Marcelo Zugadi


¿Está Argentina ante un viraje del gobierno en su orientación política? ¿Determinará la retracción económica local ya en curso, sumada al impacto necesariamente creciente de la recesión mundial, un giro que lleve al próximo gobierno a cambiar su relación con las masas? Dicho de otro modo: ¿se prepara el kirchnerismo para afirmar un régimen de dureza creciente contra las masas en general y los trabajadores en particular?

Hace algo menos de ocho años un sector del infantoizquierdismo descubrió que se iniciaba lo que denominó «una escalada represiva». Arrastrados por el impresionismo, algunos activistas sacaron conclusiones a partir de esa afirmación y se lanzaron hacia la nada en un alarde de ceguera, denunciando al gobierno por lo que no hacía …ni podía hacer.

Quienes advierten acerca de la inminencia de un período de acoso y violencia contra el activo obrero clasista ¿repiten ahora aquella conducta pueril, o acaso hay fundamentos para tomar en serio esa perspectiva? El cuadro nacional e internacional ha cambiado y es pertinente replantear la pregunta.

En aquella oportunidad la UMS sostuvo que no había en el horizonte cercano nada parecido a una «escalada represiva». Que la democracia burguesa es una dictadura de clase y, cuando resulta necesario, las clases dominantes utilizan la fuerza para sostener su orden. Que el carácter del régimen de entonces, con Néstor Kirchner como presidente, sin piso bajo los pies en ningún sentido, excluía en grado absoluto la posibilidad de que el capital pudiera enfrentar a las masas a través de él. Que la burguesía no necesitaba chocar con las masas y apelar a la represión en el cuadro de situación de aquel momento, dada la completa confusión, desagregación y parálisis del movimiento obrero como tal. Y que si acaso esa situación cambiara -lo cual considerábamos improbable- el gobierno de Kirchner no sería apto para cumplir con los requerimientos del capital y sería reemplazado.

A la línea que pretendió aparecer como «revolucionaria», contra lo que supuestamente habría sido una vacilación de la UMS frente al gobierno, opusimos una caracterización minuciosa de la naturaleza de clase del denominado «kirchnerismo», sobredeterminada por su condición específica, signada por el hecho de no ser parte de, ni representar a, ningún sector fundamental de la burguesía local o extranjera, no tener partido ni organización propia, depender en altísimo grado de la burocracia sindical, estar compelido a mantener siquiera el respaldo pasivo de las mayorías so pena de ser inmediatamente desplazado por los sectores burgueses en pugna y depender para ello, además, de la relación con los gobiernos de izquierda en la región, en particular el de Venezuela, para sostener y eventualmente fortalecer su relación con las mayorías.

Lejos de reprimir, el gobierno debía para eso disfrazarse con el atuendo que menos le cabía: el de defensor de los derechos humanos. Y lo hizo. En el mar de confusión creado por pseudodirigentes de izquierdas, y apelando al dinero en cantidades escandalosas, corrompió organizaciones y cuadros y logró lo inimaginable: aparecer como adalid de la lucha contra la dictadura y la represión. Con el mismo descaro se presentó como defensor de la soberanía, tras haber sido parte activa y fundamental en la privatización de YPF y la rebatiña general de los 1990.

Aquella caracterización delirante que en 2004 veía una escalada represiva fue un factor clave en el posterior desastre político, sin precedentes en nuestra historia, que aniquiló como alternativa a las organizaciones de izquierdas, desmoralizó a miles de militantes, alentó los peores vicios en el activismo y permitió que la camarilla gobernante pudiera rasguñar primero y mantener después respaldo electoral y político crecientes.

No hay acción revolucionaria sin teoría revolucionaria, sostenía Lenin. Falta decir que charlatanes e irresponsables, aunque sólo actúen movidos por la necedad, colaboran de manera inestimable con la acción contrarrevolucionaria.

