Mila de Frutos
Kaos en la Red
El cuento
Erase una vez un capitalismo “de rostro humano” que se afanaba y prometía la igualdad entre hombres y mujeres. Dictaba leyes a favor de la equidad en el trabajo, repartía pequeñas ayudas económicas a la natalidad y a las personas dependientes, creaba juzgados contra la violencia de género y abría observatorios para erradicar la denigrante imagen femenina en los mensajes publicitarios y en los medios de comunicación.
Pero como la discriminación sexual y la violencia patriarcal no mejoraban, el movimiento feminista y LGTB seguía lamentándose por la escasez de medidas sociales realmente eficaces. Entonces el capitalismo “de rostro humano” amplió sus horizontes feministas y legisló a favor de las parejas homosexuales y el derecho al aborto, que seguía sin ser libre y gratuito, pero algo mitigaba la opresiva situación patriarcal.
Un día sobrevino la crisis capitalista y el cuento cambió de guión, razón por la cual el capitalismo “de rostro humano” se fue debilitando día tras día, deprimido y aquejado por un virus desconocido, que la medicina capitalista no sabía combatir, hasta que por fin dejó de afanarse y prometer paraísos feministas definitivamente inalcanzables.
La Cenicienta del feminismo
Hay personajes de la realidad que no aparecen en el cuento. Son eliminados del guión por el cuentacuentos oficial, que los considera molestos, indeseables, insignificantes o perniciosos para la moraleja final. Así tenemos por ejemplo al pensamiento comunista, cuya capacidad de análisis político y económico sí había previsto el estallido de esta crisis, la naturaleza del virus autodestructivo y las consecuencias de todo ello para la clase obrera (otro personaje de la realidad desaparecido del cuento).
Desde los tiempos de Engels sabemos que la división sexual del trabajo no es la proyección natural de unas diferencias biológicas, sino una forma específica (entre muchas) de organización de la sociedad. Con Alejandra Kollontay descubrimos que, para la mujer, solucionar la servidumbre familiar es tan importante como la plena independencia económica, por lo que la disolución de la familia (patriarcal) y la supresión de la propiedad privada constituyen el núcleo indisoluble de la liberación femenina.
Así comenzó su andadura el feminismo de clase, un “pernicioso” personaje especialmente repudiado por el cuentacuentos a la vista de su potencial revolucionario. Por ello es la Cenicienta del feminismo, porque es el único personaje del cuento que no se durmió al escuchar la suave melodía de un compasivo capitalismo “de rostro humano”, y decidió mantener la doble batalla contra el monstruo capitalista y la bruja mala patriarcal.
La realidad
En las etapas de expansión económica las clases populares, si luchan, consiguen algunos derechos políticos y sociales que mejoran sus condiciones de vida. Aun con retraso, esas medidas paliativas acaban llegando también a las mujeres en general, e incluso a las trabajadoras en particular. Surge entonces, una y otra vez, el espejismo de un horizonte igualitario por el camino de las reformas y el diálogo entre clases sociales enfrentadas, que acaban sometiendo sus diferencias a un árbitro supuestamente imparcial, que es el Estado y sus instituciones (faltaba esa parte del cuento).
Cuando llega la recesión (que es inevitable porque la crisis no es más que un ajuste imprescindible, única forma de regulación de los desórdenes generados por el propio capitalismo), la clase obrera en su conjunto comienza a despertar, a medir la distancia existente entre la fábula del cuento y la opresiva realidad, no llega a fin de mes, el juzgado le quita el piso porque no puede pagar al banco porque cerró la empresa y se quedó en el paro, y recupera la conciencia perdida en el dulce sueño embriagador de un democrático país de las maravillas sin lucha de clases ni proceso revolucionario, vamos, un inocente paseo por el bosque hasta desembocar (dice la izquierda reformista y el feminismo progre) en una playa mediterránea de libertad y justicia social.
Pero la crisis capitalista, de momento y resumiendo muchísimo, se ha cargado la pequeña ayuda a la natalidad que percibían las mujeres, ha comenzado a desmantelar la exigua red de atención a la dependencia y a las cuidadoras, ha elevado alarmantemente las cotas de violencia patriarcal, privatizado o suprimido servicios públicos que repercuten especialmente en las trabajadoras, porque asumen esa carga que antes resolvía el estado, aprobado reformas laborales y de las pensiones de consecuencias dramáticas para la parte femenina de la clase obrera, cuya posición subalterna en la cadena productiva nos coloca en una situación extremadamente vulnerable…
Todo ello cuando la crisis no ha hecho más que empezar, según las propias estimaciones de los especialistas a sueldo del sistema, que han abandonado ya la peregrina idea-solución de refundar el capitalismo. Y no tienen otra. Por tanto, el único escenario previsible para la mujer trabajadora es el agravamiento de la servidumbre patriarcal, el retorno y endurecimiento de la dependencia económica, la persistencia de la doble jornada laboral, una extrema precariedad en la contratación, nuevas pérdidas de salario femenino (ya de por sí más bajo) y el desmantelamiento de todas las redes sociales abiertas para paliar algunas de las discriminaciones más sangrantes.
Y es que el patriarcado se halla sumamente envalentonado porque la crisis capitalista le impulsa, le protege y avala, mientras el capitalismo se pregunta sorprendido cómo es posible que esa idea tan rentable del patriarcado no se le hubiera ocurrido antes a él.
Y entonces ¿qué hacer?
Las reformas que necesitamos las mujeres para alcanzar una sociedad de personas libres e iguales van en sentido contrario a la realidad que nos impone el capitalismo. Las trabajadoras necesitamos profundas transformaciones estructurales que únicamente un estado socialista puede acometer. Transformaciones tan estructurales y sistémicas como la propia crisis capitalista que asola a buena parte de la humanidad.
Así que, una de dos: o asumimos los dictados de la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional, la banca mundial y el gobierno del estado que salga elegido en las próximas elecciones (y sea cual sea tendrá que aplicar las mismas medidas impuestas por el capitalismo internacional), con la vana esperanza de que la crisis pase pronto y después igual recuperamos derechos y salarios, o comprendemos que la gravedad y complejidad de esta crisis es irresoluble dentro de los márgenes del sistema, que la producción capitalista está acercando al planeta a borde del colapso ambiental y que estamos en una encrucijada histórica en que el capitalismo sale derrotado o la destrucción, la esclavitud y la barbarie serán los nuevos señores del planeta y de toda la Humanidad, un lúgubre escenario en que los problemas de las mujeres poca importancia van a tener para estos nuevos señores, que son los mismos señores de siempre: la banca y el gran capital).
No vamos a engañarnos ni engañar creyendo que el camino al comunismo (la nueva sociedad sin clases explotadas y géneros oprimidos) pueda ser un inocente paseo por el bosque. Sabemos que no lo será. Pero sabemos también que no hay otra salida a la crisis capitalista y que el poder de la clase obrera es inmenso cuando decide organizarse y luchar por un futuro de igualdad y libertad.
En cualquier caso, lo que de ninguna manera podemos olvidar es que la barbarie y la pobreza que nos espera por el camino de la confianza en el sistema y la pasividad, ese sí que no será un paseo por el bosque.