Hace unos días vi la película “Estallido”, de Wolfang Petersen. No es una buena película, simplemente una correcta película de alto presupuesto que pretende entretener y decirnos que, pese a las inmensas canalladas que se traman en la Casa Blanca, el Pentágono y la Cía, la democracia americana siempre tiene recursos, aunque en este caso sean héroes individuales que actúan contra la nomenclatura, para hacer que al final impere la razón y la justicia. Evidentemente, tras un principio bien intencionado –denunciar los ensayos médico-bacteorológicos llevados a cabo por científicos a sueldo del ejército yanqui en África para obtener un arma de terrible eficacia mortífera: Son muchos quienes dicen que de esos experimentos nació el SIDA-, con malos malísimos y unos cuantos buenos que al final vencen, después la película cae en una serie de torpezas argumentales plagadas de elementos demagógicos que la hacen poco o nada creíble, incluido su típico-tópico final feliz.
No la vi intencionadamente, sino por azar, en uno se esos días en que apetecen pocas cosas, le das al mando y te quedas con lo que crees menos malo. Tampoco quería hablar de cine. Si hablo de ese film es porque colateralmente se plantea una cuestión eternamente actual: ¿Qué es ser débil y qué es ser fuerte? Un virus manipulado y mutado se propaga como la gripe por Estados Unidos, amenazando con acabar con todos sus habitantes en 48 horas. El virus está localizado en un pequeño y tranquilo pueblo de la América profunda. Un grupo de generales con mando en plaza, es decir en la nomenclatura, deciden que la solución es borrar del mapa al pueblo con todos sus habitantes, pero uno de los médicos militares que ha participado en los experimentos se niega a esa solución final y se rebela contra sus superiores alegando que eso es un simple asesinato en masa que está terminantemente prohibido por la Constitución, siempre que se trate de ciudadanos norteamericanos, en otro caso la Constitución lo permite todo. Dustin Hoffman, que es el renegado, es acusado de débil por sus superiores, quienes hablan de la fortaleza como carácter principal del buen soldado. Fortaleza, disciplina y pragmatismo son las insignias que cubren el pecho del militar norteamericano, insignias que han colocado a ese gran país a la cabeza de las naciones del mundo. Los que dudan, los que se plantean desobedecer órdenes que conducen al genocidio, al asesinato en masa, al extermino, a la tortura, no son verdaderos americanos, sino personas débiles que deben ser depuradas inmediatamente para que la máquina de matar pueda seguir funcionando como un reloj suizo de cuando los suizos hacían relojes suizos que funcionaban como un reloj.
Y, ¿qué es ser débil según el discernimiento de quienes hasta ahora manejan el mundo? Ser débil es, por ejemplo, ser de izquierdas, creer que todos los seres humanos somos iguales ante la ley, que los más necesitados precisan de la ayuda de la sociedad en su conjunto para tener la oportunidad de que sus carencias o dificultades no conviertan su vida en un valle de lágrimas, no por dadivosa decisión individual, sino por justicia, por ley democrática; ser débil es oponerse a la guerra, cualquiera que sea su forma, pero sobre todo a la guerra de aniquilamiento, a la guerra económica –que lo son todas-, a la guerra de predominio, a la guerra como antesala del botín y el despojo; ser débil es dudar, dudar de que exista un pensamiento único e inamovible, dudar de que no sea posible otro mundo en el que la explotación, el hambre, el despilfarro, la depredación, la estafa, el asesinato impune, el clasismo, la xenofobia y la marginación no sean las monedas de cambio habituales; ser débil es amar la libertad y negar decididamente que el fin justifique los medios, que existan personas con más derechos que otras, que el hombre pueda exterminar a otras especies del planeta, negar el poder a los poderes establecidos, civiles, militares, financieros y eclesiásticos de la marca que sean. Ser débil, en fin, es creer que la libertad, la igualdad, la cultura y la justicia social son los valores más grandes que posee el ser humano, que por ellos es justo dar la vida, que por ellos es preciso luchar hasta quedar extenuado, agotado, agonizante, que ellos son el único camino para que podamos dejar a quienes vienen tras nosotros un mundo encarrilado hacia la felicidad, concepto éste que nada tiene que ver con la posesión de cosas, sino con el desarrollo de todas las potencialidades Humanas que yacen en nuestro interior enterradas bajo miles de toneladas de basura y excremento alienante.