Capitalismo y represión
Julio Jorge López, cientos de activistas enjuiciados, numerosos hechos de neto contenido fascista (utilización de obreros o lúmpenes para enfrentar violentamente diferentes expresiones de descontento o resistencia) y 14 muertos en luchas sociales en el último año y medio, no cambian el carácter de este gobierno. Aunque a quienes engulleron el cuento de la democracia sin apellido les resulte incomprensible, esa represión limitada y acotada es parte inseparable del sistema y en tales magnitudes no requiere un cambio de régimen.

Más aún: el gobierno bajo cuyo ejercicio -y en más de un caso por su directa responsabilidad- se cometieron estos crímenes, continúa gozando del apoyo del establishment de los derechos humanos y… gana elecciones con la mitad de los votos válidos, a mucha distancia de cualquier oposición burguesa y sin existencia real de un desafío revolucionario.

Ahora bien: el cuadro de situación ha cambiado y lo hará mucho más en el próximo período. La UMS se equivocó en diciembre de 2009 cuando previó una reactivación importante del movimiento obrero durante el año siguiente. No hubo tal respuesta. Mediante paritarias el sector formal del proletariado tuvo un incremento salarial incluso superior al de la inflación. El sector informal alcanzó aumentos menores, pero sin organización y con dádivas diferentes se mantuvo encuadrado. El crecimiento económico sostenido y el consecuente aumento de la demanda de mano de obra contribuyó a la quietud. La mantención de subsidios a transporte y demás servicios públicos hizo el resto. La pobreza aumentó y la marginalidad volvió a crecer en cientos de miles de personas. Pero el paralelo crecimiento de la riqueza, acompañado de la ausencia de una propuesta revolucionaria audible y creíble para las masas, convirtió el desastre social creciente en un problema policial: acabar con la inseguridad.

Mientras tanto, el conjunto de las fuerzas políticas -y buena parte de las sindicales- continuó disgregándose. Todo desembocó en la victoria de la candidata oficialista en las pseudo primarias del 14 de agosto y, según las encuestas, se consumará el 23 de octubre con la reelección de Cristina Fernández. Pero la fase diferente en el curso político de estos años no esperó resultados comiciales y no aguardará a la reasunción formal el 10 de diciembre. Hay ya una nueva realidad económica. E inexorablemente aparecerán los brotes de una nueva realidad política.

Cambio de ciclo en la economía
Aunque todavía no es perceptible a simple vista, ya se produjo un cambio de seguras consecuencias: la economía argentina se desaceleró y no hay perspectivas de que retome un ritmo de crecimiento como el vivido en los últimos 9 años. Con diferentes guarismos fuentes oficiales y opositoras coinciden en la proporción del frenazo. La medición de Fiel indica que, comparando el primer y tercer trimestre con los mismos períodos del año anterior, el producto industrial creció 8,3% y 3,6% respectivamente. Esa retracción del crecimiento ocurrió antes de que llegara el impacto de la crisis internacional, la caída del precio de la soja y la devaluación del real, fenómenos detonados a lo largo de septiembre.

La caída del giro económico en la Unión Europea y Estados Unidos golpeó de inmediato al esquema argentino de pseudo prosperidad. En septiembre la fuga de divisas pasó de alrededor de 1500 millones de dólares mensuales desde comienzos de año, a más de 3 mil millones (algunos analistas aseguran que en septiembre fueron 3700 millones). A fin de año se habrán fugado del país unos 24 mil millones de dólares. Ese mismo mes la soja cayó en 100 dólares la tonelada. De mantenerse «el yuyo» en ese nivel, el Estado dejará de percibir el año próximo 5 mil millones de dólares por retenciones.

Antes de sufrir los efectos de estos cambios en la economía mundial, el doble superávit (fiscal y comercial), alcanzados por las políticas delineadas por Roberto Lavagna, se transformó desde comienzos de 2011 en doble déficit. Y la devaluación del real, a su vez obligado por la caída del crecimiento, que del 7,5% en 2010 pasó al 3,1% en el segundo trimestre de este año, produjo un doble efecto: el déficit comercial con el país vecino se duplicó (4500 millones de dólares en los primeros 9 meses del año) y la drástica mengua de importaciones brasileñas de Argentina produjo ya la suspensión de líneas completas de producción en diferentes áreas: Fiat suspendió a 400 obreros por 10 días y Alpargatas a todo su plantel, 1800 obreros, por igual período. La empresa del Vaticano y la mafia napolitana levantó al día siguiente la suspensión por presión extrema del gobierno, que en 2009 contribuyó con montos fabulosos para pagar salarios a fin de que no hubiera despidos. En cambio Alpargatas y otras textiles, doblemente castigadas por el aluvión de mercancías brasileñas y la caída de la importaciones desde ese país, mantuvieron la medida.

