Fernando Dorado


Toda intervención imperialista debe ser rechazada. No existen motivos humanitarios en ellas. Lo que está en juego es si los pueblos y los trabajadores les dejamos las banderas de la libertad y la democracia a quienes invaden y asesinan a nombre de ellas.

Agradezco y felicito al escritor español Santiago Alba Rico por su valor. Ha puesto el “dedo en la llaga”. Ha dicho muchas verdades. Nos empuja a esbozar nuevos interrogantes. Su artículo “Libia, el caos y nosotros” y la entrevista publicada por Salvador López Arnal[1], son puntos de partida para quienes – desde el campo de los trabajadores – estamos a la expectativa de los aportes que puede y debe hacer en este instante la intelectualidad revolucionaria.

¿Cuáles son esas verdades? Identifico las siguientes: 1. Existe un fuerte movimiento social – que incluye al pueblo y a los trabajadores de Libia, Siria y muchos otros países – que están luchando por libertad y democracia. 2. Los revolucionarios en general – con algunas excepciones – no han comprendido la naturaleza de esos procesos. 3. Los reaccionarios – liderados por los gobiernos de la OTAN –, han identificado el peligro de que esas revoluciones políticas se transformen en revoluciones sociales. 4. El principal objetivo de la intervención imperialista en Libia es engañar a los pueblos, manipular la realidad e impedir el avance de la revolución.

Alba Rico plantea que los revolucionarios de izquierda de países diferentes a los árabes – al colocarnos del lado de Gadaffi (caso del presidente Chávez) –, les dejamos las banderas de la democracia y la libertad en manos de los gobiernos imperiales capitalistas. El autor plantea que la ignorancia sobre el mundo árabe es la razón de que se haya presentado esa situación. En ello discrepo. Es cierto que hace falta mayor conocimiento de las particularidades de esas sociedades pero creo, que la principal causa debemos buscarla en la concepción política predominante entre la dirigencia anti-imperialista, demócrata-nacionalista, socialista y comunista.[2]

Pero, el escritor español se equivoca en un tema fundamental. Una cosa es que una parte de la población libia y árabe, solicite y apoye la intervención de la ONU-OTAN ante la represión salvaje de los gobiernos autócratas de la región, y otra que los demócratas y revolucionarios tengamos que justificar y aprobar la injerencia imperial en los asuntos internos de países soberanos. En ese sentido Alba Rico se enreda con la “trampa de Libia”.[3]

Estudiar, analizar, debatir y aprender del desarrollo de los procesos de movilización popular que hoy ocurren en el mundo – entre los que se destacan las revoluciones árabes y las movilizaciones de los “indignados” –, es una tarea fundamental que sirve para tener una “mirada global” de los acontecimientos pero también para orientar nuestra acción política a nivel local, regional, nacional e internacional. Es decir, no es un ejercicio especulativo, es una tarea de primer orden.

Hoy que el mundo capitalista enfrenta una de sus más profundas crisis, cuando los pueblos y los trabajadores han empezado a unirse y a movilizarse a nivel planetario, se hace necesario e indispensable – para poder avanzar –, que nos dejemos sacudir de esa realidad, nos enfrentemos a los hechos que cuestionan nuestras ideas y teorías, y con modestia y cientificidad repensemos “nuestras verdades”.

¡Se nos mueve el piso!

Los hechos que se desencadenaron en Túnez en enero/2011 (que se venían acumulando y potenciando a lo largo de décadas), mantienen al mundo a la expectativa sobre el futuro de esas rebeliones. No se puede ocultar que han quedado en entredicho una serie de “verdades” que hasta ayer eran aceptadas por la mayoría de los pensadores de izquierda.

Hasta ayer, si el imperio decía “negro”, nosotros decíamos “blanco”. Y era suficiente, en apariencia. Hoy las respuestas condicionadas no sirven. El “monismo” bipolar se agotó.

Hasta ayer, los preceptos básicos de la guerra eran verdades aceptadas. “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”; “si no estás conmigo estás contra mí”. Hoy eso no sirve.

Hasta ayer Osama Bin Laden, supuesto “enemigo” del imperio occidental, era uno de los “nuestros”. Así hubiera sido financiado y armado por la CIA para enfrentar a los rusos en Afganistán, lo mirábamos con simpatía. Hoy… ¿qué?

Hasta ayer, el presidente iraní Ahmadineyad – así sea un anti-comunista en su país –, estaba de nuestro lado porque enfrentaba a los gringos y sionistas. ¿Hoy sigue siendo así?

Hasta ayer, Muamar el Gadaffi – así hubiera entregado a los capitalistas europeos gran parte del petróleo libio y negociado con Berlusconi uno de los acuerdos más oprobiosos del mundo contra los migrantes africanos –, como en el pasado se había declarado “socialista” y anti-imperialista, era también uno de los nuestros. Hoy está cuestionado.

