Juan Torres López
1. Europa en el abismo.

Las autoridades europeas, la Comisión y el Banco Central Europeo, están llevando a Europa al borde del abismo. Se habla todos los días de la situación extrema de Grecia, pero no es solo ese país el que está siendo literalmente saqueado y arruinado por las desastrosas medidas que se están aplicando para salvar los intereses de los grandes grupos financieros y empresariales europeos. Son muchos más.

Las políticas “de austeridad” son meros recortes en el gasto social y en los salarios directos e indirectos y diferidos (sanidad, educación, pensiones…) orientados a limitar el disfrute de derechos sociales conquistados hace décadas con gran esfuerzo por las clases trabajadoras en beneficio de los grandes capitales. Y día a día estamos viendo que de esa manera no solo no se sale de la crisis sino que, por el contrario, están provocando una nueva recesión que incluso denuncian organismos internacionales neoliberales como el FMI o Estados Unidos porque no les conviene que Europa llegue a una situación de impago generalizado como la que se nos viene encima.

Las autoridades europeas están siendo incapaces de asegurar la financiación a las empresas a pesar de haberles dado cientos de miles de millones a los bancos, de modo que miles de ellas siguen cerrando y generando más desempleo y una situación de deterioro productivo que pronto puede llegar a ser irreversible.

Sin reformas que garanticen una nueva forma de actuar del sistema financiero y sin impulso público que sostenga a la actividad empresarial y al consumo hasta que se recuperen por sí solos, las autoridades europeas están generando un problema fatal de demanda.

Y cayendo día a día la actividad y por tanto los ingresos, la deuda sigue aumentando sin cesar mientras que la complicidad del Banco Central Europeo con los bancos privados deja a los gobiernos en manos de “los mercados”, encareciendo la ya de por sí dificultosa y escasa financiación y provocando una gigantesca amenaza que ya es prácticamente una realidad: Europa no puede pagar la deuda que acumulan sus gobiernos y empresas y familias. Es materialmente imposible que puede hacerse y mucho menos con la pérdida de ingresos que se produce en los países más endeudados como consecuencia de las políticas que se están imponiendo.

Y para colmo, no solo no se resuelven los gravísimos problemas económicos que se extienden como una mancha de aceite por toda Europa, sino que las instituciones resultan impotentes, incapaces de coordinarse con efectividad, de transmitir liderazgo y confianza a ciudadanos y empresarios y de tomar decisiones con rapidez y eficacia. La inicial crisis financiera se ha convertido finalmente en una auténtica crisis política que paraliza a Europa que pone en peligro su estabilidad social y que puede llevarnos a un conflicto de grandes proporciones.

 

2. No hay solución en el marco político en el que quieren moverse los dirigentes europeos.

El empecinamiento en mantener las políticas de recorte de gasto social y los privilegios a la banca impide que los problemas económicos de las economías europeas se puedan resolver, ni siquiera con los sacrificios cada vez mayores que se les están imponiendo a la población.

Que nadie se engañe. Es materialmente imposible salir del agujero en el que nos encontramos con las políticas que se están aplicando. Estrujar hasta la extenuación a los países y a los pueblos, como en Grecia, Irlanda, Portugal, Rumanía u otros muchos de la Unión solo están produciendo una destrucción fatal y quizá permanente de sus aparatos productivos y una quiebra social sin precedentes en nuestro continente. Abortando sus mecanismos de generación de ingresos es una estupidez pensar que los países endeudados puedan pagar la deuda y salir adelante.

Hablemos claro. No se trata solo de errores doctrinales. La insistencia de los grandes grupos financieros en imponer a Grecia y otros países medidas cada día más restrictivas y antisociales son ya conductas sencillamente criminales que hay que repudiar por inútiles y por salvajes. No hay derecho al ensañamiento vil de los poderes financieros. No tienen derecho a destrozar las economías y a arruinar a los pueblos de la manera en que lo están haciendo y las autoridades Europas deben dejar ya de actuar como sus siervos para imponerlas sin piedad.

