Esther Pineda G.(*)

En nuestras sociedades modernas las muertes con nombre de mujer en su mayoría son perpetradas dentro de una relación sexo-amorosa heterosexual, es decir las mujeres mueren a manos de sus parejas hombres.

La violencia se origina allí donde previamente se han definido relaciones de poder y por tanto relaciones de desigualdad, surge como medio de control y anulación de la otra persona, frente a la amenaza de perdida o declive del poder y la autoridad; es decir, la violencia de los hombres hacia las mujeres se constituye como un mecanismo para recuperar o mantener ese poder en decadencia, la cual se intensificará y profundizará si encuentra resistencia, en este caso llegando a sus niveles extremos y máximas consecuencias, el feminicidio.

Por ello se hace necesario visibilizar que el feminicidio no se origina por la debilidad, inferioridad y pasividad intrínseca de la mujer, como generalmente se suele concebir y representar, por el contrario el núcleo de la relación de violencia y su desenlace en feminicidio radica en la dinámica violencia masculina/resistencia femenina, ésta ultima ligada a una creciente toma de conciencia de las mujeres de su situación y su puesta en práctica mediante acciones emancipatorias.

Sin embargo, al feminicidio continua asignándosele un carácter privado, como hecho aislado que solo involucra a la pareja, independiente de agentes socializadores, cuando en realidad es una epidemia social que continúa expandiéndose producto de nuestra educación, en la cual la mitad de la población (varones) están expuestos a convertirse en feminicidas y la otra mitad de la población (mujeres) expuestas a morir a manos de sus parejas (autor material del crimen) mientras el patriarcado autor intelectual de éstos asesinatos en serie continúa atacando con impunidad.

(*)Socióloga

estherpinedag@gmail.com