Hasta ayer, los “socialistas” españoles (y europeos) en el gobierno eran mejores que los “derechistas”, porque provenían del partido de los trabajadores y habían defendido el “Estado de Bienestar”. Era preferible votar por ellos que dejar que “las derechas” llegaran al gobierno. Hoy el velo ha caído, sabemos quién es quién.

Hasta ayer, la idea de que mientras se resolvieran los problemas económicos y sociales del pueblo, mientras la riqueza social se pusiera al servicio de las mayorías, el asunto de los valores democráticos – derechos políticos, libertad, participación, libre información y expresión, etc. – eran temas o problemas secundarios. ¿Hoy esa formulación se sostiene?

Hasta ayer, la democracia era sólo una formalidad. A la “democracia burguesa” se le oponía la “democracia proletaria”, a la “democracia representativa” se le enfrentaba la “democracia participativa”, la “democracia directa” era lo contrario a la “democracia formal”. Y con eso bastaba. Pero… ¿Acaso las movilizaciones que tumbaron a los gobiernos “soviéticos” en 1989 o las que están derrocando a los dictadores árabes o los movimientos de los “indignados”, no son una de las formas más auténticas de participación popular?

Hasta ayer, cuando no eran suficientes las respuestas que les dábamos a los interrogantes planteados por la vida, echábamos mano a la teoría de la conspiración. El “gobierno capitalista mundial”, las logias masónicas, los sionistas, los “iluminatis”, el Club Bilderberg, los “estrategas del imperio”, etc., eran (¿o son?) omnipotentes. Según esa tesis, ellos orquestan y manejan absolutamente todo: las “revoluciones de colores”, las “de terciopelo”, la “primavera árabe”, los “auto-atentados” y demás. Tal era la forma de explicar los procesos sociales y políticos que nos sorprendían por el camino. Hoy esa respuesta no sirve. Los esquemas se han hecho añicos.

Hasta ayer, la violencia era la partera de la historia. La vía armada – por tanto – era la forma “más revolucionaria” de las luchas populares. Hoy, hasta Fidel Castro prioriza la “batalla de ideas” y muchos revolucionarios empiezan a valorar otras formas de lucha.

Hasta ayer, a quienes como a Chomsky o a Santiago Alba Rico no les satisfacen esas respuestas o teorías, se los calificaba de traidores, de pasarse al lado del enemigo, o por lo menos de ser inconsecuentes. Hoy tales calificativos sólo son insultos de quienes desde su pedestal de “verdades eternas” no quieren reconocer que se necesitan nuevas respuestas y nuevos enfoques.

Los cimientos fueron trastocados

Un solo punto desarrollaré en este escrito para hacer ver – o tratar de demostrar – que las verdades de ayer, construidas y petrificadas a lo largo del siglo XX, además de que sólo han servido para justificar increíbles errores y crímenes, se levantaron sobre fundamentos falsos.

Esos cimientos empezaron a ser “fundidos” en el siglo XIX. Siempre Marx alertó sobre el “doctrinarismo”. Lenin también remarcó e insistió sobre la necesidad del “análisis concreto de la situación concreta” y sobre asumir “la teoría como guía para la acción”.

Sin embargo, se impuso el pragmatismo político. El debate y el trabajo teórico fueron desechados. El practicismo inmediatista, el afán de resultados “concretos”, el “organizacionismo” sectario, fueron usados para impedir la discusión ideológica y política. Se impuso así, un solo punto de vista: el nacionalismo estrecho camuflado de “internacionalismo proletario”.

El “interés de la patria” se puso por encima de los intereses de la humanidad. El  análisis de clases dio paso a la teoría de los “tres mundos”. Así se colaron las “teorías postmodernas”. El tratamiento de los intereses nacionales, étnicos, culturales, de género, etc., no contaron con el análisis crítico del comportamiento de las clases sociales. Lo urgente subordinó a lo importante.

De esa forma se construyeron y soportaron – desde los años 30 del siglo XX – las teorías de la “construcción del socialismo en un solo país”, el “Estado de todo el pueblo”, la “coexistencia pacífica y la emulación con el sistema capitalista”, y demás justificaciones para impedir el avance de la verdadera revolución anti-sistémica. Y por ello hoy, gobiernos como el de Brasil y el de China llaman a preservar la estabilidad económica. Que una vez más, los trabajadores y los pobres de la tierra se sacrifiquen para salvar de la crisis al mundo del capital. ¡Una vez más![4]

Democracia y revolución

De acuerdo a nuestro juicio, las revoluciones árabes hacen parte de la primera fase de una oleada de revoluciones democráticas que por estar insertas en un contexto de crisis profunda del capitalismo – que ha asumido la forma de “decadencia imperial y desestructuración de la economía estadounidense” –, van a transformarse en revoluciones sociales en un relativo corto período de tiempo.

