Arturo Rey (*)
La creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnología ha sido utilizada como una política propagandística de magnitudes mediáticas sin precedentes en el gobierno de Cristina Fernández.
La presidenta está empecinada en atribuirle a la ciencia características de fetiche para alcanzar el objetivo de crear valor agregado a los productos agropecuarios, que las empresas transnacionales exportan como materia prima y manufacturan en sus casas matrices o subsidiarias deslocalizadas en Asia o Europa del Este o Brasil, luego, nos vnden los productos manufacturados.
La distancia y la brecha tecnológica entre la Trilateral (Estados Unidos, Unión Europea y Japón) y nosotros es de tal magnitud que solo algún científico embaucador pudo haber convencido a Cristina en la atribución de fenómenos “mágicos” a la innovación y el desarrollo tecnológico nacional en el marco de la actual revolución científico-tecnológica, induciéndo a la presidenta a replicar en Argentina el modelo del Norte.
Así debemos indicar que esa Trilateral concentra según la OCDE el 98% de la I+D+I y algo más del 95 % de las patentes que año tras año se generan en el mundo. Esta magnitud hace inocuos los esfuerzos que puedan realizarse copiando a los países del Norte: es lo que Cristina parece no ver todavía. La innovación en Argentina es fundamentalmente extranjera y el crecimiento del 9 % del PBI no es atribuible a crecimiento nacional pues la extranjerización de la industria persiste desde los 90, y no se ha detenido en los 2000.
Es por estos dos contundentes motivos: la baja concentración de medios de producción nacional y la generación de crecimiento de empresas extranjeras (en territorio argentino) que continúa aún una tasa de pobreza difícil de revertir a pesar del supuesto crecimiento a tasas más que chinas.
Esta parte de la historia difícilmente se le haya narrado a la Presidenta, quien se encuentra embelesada con los fenómenos científicos que en realidad, no tiene porque comprender. Si debe comprender que los científicos son seres humanos entrenados en una determinada disciplina como puede ser cualquier otra de características intelectuales, es decir TODAS (salvo que quiera adoptarse como natural una división del trabajo manual y otro intelectual) división ya superada en el nuevo paradigma científico-cuántico-humanista, del que la presidenta es parte, sin saberlo, pues sus buenas intenciones así lo muestran.
El matemático y periodista-escritor Adrían Paenza seguramente no le haya contado que repatriar científicos argentinos que se fueron por decisión propia (del mismo modo que por decisión propia la mayoría se quedó en el país con salarios similares a otras actividades profesionales del Estado argentino), no necesariamente contribuirá a la innovación nacional si no se asegura que los resultados de esas investigaciones se apliquen en empresas nacionales argentinas.
Asimismo, difícilmente sepa que los desarrollos en biotecnología (en realidad agro-tecnología) realizados en el país están siendo destinados a empresas como Monsanto, Nidera o Cargill quienes obtienen estos desarrollos con créditos internacionales (si, internacionales) asignados a los centros de investigación del Conicet o que surgen de dineros del presupuesto nacional.
La obtención de 20 patentes en el exterior (Estados Unidos, Europa) por este organismo estatal de investigación no es garantía de innovación nacional, como no lo es el crecimiento del PBI producto de esta innovación.
Otro error al que el ministro Lino Barañao ha hecho incurrir a nuestra querida Presidenta y del que nadie a su alrededor parece sacar, es el supuesto valor agregado que poseerían los bio-combustibles, de los que ya se sabe (suponiendo que sus asesores le hayan acercado los estudios recontra-probados) producen una mayor contaminación por generación de dióxido de carbono en su producción, que por el dióxido que dejarían de emitir al utilizarse en vehículos o centrales energéticas.
Además, el cultivo de especies dirigidas a los «bio-combustibles» genera presión sobre la ampliación de la frontera agrícola utilizando tierras cultivables que pudieran destinarse a la producción de granos para alimentos y producción de proteína animal con mayor valor agregado natural. A pesar de ello, un gran centro de investigación de biotecnología (y no solo para obtener leche especial para enfermedades infantiles que si está bien) se construirá en el Polo Tecnológico de las ex bodegas Giol en la ciudad de Buenos Aires.
Del mismo modo la creación de desarrollos en nanotecnología motorizada por el ex ministro Lavagna e impulsada por intereses económicos transnacionales no puede considerarse innovación nacional (la nanotecnología también posee riesgos para la salud humana aún no cuantificados por la ciencia), aunque esto seguramente también desconoce la Presidenta de todos los argentinos.
La ciencia y la tecnología (del mismo modo que se ha logrado con la economía) debe subordinarse a la política, la soberanía tecnológica debe contribuir al desarrollo económico, social y cultural de los argentinos.
(*) Jubilado de Exactas