Estas medidas no pueden resolver los problemas que hay sobre la mesa sencillamente porque estos derivan de fallos estructurales en la construcción de la unión monetaria, o mejor dicho de fallos “estratégicamente” estructurales porque responden a un diseño deseadamente imperfecto desde el punto del equilibrio y la justicia global pero que garantizan unas condiciones inmejorables para el capital europeo. Me refiero, por ejemplo, a la falta de mecanismos de coordinación de las políticas económicas, a la ausencia de una hacienda europea y de un presupuesto suficiente, a la renuncia de disponer de un auténtico banco central que financie a los estados cuando estos lo necesiten para no hacerlos esclavos de la banca privada, a la falta de supervisión financiera centralizada que hubiera impedido los desmanes de las entidades financieras, o de instituciones que garanticen la gobernanza democrática y el control efectivo de los poderes informales que se superponen sobre las instituciones representativas. Y eso por no hablar de la falta de pluralismo y del fundamentalismo que guía las políticas que se vienen llevando a cabo a pesar de que la realidad muestra día a día que no son las adecuadas para mejorar el rendimiento económico y mucho menos para aumentar la equidad y los equilibrios territoriales y personales en los distintos países y en el conjunto de la Unión.

 

3. El mal diseño del euro produce más inconvenientes que ventajas.

Los daños que está produciendo en los últimos años el defectuoso diseño de la unión monetaria, o mejor dicho, su diseño orientado simplemente a proporcionar un área de óptima rentabilización a los capitales, están empezando a ser ya insoportables.

Es verdad que la pertenencia al euro ha conllevado muchos beneficios. Ha proporcionado sinergias, ahorro de muchos costes, intercambios muy fructíferos, empuje acelerado y modernidad a estados más atrasados, referencias inexcusables para mejorar estándares de vida, de emprendimiento e innovación, e ingresos para poder abordar en muy poco tiempo transformaciones que hubiera costado decenios llevar a cabo sin el euro. Y es cierto también que ha proporcionado un encuadre más seguro a las economías más atrasadas que se han podido aprovechar de la seguridad que da “viajar” de la mano de economías tan potentes como la alemana o incluso la francesa en el seno de una zona que estaba llamada a ser uno de los grandes ejes del desarrollo y la prosperidad mundial.

Pero la realidad es que esas ventajas palidecen si se tienen en cuenta otros problemas derivados, como acabo de señalar, de haber puesto la unión monetaria al servicio de los grandes capitales y de su renuncia a avanzar hacia la conformación de un espacio auténticamente integrado y equilibrado.

Los países de la periferia hemos perdido nuestros mejores activos y el control de nuestras principales empresas y redes, que hemos tenido que vender a los capitales europeos más potentes, y así, nuestras economías son ahora mucho menos competitivas y está mucho más concentradas en torno a grupos de poder y decisión cuyos intereses nada tienen que ver con el desarrollo de nuestras capacidades productivas o con el aumento de nuestros ingresos.

Nuestras grandes empresas se han beneficiado de formar parte del espacio común que les ha dado alas para saltar al global pero eso ha supuesto pérdida de empleos, extraversión de ingresos y renuncia a nuestra capacidad de decisión sobre intereses nacionales estratégicos.

Hemos recibido muchos ingresos de Europa pero no han servido para reducir significativamente nuestros deficits sociales ni para reducir nuestras desigualdades. Todo lo contrario. Hemos perdido capacidad de maniobra y ahora hemos de nadar con las manos y pies atados justamente cuando las aguas se ponen más bravas y difíciles.

Es verdad que todo ello ha sido también por culpa nuestra. No podemos responsabilizar de todo a Europa. Pero no lo es menos que en el marco en el que actualmente se mueven las políticas europeas resulta muy difícil hacer otra cosa. El discurso oficial precisamente se basa en difundir la idea de que “lo impone Europa” y que es “imposible” llevar a cabo otras políticas que nos sean las que dictan sus autoridades.