La dinámica de esas revoluciones ya ha traspasado las fronteras del mundo árabe. El movimiento de los “indignados” en España, los nuevos movimientos urbanos que se han desarrollado en los EE.UU., Europa, Israel, India, Brasil, Irak, Irán y la misma China, así como la resistencia social y política que impulsan los pueblos y los trabajadores frente a las políticas de ajuste económico o desmonte final de los “Estados de Bienestar” en el mundo desarrollado, van a confluir hacia movimientos revolucionarios de alcance planetario.

Dichos movimientos poco a poco se van a coordinar Asumirán programas y reivindicaciones políticas y sociales de mayor alcance. Por ahora avanzan “torpemente”, pero van aprendiendo. Aparecen nuevas formas de lucha. Surgen novedosas modalidades de apropiación autónoma y colectiva de los medios de producción y del Estado en diversos ámbitos de la vida local y regional. A eso es a lo que le temen los capitalistas e imperialistas de todos los continentes. Por ello hacen grandes esfuerzos por separarnos y por colocarnos los “intereses nacionales” por encima de los intereses generales de una humanidad que está en grave riesgo de exterminio.

Esa oleada de revoluciones – que quiere empatarse con los procesos de cambio que ocurren en América –, han venido reafirmando un criterio que ya es exitoso en nuestro sub-continente del Sur de América, pero del que no somos completamente conscientes. Dicho criterio consiste en colocar los “valores democráticos, civilistas, pacíficos y de inclusión social” como la principal herramienta – política y metodológica – para derrotar a los imperios capitalistas.

Casi sin proponérnoslo le hemos dado una vuelta de hoja a nuestras luchas. Hemos puesto contra la pared, hemos derrotado políticamente al imperio y a las oligarquías lacayas, usando las banderas democráticas de las que tanto alardea el mismo gobierno estadounidense. Los tenemos en jaque con su propia medicina. Ese paso táctico-estratégico es un avance de inmensas proporciones y consecuencias que ya ha sido puesto a prueba (y comprobado) en Túnez, Egipto y España, en donde los movimientos populares no se han dejado provocar, han reivindicado la democracia, la libertad, la paz y la convivencia, y están avanzando en forma consistente.

¿Cuántos esfuerzos no hicieron los imperialistas por enfrentar a los pueblos y a los trabajadores árabes entre sí? ¿Cuántas estratagemas no utilizaron para provocar enfrentamientos entre musulmanes y cristianos coptos, entre moderados y fundamentalistas, entre laicos y creyentes? ¿Cuántos planes no tienen los dirigentes del ejército egipcio para utilizar el sentimiento anti-sionista del pueblo egipcio para impedir la profundización de esa revolución democrática?

¿Cuánto no se esfuerzan por enfrentar a los trabajadores hebreos, judíos e israelíes con los palestinos y árabes? ¿Cuántos intentos de enfrentar a colombianos con venezolanos? ¿No es raro que ahora defiendan a los indígenas amazónicos bolivianos e impulsen movimientos étnicos de pueblos originarios para socavar la unión de los pueblos y trabajadores de los países andinos?

Por ello – como lo afirma Santiago Alba Rico –, que el presidente Chávez, nuestro mayor símbolo de la revolución bolivariana, democrática y pacífica, se haya colocado al lado de Gadaffi para poder rechazar la intervención imperialista en Libia y en el mundo árabe, es un error político de dimensiones catastróficas que debe ser corregido en el corto plazo.

Pero además, es urgente revisar todo el andamiaje ideológico y político. Las verdades del siglo XX, los fundamentos del “nacionalismo anti-imperialista”, los conceptos de Estado y de democracia, todo el ideario que fracasó estrepitosamente en el Muro de Berlín, debe ser revaluado. Es urgente hacerlo. Los movimientos populares en marcha nos lo exigen.


[2] La ignorancia no es falta de información. La realidad está frente a nuestros ojos, “algo” nos enceguece.

[3] Ver: La trampa de Libia y el “defensismo revolucionario”: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=126909

[4] “Los países del Sur podrían definir criterios alternativos para otro desarrollo productivo del planeta. Y también podrían impulsar una perspectiva de alternativa sobre el tema del cambio climático y sobre la crisis financiera bursátil. Ver: Eduardo Anguita. “Entrevista a Eric Toussaint: La crisis puede desplomar a la gran banca europea”. ATTAC. http://www.cadtm.org/Entrevista-a-Eric-Toussaint-La

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