En cuanto al déficit fiscal, hasta ahora financiado con fondos del Anses y con reservas del Banco Central, plantea problemas mayúsculos para el año próximo: crecerán los egresos y disminuirán los ingresos. Mientras tanto la inflación continúa acelerándose y las estimaciones la ubican entre un 25 y un 30% para el año en curso. El dólar va muy por detrás de esa carrera, carcomiendo la «competitividad de la burguesía nacional». Pero cualquier devaluación, incluso por debajo del actual desfasaje en relación con 2007, detonaría una mayor escalada inflacionaria. Como resultado, el «riesgo país» supera los 1000 puntos básicos.

Piense cada quien lo que sea de este índice (y quien piense mal acertará), pero el hecho es que si el gobierno pretende financiar sus déficit con préstamos internacionales, un «riesgo país» de 1000 puntos implica sumarle 10% a la tasa de mercado en ese momento. Claro que para dar ese paso, el gobierno debe antes arreglar con el Club de París, es decir, pagar una suma de 6300 millones de capital más 2600 millones de intereses (un total de 8900 millones de dólares a sacar de las reservas del Banco Central), para poder pedir un préstamo por la cifra que sea. Todo esto, repítase, antes de que lleguen los efectos de la recesión en los centros del capitalismo mundial.

Cristina al gobierno, la Cámpora al poder (fase superior de la decadencia burguesa)
No es el objetivo aquí adentrarnos en los detalles de la situación económica internacional y nacional y su combinación negativa en el próximo período. Una vez constatado el hecho de que la economía ya está en franca disminución, que los desfasajes macroeconómicos exigen cambios severos para mantener el equilibrio, que desde el sector externo no vendrán soluciones sino mayores dificultades, se trata de prever la evolución política del país a corto y mediano plazos. Después de haber reiterado que el «kirchnerismo» estaba agotado, la mayoría de los analistas burgueses sostiene ahora que la inyección electoral le ha insuflado nueva vida y prevé una reelección indefinida. Estos y otros análisis provenientes de sectores de izquierda eluden la definición de este régimen de emergencia del capital, denominado «kirchnerismo».

Por nuestra parte, señalamos en un balance de las elecciones del 14 de agosto publicado en Crítica de Nuestro Tiempo:

«El peso de 10.363.319 votos es obviamente muy grande y, en determinadas circunstancias y dependiendo de las medidas que la Presidente tome en materia económica y social en el próximo año, puede dar un margen de maniobra igualmente importante. Pero la volatilidad señalada, también en dependencia de las medidas a adoptar, puede disolver ese poder en cuestión de días. Con base en lo ocurrido a lo largo de ocho años (y sin contar el cumplido por Kirchner como gobernador de Santa Cruz), es posible excluir una afirmación antimperialista y popular que revierta la constantemente regresiva distribución de la riqueza. Más aún, esto permite asegurar que no se construirá un partido de ninguna naturaleza. Ocurrirá lo contrario: más pobres y marginalizados, más fuerzas centrífugas, más disgregación. El así llamado ‘kirchnerismo’ es la fase superior de una decadencia de clase planteada desde fines de los 1960, cuando una oleada de sublevaciones obreras, estudiantiles y populares, rompió para siempre la fantasía de una Argentina capitalista en crecimiento bajo la égida del capital. Recurso desesperado de la burguesía tras el ensayo insurreccional de 2001 y las Asambleas de 2002, el actual elenco gobernante cumplió su tarea de destruir lo que quedaba del movimiento popular, revolucionario y democrático, cooptando cuadros, corrompiendo organizaciones insospechables y desmoralizando a miles de activistas. Pero el verdadero objetivo por el cual el capital local e imperialista dieron lugar a esta instancia, recomponer los instrumentos sociales y políticos de dominación de clase, no pudo llevarlo a cabo».

Y continúa diciendo el texto citado, llegando al punto que aquí nos interesa:

«Por el contrario, al comportarse como una camarilla de advenedizos dispuestos a enriquecerse en poco tiempo y a cualquier costo, sin plan de acción y mucho menos estrategia nacional, el ‘kirchnerismo’ aceleró hasta el paroxismo la corrupción, la disgregación de partidos, el desprestigio de dirigencias en todos los planos, el descreimiento de las masas en las instituciones de una república burguesa. Eso fue evidenciado y bien medido con las derrotas señaladas en los tres centros vitales del país. La vitalidad de esta corriente aparece en un hecho si se quiere anecdótico: en 1973 buena parte de quienes hoy integran el oficialismo levantaron la consigna «Cámpora al gobierno, Perón al poder». No hace falta recordar cómo se desenvolvió aquella estrategia. Como lacerante farsa de esta repetición histórica, cuatro décadas después la consigna es ‘Cristina al gobierno, La Cámpora al poder».

Es el absurdo llevado al paroxismo. Y refleja una realidad irrefutable: Cristina Fernández no tiene mando político. No lo tiene en el PJ, ni en el FpV, mucho menos en la CGT. El recurso de crear una agrupación prefabricada (¡y con semejante nombre como referencia!), donde puede encontrarse de todo menos talento y probidad, es prueba de orfandad y desorientación. El respaldo electoral con que cuenta, aunque enorme en términos cuantitativos, es inconsistente y está en absoluta dependencia de la continuidad en los equilibrios y satisfacciones que ahora la realidad económica clausura. No cabe duda de que en la nueva situación, cuya fecha de realización plena no es posible prever, pero en ninguna hipótesis es de largo plazo, el elenco gobernante deberá redefinirse en su composición y en su política.

Las burguesías en todo el mundo están aplicando medidas destinadas a sostener la tasa de ganancia e impedir que de la recesión el capitalismo pase a la depresión. Millones de personas, notoriamente ahora en Estados Unidos, comienzan a movilizarse en resistencia. En Argentina el saneamiento exige medidas más radicales contra el bienestar económico de las masas. Como sea, con uno u otro gobierno, el capital deberá aplicarlas, o al menos intentar hacerlo.

Volvemos entonces al punto en cuestión: ¿se prepara el kirchnerismo para afirmar un régimen de dureza creciente contra las masas en general y los trabajadores en particular?

Si bien la fauna ejecutiva ha cambiado en mucho con la muerte de Kirchner y la incorporación de elementos ajenos por completo a los recursos políticos originales del ex presidente, es posible ratificar que este gobierno no tiene consistencia ni base social de ningún género para enfrentar a las masas. Igualmente ratificamos la certeza de que, ante la exigencia cruda de la crisis, no tomará por el camino antimperialista. No es casual que tras su victoria Fernández haya declarado redondamente: «Nunca pretendí ser revolucionaria, siempre fui peronista». Esa expresión, mezclada como habitualmente en conceptos ramplones, demostrativos de la arrogancia vacua de los ignorantes, fue en realidad un mensaje a las clases dominantes que votan cada día fugando cantidades siderales de dólares y abriendo una brecha irreparable al supuesto «modelo».

No es imposible que al interior del elenco oficial pudiera darse una relación de fuerzas circunstancial que llevara a programar «una escalada represiva». En tal caso, sin embargo, un paso efectivo en esa dirección haría estallar en pedazos la frágil articulación sobre la que reposa el Ejecutivo. La reciente detención ilegal -de hecho un secuestro- del activista ferroviario Rubén Sobrero, es un adelanto perfecto: desde la jefatura de gabinete (¿con respaldo de la Presidente?) se lanza una operación represiva a fin de sostener un negocio mafioso; hay una rápida respuesta de las izquierdas, pero sobre todo un pronunciamiento contundente de la CGT, que pone al Ejecutivo en situación insostenible. El gobierno retrocede ignominiosamente. He allí la concreción por adelantado de la naturaleza y carácter del elenco en la Rosada.