¿Ser fuerte? Bueno, ser fuerte es eliminar a una población entera sin que te tiemble el puso, porque piensen diferente, porque no caigan bien, por ambiciones o intereses personales, por el color de su piel, por su religión o por sus costumbres; ser fuerte es pensar que aquellos que murieron sin saber por qué bajo las bombas de desconocidos con nombre y apellidos en España, Congo, Vietnan, Afganistán o Irak, eran, como decía Orson Welles subido a la noria del Prater vienés en “El Tercer Hombre”, sólo hormigas; ser fuerte es vivir despreocupado de la desgracia ajena, del dolor del prójimo, del hambre que asola buena parte del planeta, es pensar que tienes más derecho a la tierra que pisas por haber nacido en ella que quien viene de otro país en busca de sustento o de libertad, es dormir a pierna suelta después de haber explotado, extorsionado, depredado, especulado, torturado o matado; ser fuerte es inculcar a los hijos esos mismos valores de “fortaleza” para que el día de mañana puedan ser tan cabrones como tú mismo, contra todos los demás.
Hoy día recibimos una enorme cantidad de información, las más de las veces, sesgada. Pese a los filtros, la verdad, o parte de ella, termina por aparecer si se busca. Es una debilidad de consecuencias temibles buscar la verdad, luchar contra la injusticia y la barbarie, pero además de una debilidad –según los cánones impuestos por los fuertes y compartidos por muchos más-, es un error, pues quienes se preocupan, se irritan o se rebelan contra la injusticia, tienen muchas más posibilidades de ser infelices, de sufrir, de vivir insatisfechos en la impotencia que quienes ven la vida pasar sin dedicar un segundo a lo que ocurre a su alrededor, sin plantearse ni una sola vez el por qué de tanta barbarie premeditada, de tanto abuso insensato, de tanta crueldad. Hasta el punto de que hoy muchos psicólogos y psiquiatras del primer mundo, ponen en práctica estrategias conductitas encaminadas a librar a sus pacientes de cualquier influencia negativa, bien provenga de los medios de comunicación, de los amigos débiles o de la calle, recomendándoles que busquen personas fuertes, siempre positivas, que banalicen lo que pasa en el mundo, que sean capaces de abstraerles de la realidad y de insuflarles energía y autoestima. En la actualidad, ser ciego, sordo y mudo, no es signo de sumisión, sino virtud, fortaleza, una cuestión de salud personal.
Sin embargo, hay quienes preferimos ser “débiles” aún a sabiendas de que nunca fue fácil la vida de los “débiles”, de que es mucho más intensa y jodida que la de los otros, los pasajeros de la vida obdediente, fácil e inane. Porque pensamos que se vive una vez para ver la vida de frente, porque pensamos que no podemos apretar gatillos, porque creemos que se disfruta mucho más de la vida siendo solidario, luchando por la justicia y la libertad en todas partes del mundo, que especulando, marginando o rebuznando; porque todavía creemos que la “Victoria Samotracia”, un poema de Cernuda y el pino Galapán son más bellos que el más eficaz de los motores Porsche; porque no ciframos nuestra felicidad en nuestra superioridad sobre nadie ni en el egoísmo ni en las terapias positivistas, sino en la lucha por un mundo mejor, desde el trabajo, desde estas páginas o desde el mismísimo infierno. Y si ser débil es desobedecer al que manda matar, explotar, diezmar o marginar, no desear riquezas ni compartir mesa con indeseables, combatirles, uno es débil y está con los débiles con todas sus fuerzas.
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