Las conquistas materiales junto a la transformación de las relaciones de producción, distribución y consumo de bienes necesarios para una vida digna son imprescindibles porque son la fuente de la injusticia y la base generadora de la conciencia, eso nadie puede ponerlo en duda, pero “en vano se esfuerzan los albañiles si no colocan los cimientos de la casa” y el cimiento de la casa es el rescate de cuanto de humano hay en el hombre, el cimiento está en la conversión del hombre “lobo del hombre” en el hombre hermano del hombre. Es por tanto una batalla que trasciende “el cuchillo y el tenedor” para colocarse en el orden superior de la espiritualidad humana, de lo cultural, de lo ético aplastado por la cultura capitalista. Si nos empeñamos –aún con éxito- en satisfacer necesidades materiales sin abordar la espiritualidad del ser humano que disfrutará de esas conquistas estamos perdidos. Si no superamos el carácter transaccional –me das y te quiero, me fallas y me voy con el enemigo- estaremos criando cuervos.
El reformismo pequeñoburgués es muy hábil en sus estrategias diluyentes de la espiritualidad socialista que termina llevando aguas a los molinos del capitalismo. Siempre dispone de atractivos estratagemas para presentar sus propuestas como deseables, amables y pertinentes para el pueblo más humilde. No demanda sacrificios, ni disciplina, ni abnegación, ni generosidad, ni conciencia del deber social. Un irresistible veneno para conciencias débiles y colonizadas por siglos de moral capitalista. No podemos evitar que seamos lo que hemos aprendido y hemos aprendido –por milenios- a tener éxito vendiéndonos como mercancía. Hemos aprendido a tener éxito en la medida en que dejamos de ser humanos y devenimos en mercancía de cambio y con precio. Hemos aprendido que para malvivir hemos de vender nuestro tiempo, nuestra vida, nuestras esperanzas y nuestros sueños.
La batalla es, por tanto, muy dura y no se ganará jamás con sucedáneos y concesiones a la espiritualidad capitalista basada en la cosificación del espíritu. La Revolución tiene que combatir con las armas afiladas e irresistibles de su espiritualidad. Todo tiene que estar impregnado de ella. El trabajo, la educación, el arte, la música, la poesía, la literatura, el deporte, la convivencia en el barrio, todo… La Revolución debe superar la postrada condición de hombre-mercancía, de hombre-transacción, de hombre-consumidor y hacer descubrir en él, el hombre pleno, el hombre solidario, el hombre capaz de trascenderse a sí mismo en el encuentro con su condición humana cercenada por el capitalismo.
La Revolución debe avanzar por encima de los cosméticos y los afeites del reformismo hasta derrotar la cultura y el sistema capitalista. A la batalla debemos ir con las armas vivificadoras y redentoras del Socialismo. No debe haber lugar para matices o medias tintas, o se está con el imperio y la burguesía o se está con la patria, con la Revolución y con el socialismo. En la trinchera de las ideas, con claridad y firmeza, en la otra trinchera, en la de las conspiraciones, invasiones, o incluso en las elecciones, con nuestra firmeza ideológica, con conciencia de clase blindada, sin blandenguerías ni concesiones pequeñoburguesas. Cuando el Libertador emprendió la heroica tarea de derrotar al imperialismo español lo hizo deslindando los campos entre los partidarios del imperio y los patriotas. Entendió claramente que esa delimitación de trincheras era imprescindible. El decreto de guerra a muerte es una prueba palpable. De esta manera derrotó las conciliaciones con la esencia del imperio: su sistema. Nosotros debemos hacer exactamente lo mismo: deslindar las fronteras. Somos socialistas y anticapitalistas, somos patriotas y antiimperialistas. No debemos dejar lugar para las vacilaciones entreguistas. El capitalismo no tendrá piedad para arrasarnos y masacrarnos en cuanto encuentre la primera oportunidad. (Libia es un libro abierto)
CON CHÁVEZ HACIA EL SOCIALISMO
¡SOCIALISMO O BARBARIE!
¡VENCEREMOS!