Soberbios pueblerinos vaticinan el inminente derrumbe del capitalismo, sin percatarse de que también, bajo sus pies, el piso se resquebraja.
Ariel Hidalgo
Kaosenlared
Hay quienes viven en medio de las tinieblas. Miran y no ven, escuchan y no oyen, y si alguien les habla de lo que ocurre a su alrededor, los acusan, en el mejor de los casos, de fantasiosos o locos, y en el peor, de agoreros malintencionados. Son como soberbios pueblerinos confiando ciegamente en que la villa donde campean por sus respetos permanecerá incólume en medio de un mundo en el cual resuena ya la trompeta del juicio final, celebrando alborozados las multitudinarias manifestaciones de indignados en casi todo el mundo y vaticinando el inminente derrumbe del capitalismo, sin percatarse de que también, bajo sus pies, el piso se resquebraja.
Cuando se les desnuda en público con una lógica que supuestamente debían conocer muy bien -con el método de análisis marxista-, para llegar a la conclusión de la inexistencia del socialismo que dicen defender, no se molestan en intentar rebatir los argumentos expuestos (léase del autorhttp://www.kaosenlared.net/noticia/solo-nueva-revolucion-podra-evitar-
Pero hay verdades tan evidentes que no pueden ocultarse como el sol en un día despejado. No es el bloqueo lo que tiene al sistema al borde del abismo del que el propio Raúl Castro advertía el pasado mes de diciembre y del que el propio Fidel alertaba: que la “revolución” y el “socialismo” podían ser destruidos, no por el imperialismo o por agresivos grupos de Miami, sino “por nosotros mismos”. Lo que se tambalea, realmente, es en general toda la sociedad industrial, de la que no pueden excluirse los regímenes unipartidistas de monopolio de Estado centralizado. De hecho ya empezó a derrumbarse en 1989 con el desmoronamiento de la mayoría de esos regímenes gracias, no a Reagan o al Papa, sino desde dentro, por ellos mismos.
Por supuesto que tampoco triunfó el capitalismo sobre el socialismo como clamaba de forma triunfal la derecha neoliberal, porque no fue derrotado un modelo socioeconómico por otro, sino que se inició el derrumbe de toda la sociedad industrial comenzando por su ala más débil. No acababa de desintegrarse la Unión Soviética a principio de los 90, cuando la burbuja neoliberal explotaba con las sucesivas crisis económicas en diferentes regiones del mundo. Y finalmente desembocamos en la gran recesión mundial del 2008. Pero ahora, ante el cuadro de oleadas de manifestantes en todo el mundo capitalista, son los defensores de los regímenes sobrevivientes del mal llamado socialismo real los que se ufanan y vaticinan el triunfo de ese “socialismo” sobre el capitalismo. Está bien alegrarse porque esas movilizaciones son los anuncios de una Era futura, pero no caer en la ingenuidad de creer que una moneda puede hundirse en el lodo sólo por una de sus caras y la otra quedar impecable.
¿Qué es la sociedad industrial? Pues aquella nacida hace más de tres siglos sobre los escombros de la sociedad agraria, al ritmo de retumbes de cañones fabricados en los talleres de la naciente industria bélica, y humeando como los trenes engendrados por las máquinas de vapor. Basada principalmente en la industria fabril, esa sociedad se caracteriza por el sistema de pago asalariado en las relaciones económicas, donde los desposeídos, obligados a venderse como mercancía para sobrevivir, se someten a un patrón ambicioso o a un funcionario estatal, a una trasnacional o a un Estado totalitario; y en lo político, por el predominio partidista, no importa si se trata de muchos partidos o de un solo partido. Que el jornal lo pague un terrateniente abusador o un burócrata corrupto, un capitalista ambicioso o un funcionario inescrupuloso, no importa. Lo que importa es que el campesino no es dueño de la tierra; ni el obrero, de la fábrica. Y si el ciudadano se ve obligado a escoger entre candidatos de diferentes partidos previamente sobornados por los poderosos mediante contribuciones de campaña, o simplemente a ratificar a un candidato único impuesto por la cúpulaunipartidista, tampoco importa. Lo que importa es que no es él quien controla la maquinaria electoral para la selección de sus legítimos representantes.
Si bien el desarrollo de las fuerzas productivas generaba entonces una tecnología tendiente al gigantismo y a los grandes conglomerados de operarios, la tendencia actual de ese desarrollo, con la invención de los circuitos integrados que posibilitó las computadoras personales, es a la pequeñez, a la individualización y a la autosuficiencia ciudadana, donde cualquiera con una computadora puede crear su propia empresa, y donde el capital humano se valora mucho más que los propios medios de producción. Las estructuras monopólicas centralizadas y verticalistas tienden a ser suplantadas por otras estructuras descentralizadas y horizontales; el sistema salarial, por el reparto de ganancias, el mecanismo partidista por el voto directo en circunscripciones vecinales y centros de trabajo sin interferencias de organismos centrales, y la información deja de ser monopolizado por élites de poder.
Si los trabajadores son siervos explotados por el Capital, en Cuba la meta de que el proletariado sería dueño de los medios de producción no pasó de ser mera consigna demagógica. Todos los bienes de producción pasaron de unas manos a otras, pero nunca a las de aquellos que los hacían producir. Pasaron del control del Capital al control del Estado, de manos de la burguesía a manos de la burocracia estatal. No importa que el Estado actúe como el “buen” patrón que sin dejar de explotar a sus empleados, paternalmente les regala aguinaldos el fin de año. El salario siguió siendo el precio de la fuerza de trabajo, como en los tiempos en que Marx denunciaba que el trabajador se hallaba convertido en mercancía. La trompeta también sonará en la comarca donde estos arrogantes pueblerinos se alegran de las tribulaciones del mundo, y muy pronto verán las marejadas de indignados agolpándose también ante sus propias puertas.
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