Los casos de Bahréin y Omán son los más significativos. Ambos países vivieron protestas prodemocráticas en febrero contra sus regímenes. Con la colaboración de Arabia Saudí, Bahréin aplastó ferozmente las revueltas, impulsadas por la mayoría chií y en las que murieron al menos 40 personas y otras 1.500 fueron detenidas.
El rey Hamad bin Isa al Jalifa, de la minoría suní, se comprometió a ceder poder político a la oposición chií, que está excluida de toda capacidad legislativa en el Parlamento. Las promesas del monarca no se materializaron, lo que despertó la ira de los chiíes y su principal organización política, que boicoteó las elecciones legislativas parciales del 24 de septiembre. Desde la celebración de los comicios, que contaron con una participación mínima del 17%, un centenar de activistas han sido condenados por participar en las protestas.
Aliados de EEUU
Las revueltas en Omán fueron mucho más tranquilas, pese a que cinco personas perdieron la vida. Igual que Bahréin, Omán es un fiel aliado de Estados Unidos y Arabia Saudí y su ubicación es estratégica, en plena ruta de cargueros petroleros.
Como en el resto de países del Pérsico, la oposición es perseguida en Omán y los partidos políticos están prohibidos. Las autoridades cerraron en septiembre un diario que acusó de corrupto al ministro de Justicia. En Emiratos Árabes Unidos, cinco personas están siendo procesadas por insultar a la élite gubernamental; mientras que Kuwait ha condenado a 40 personas que mandaron mensajes insultantes en Twitter.
Las elecciones legislativas en Emiratos y las municipales en Arabia Saudí también fueron una farsa, al carecer los políticos electos de poder de decisión.