una correlación de fuerzas que nos permita superar gradualmente las distintas y complejas contradicciones. El caso típico es el ALBA cuyos países miembros se alejan de su otrora dominador imperial y a pesar de los fuertes lazos que se construyen con Rusia y China, y otros poderes regionales, dichos lazos no necesariamente se convierten en amenazas para el núcleo del proyecto socialista común. Dependerá en mucho de nuestra claridad de objetivos para no permitir que un nuevo amo suplante al anterior, como ocurrió precisamente en América Latina donde el amo español fue sustituido por el amo inglés y casi enseguida por el amo yanqui. Por otro lado, a Rusia y a China, como potencias emergentes no suficientemente consolidadas, les conviene la multipolaridad como marco internacional para coadyuvar al freno de las apetencias unipolares y hegemónicas del eje EE:UU.-OTAN, marco donde lo político-diplomático-económico impere sobre la confrontación armada (donde el eje dominante tiene enorme ventaja convencional).

Asumir una posición equidistante entre estos poderes mundiales como lo plantean algunas corrientes que en Venezuela y en el mundo meten en el mismo saco a yanquis, europeos, chinos y rusos, es un error estratégico que sólo contribuye a desarmar, literalmente, los distintos proyectos de soberanía regional que emergen en medio de estas contradicciones. Son espejismos pequeño-burguesas llevadas al plano doctrinario con un disfraz principista. Posiciones altamente peligrosas que si llegasen a influir en nuestra línea política, conducirían al barranco todo un proceso laboriosamente levantado en medio de un mar fuertemente picado. Esa obsesión por interpretar un inexistente mundo donde hay zonas que escapan a esta contradicción fundamental, conlleva a sectores de la intelectualidad europea autocalificada de izquierda (y a sus seguidores locales), a cometer gravísimos errores en su apreciación del conflicto libio y sirio, arrastrándose de hecho hacia las posiciones del imperialismo otánico.

Volviendo al caso Irán, éste constituye otro factor emergente en el escenario mundial. Independientemente del carácter burgués nacional de su revolución, y de sus ambiguas posiciones con respecto a los gobiernos títeres del Irak y de la Libia ocupados, la consolidación en esa región de un polo de poder soberano no conteste con los requerimientos del eje imperial EE:UU.-OTAN (precisamente el eje imperial desalojado tras la revolución islámica), coloca a Irán, por su potencial influencia en una región por lo demás estratégica, como objetivo en la mira de la destructiva ambición imperialista.

El grado de desarrollo en todos los órdenes alcanzado por Irán es innegable. Irán se ha levantado como una fuerza de tal poderío e influencia que cualquier acción de agresión contra ella puede implicar una sucesión de eventos de consecuencias inimaginables. El imperialismo yanqui-otánico-israelí sabe que la única posibilidad de someter a Irán sería la de un masivo ataque nuclear. Ello bajo el eufemismo de “ataques nucleares tácticos”:

Una acción tan grave rompería radicalmente con el equilibrio inestable mantenido durante la llamada guerra fría, reconstruido precariamente con la emergencia de Rusia y China como potencias en grado importante competidoras del eje imperial ya mencionado, y también complementarias como en toda contradicción. La destrucción de Irán seguida por la eventual caída o sometimiento de otros países soberanos en el mundo, acorralaría definitivamente a Rusia y China obligándolas a asimilarse a un único y tiránico poder mundial capitalista. Es improbable que Rusia y China se dobleguen de esa manera.

Ubiquémonos en los años 30 del siglo pasado. En los casos del nazismo alemán, del fascismo italiano y del expansionismo japonés, estas potencias capitalistas requerían para su expansión de la conquista de sus correspondientes territorios periféricos imperiales, colonias y áreas de influencia. Por ello fueron a la guerra contra el imperialismo y colonialismo inglés, francés y estadounidense, que monopolizaba dichos “recursos” (y también contra la URSS dado las inmensas riquezas contenidas en este macro-país). En cambio, en la actualidad el capitalismo ruso y chino en expansión ha tenido con la aparición en el mundo de emergentes polos regionales de desarrollo, a sus respectivos complementos económicos y políticos (generalmente con mutuo beneficio) sin necesidad, con sus excepciones, de apelar a los métodos expansionistas clásicos del imperialismo.

Para nadie es un secreto que el plan estratégico hitleriano-burgués de la Alemania nazi era apoderarse de la URSS cuyas riquezas bastaban, según ellos, para satisfacer por un periodo determinado las apetencias del capitalismo alemán. La derrota del comunismo era la carta de presentación que según la burguesía alemana garantizaba la neutralidad complaciente y hasta el apoyo activo del resto de las potencias capitalistas al macabro plan anti-soviético que incluía el exterminio total de la etnia eslava, entre otras. Sólo que sus necesarias alianzas con Italia y Japón -y sus propias y previas acciones hitlerianas “pangermánicas” de reforzamiento- condicionaron los objetivos alemanes teniendo entonces que confrontarse en bloque no sólo con la URSS sino primero con Francia e Inglaterra, y finalmente con los EE.UU. Recordemos que los japoneses disputaban con Inglaterra, Francia y EE.UU. sus colonias y áreas de influencia en Asía, coincidiendo sólo con Alemania en su confrontación oriental con la URSS. Por otro lado Italia amenazaba en África con apoderarse de las colonias francesas e inglesas (sin menoscabo de las apetencias que en parte del Magreb representaba el franquismo español aliado tácito de Alemania e Italia). Asimismo, los países balcánicos en proyección hacia el Medio Oriente también se constituyeron en área en disputa entre Alemania-Italia versus Inglaterra.

La historia enseña que una vez desencadenados acontecimientos bélicos éstos generan dinámicas que escapan a la planificación “técnica” de los estados mayores de la guerra, dinamizando contradicciones aparentemente canceladas y haciendo aparecer otras nuevas. Un ataque a Irán de la naturaleza antes señalada podría asimismo desencadenar acontecimientos antes considerados inverosímiles. El asunto se agrava cuando añadimos el factor nuclear. Recordemos que previa la segunda guerra mundial ningún país poseía el arma nuclear. Hoy, por los menos 9 países la poseen (EE.UU., Rusia, Francia, Inglaterra, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte), casi todos geopolíticamente comprometidos y afectados por lo que suceda en Irán.

La pregunta que toda la humanidad se hace es ¿quién detendrá la locura imperial? Sin menoscabo de lo que cada quien aporte desde su país o región, la mayoría de los pueblos del mundo vuelven su mirada hacia Rusia y China esperando que estas potencias hagan a un lado sus intereses egoístas los cuales pudieran haberlas conducido, por ejemplo, a facilitarle las cosas al imperialismo en su bestial agresión a Libia. Pero también es necesario que no nos subestimemos. Cada día es más importante la  aceleración en la construcción de un mundo multipolar, objetivo donde Rusia y China, por las motivaciones que fuesen, juegan un rol estratégico.

Ya no es un asunto de sobrevivencia de la barbarie capitalista o del advenimiento del socialismo. Se trata de la sobrevivencia de la humanidad misma.

INDEPENDENCIA Y PATRIA SOCIALISTA