Es previsible en cambio un avance sistemático contra los márgenes de accionar democrático, camuflado en una supuesta lucha contra los grandes medios de prensa del capital, forma probable que adoptará la lucha de grupos económicos advenedizos (en este caso mafiosos y fascistas) por el control de grandes negocios y del poder mediático para defenderlos.

No habría por tanto estrategia burguesa de contención social mediante endurecimiento represivo, sino lucha de todos contra todos al interior del aparato gobernante y a su vez de éste con grandes grupos del capital local e imperialista. No se puede minimizar este tipo de disputas y sus eventuales derivaciones: mientras el capitalista de juego y hombre de confianza de Kirchner y su esposa, Cristóbal López, negociaba con el empresario de Medios Daniel Hadad (otro ejemplar de la misma raza), la compra de tres de sus radios, fueron dinamitadas las dos inmensas antenas retransmisoras de este grupo y las radios en cuestión salieron del aire. Hombre de principios y coraje, Hadad viajó de urgencia a Miami, a buscar refugio y apoyo de amigos. No sorprendería que gusanodescendientes recalen pronto en estos lares para sumarse a la discusión ideológica…

En medio de tales conflictos, por cierto, activistas o dirigentes revolucionarios podrían ser víctimas de actos represivos puntuales. Una política revolucionaria debe precaverse en ese sentido. Como quiera que sea, el hecho es que éste puede ser un gobierno de la desagregación, la corrupción extrema y la degradación en todos los órdenes (desde luego también el orden jurídico burgués), pero no el gobierno de las clases dominantes para enfrentar un alza de grandes luchas sociales, por lo demás hoy fuera del alcance de la vista. Mientras dure este gobierno no hay una «escalada represiva», sino una desagregación acelerada en la cual la violencia tendrá un lugar creciente. La necesidad del capital y la incapacidad del gobierno para asumirla en los hechos, lleva ineludiblemente a una crisis política.

No hay espacio para reformismo
Visible o no, cercana o distante, la irrupción de poderosos movimientos de masas de resistencia a la crisis capitalista, es inexorable. La pulverización del gobierno del Estado (o de la República burguesa) hoy resumida en el ‘cristinismo’, continúa un proceso histórico de destrucción sistemática de las instituciones del capital en tanto fuerzas efectivas para ejercer el poder, sea por medios políticos o por la violencia descarnada: fuerzas armadas, partidos, aparatos sindicales, todo ha sido desmantelado o privado de su valor político en el curso de las últimas cuatro décadas. Incluso la iglesia vaticana, aunque en este caso ha sido parcialmente reemplazada por infinidad de sectas de diferente denominación. De modo que el capital no cuenta con nada sólido para sostener su poder. Allí es donde aparecen el reformismo y el fascismo. Aquél, encarnado hoy transitoriamente en el FAP; éste prefigurado en sectores del PJ, la CGT, e incluso incrustados en el propio gobierno. El primero propone restablecer la República burguesa. El segundo, abolir formalmente lo que en la realidad ya no existe como tal.

En medio de la crisis mundial del capitalismo, la restauración de la República burguesa es una quimera encaminada a desviar la fuerza de las mayorías de una lógica anticapitalista. De hecho, el punto más alto de reformismo ha sido alcanzado por Kirchner. Y ya es cosa del pasado. El fascismo bajo nuevas formas (y con protagonistas insospechados) es entonces el recurso más probable desde la perspectiva burguesa.

Sólo una República socialista, desde el punto de partida asociada al Alba y resuelta a plasmar la unidad política de América Latina, puede dar respuesta a la debacle planetaria del sistema capitalista y su patética encarnación política en Argentina. Ése debe ser el norte para la recomposición de fuerzas revolucionarias y la organización de un partido de masas. No caben postergaciones.

Buenos Aires, 10 de octubre de 2011