Por eso hay que acabar con aseveraciones que solo son verdades a medias. Se podría haber avanzado por otros caminos sin necesidad de haber roto con Europa: incrementando la justicia fiscal, modificando nuestras prioridades y especialidades productivas, aumentando la inversión en el gasto público y social necesario para impulsar la actividad productiva y la vida empresarial creadora de empleo y, sobre todo, se podría haber actuado con mayor independencia respecto a los centros de poder de Europa levantando nuestra voz en lugar de limitarnos a ser siervos obedientes de los grupos de poder económico y financiero que dominan las instituciones europeos.

Dicho de otro modo: los dos partidos que se han alternado en el gobierno en estos últimos años podrían haber sido más fieles a los intereses nacionales y haberlos defendido en Europa en lugar de ceder España al capital extranjero, como han hecho de la manera más explícita mediante privatizaciones y aplicación de normas en su beneficio. Y el resto de las fuerzas sociales deberíamos haber estado más acertados a la hora de impulsar la lucha contra todas las injusticias y daños que ha provocado nuestra inadecuada entrada en el euro y los efectos que hemos venido padeciendo por culpa de ello.

 

4, Ha llegado el momento de hacerse oír.

La situación europea que está creando la crisis política que se añade a la financiera y económica es de emergencia.

A punto de entrar en otra recesión, con una deuda gigantesca que es imposible pagar, como he señalado, y sin capacidad efectiva de decisión política por parte de las autoridades europeas (como demuestran las idas y venidas, las contradicciones y retrasos continuos en la toma de decisiones y en su aplicación) solo queda como alternativa a corto plazo para evitar el derrumbe definitivo de Europa tomar medidas urgentes como las siguientes:

a) Que el Banco Central Europeo se haga cargo de la financiación de la deuda de los estados. Que se organice una quita o reestructuración generalizada de toda ella y que se planee un plan de pagos a medio y largo plazo que no lleve consigo la ruina de Europa sino que garantice la generación de ingresos en todos los países. Dicho con palabras que todo el mundo entiende: tal y como salvaron antes a los bancos, tienen que salvar ahora a los pueblos, a las pequeñas y medianas empresas y a los autónomos que crean empleo y a las economías en general.

b) Debe crearse una institución pública financiera en Europa que inmediatamente garantice recursos a empresas y consumidores.

c) Ha de ponerse en marcha un plan urgente de reactivación de la actividad basado en el impulso de nuevas líneas productivas. Una especie de “Plan Marshall” europeo que posiblemente debería contar con el apoyo internacional en el marco de acuerdos globales sobre nuevos estilos de gobernanza, política y justicia global.

d) Igualmente, es imperioso llevar a cabo un plan urgente de fortalecimiento democrático de las instituciones europeas y de coordinación de las políticas que permitan aplicar todo lo anterior, sobre todo, limitando el poder financiero y la influencia decisiva que viene teniendo las operaciones especulativas.

Soy consciente de la dificultad de poner en marcha planes como estos. Mejor dicho, estoy completamente seguro de que no se van a llevar a cabo mientras predominen los intereses que hoy día gobiernan Europa y mientras que los poderes que la dominan no tengan enfrente, en la calle y en las instituciones, contrapesos contundentes y de suficiente envergadura.

Por eso creo que a estas alturas ya no basta con reclamar estas medidas y ni siquiera con esperar o confiar en que la sensatez o el duro enfrentamiento con la realidad obligue a modifique su actuación a las autoridades europeas. No creo mucho en los milagros.

Hay que forzar la situación y al mismo tiempo hay que evitar que el tsunami que están provocando las desastrosas políticas de los poderes europeos nos arrastren. Por eso creo que la mejor alternativa para la economía española es salir del euro. Se que se trata de una posibilidad ni siquiera contemplada en los tratados pero que, en ese caso, se puede adoptar sencillamente como una alternativa de facto. No es ninguna opción irreal ni nos llevaría al desastre. De hecho, si no cambia la orientación de las políticas actuales (y no cambiarán sin medidas de presión como la amenaza de que países como España digan ¡Basta ya!) terminaremos todos fuera del euro. Pero saliendo deprisa y corriendo, con el rabo entre las piernas y huyendo de la quema.

Juan Torres López (www.juantorreslopez.com). Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla.