Carlos Iaquinandi Castro
Como una continuidad del golpe  militar que derrocó en junio del 2009 al presidente constitucional  Manuel Zelaya, el gobierno de Porfirio Lobo mantiene su apoyo a los  intereses del complejo agro-industrial que controla un grupo de familias  hondureñas. El envío de fuerzas policiales y del ejército a la región  del Bajo Aguán con el pretexto de «pacificar» la región, ha derivado en  una militarización de los departamentos de Colón y Zacate Grande y  aumenta el hostigamiento y la inseguridad de las familias campesinas. La  decisión de Lobo, es en la práctica un apoyo a los terratenientes que  encabeza el acaudalado y poderoso empresario Miguel Facussé Barjum y que  tienen en la zona grandes propiedades dedicadas al cultivo de palma  africana.
 Breve resumen histórico
El conflicto en el Bajo Aguán, es  de antigua data, y su origen es el reclamo de las familias campesinas  por el acceso a las tierras cultivables. La Reforma Agraria de 1974,  fijó un límite de 300  hectáreas, pero en la práctica su tímida  aplicación no logró eliminar el latifundio ni el minifundio. En ese  entonces, el gobierno invirtió recursos para mejorar las  infraestructuras económicas en el Valle del Bajo Aguán, como carreteras o  sistemas de drenaje. La intención de la Reforma Agraria era promover la  utilización de dos recursos abundantes en el país: tierra y mano de  obra. Su propósito era lograr la transformación de la estructura agraria  del país e incorporar a la población rural al desarrollo integral de la  nación. Con la producción de Palma africana y su procesamiento  industrial, y también el cultivo de cítricos, se creó empleo en las  áreas rural y urbana, y se lograron avances en el desarrollo de la  región que tenía a la ciudad de Tocoa como cabecera.
En marzo de 1992, el gobierno de  Rafael Callejas sanciona la «Ley para la Modernización y Desarrollo del  Sector Agrícola», que cambia totalmente la estrategia y promueve la  concentración de la propiedad en grandes latifundios. La norma prohíbe  las tomas de tierras y la expropiación por parte de las autoridades.  Esta nueva legislación aumentó el interés de las grandes empresas, que  finalmente se hicieron con fincas de miles de hectáreas. Las políticas  neoliberales alentaron el desempleo y la marginación campesina cuando  los terratenientes redujeron la mano de obra y los salarios. Estas  medidas, sumadas al aumento de la población, crearon el escenario  propicio para los enfrentamientos de campesinos sin tierra y asalariados  con los terratenientes. Algunos de ellos, como el caso de Miguel  Facussé, el palmicultor más poderoso, fueron acusados de haberse  apoderado de miles de hectáreas con métodos fraudulentos pagándolas a  menos del 10% de su valor real. Y en los últimos años, este grupo  empresarial es señalado por el M.U.C.A. (Movimiento Unificado Campesino  del Aguán) como responsable de asesinatos y otras agresiones a través de  los guardias armados de sus propiedades.
Miguel Facussé es propietario de  empresas como Químicas Dinant, Mejores Alimentos, Exportadora del  Atlántico, así como de las procesadoras de aceite de palma en la zona  del Bajo Aguán con financiación de organismos internacionales de crédito  como el Banco Mundial. Fue uno de los impulsores del golpe de estado  contra Manuel Zelaya, a quien consideraba un enemigo de sus intereses  por atender los reclamos de los campesinos y haber fijado un aumento de  los salarios mínimos de los trabajadores.
El gobierno de Porfirio Lobo, de  ilegítimo nacimiento porque surgió de elecciones convocadas por el  régimen de facto de Roberto Micheletti, no asumió nunca un diálogo real  con las organizaciones campesinas, ni adoptó medidas para buscar una  salida pacífica al conflicto agrario. No intentó poner en marcha  políticas efectivas de respeto a los derechos humanos, a la seguridad  pública, ni la erradicación de la impunidad. Durante su mandato han sido  denunciados decenas de asesinatos, entre ellos los de 14 periodistas y  comunicadores, en particular en San Pedro Sula y en Tegucigalpa.
Lobo siguió apoyando el modelo  basado en el agro-negocio y el acaparamiento de tierras, en vez de  promover políticas para fomentar la agricultura campesina sostenible.  Por eso el M.U.C.A y las familias campesinas siguen reclamando del  estado un mayor acceso a la tierra cultivable, mientras el gobierno solo  parece preocupado por los intereses de la oligarquía terrateniente y  las multinacionales de matriz norteamericana que están en la región. En  abril del 2010, el M.U.C.A. firmó un acuerdo con el gobierno, por el  cual se fijaba la entrega a las familias campesinas de 3.000 hectáreas  sembradas con palma africana y otras tres mil sin cultivar. Lobo  prometió entonces que otras 5.000  hectáreas se entregarían en un año.  Los campesinos denuncian su incumplimiento. Un reciente informe de la  Misión de Verificación Internacional confirma que el gobierno no ha  cumplido sus promesas. Precisa dicho informe, que luego del golpe de  estado del 2009, en Honduras aumentó el número de muertes, amenazas e  intimidaciones contra los campesinos en las tierras del Bajo Aguán. Y  añade: «la criminalización de la protesta social, en particular del  movimiento campesino, ha tomado la característica de imputar diversos  procesos a los líderes de la comunidad. Tal acoso, sumado a la dudosa  imparcialidad de determinados medios de comunicación, ha degenerado en  una estigmatización y criminalización de los campesinos y campesinas del  Bajo Aguán».
 Militarización, miedo y muerte
La militarización de la zona del  Bajo Aguán, donde ya existe una fuerza naval, un batallón del ejército,  policías y centenares de guardias privados, fue reforzada por el  gobierno cuando hace unos días dispuso ejecutar el operativo «Xatruch  II», que según el ministro de Seguridad Oscar Álvarez, implica la  movilización de un millar de policías y militares en esa región. Según  las denuncias de organizaciones campesinas se retienen y desvían  vehículos, se realizan procedimientos arbitrarios, y se producen  agresiones violentas contra los miembros de las comunidades. En el  último trimestre del 2010 fueron asesinadas en la región 16 personas. En  lo que va del año esas cifras se han duplicado. Y en los últimos 30  días se han producido varios crímenes «selectivos» contra líderes o  miembros de las organizaciones campesinas. Ninguno de ellos ha sido  esclarecido.
El 23 de julio, fue asesinado  Julián Alvarenga, apreciado dirigente del MUCA que lideraba la empresa  campesina Isla Uno en la margen izquierda del Aguán. Resultó gravemente  herido otro campesino, Santos Dubón. El suceso ocurrió en proximidades  del mercado municipal de Tocoa, cuando ambos compraban alimentos. Entre  el domingo y el lunes de la pasada semana hubo varias matanzas en Colón  con un saldo de once muertos y quince heridos. El último fin de semana,  tres cortadores de fruta José Concepción Guevara, Ever Laín Hernández y  Nelson David Hernández fueron baleados en la finca El Camarón, en Bonito  Oriental y trasladados a un centro asistencial en Tocoa. En las últimas  horas fue asesinado por sicarios Secundino Ruiz Vallecillo, coordinador  del Movimiento Auténtico Reivindicador Campesino del Aguán  (M.A.R.C.A.). En el mismo ataque resultó también herido el dirigente  Eliseo Pavón Avila. Y ayer domingo, el vicepresidente del M.U.C.A. Pedro  Salgado y su esposa, Reina Mejía, fueron asesinados en su casa a tiros y  golpes de machete por un grupo de desconocidos.
«Sabemos que en este país todas las  personas que luchan por conquistar sus derechos son alcanzados por las  balas, y es lo que está sucediendo en la zona», afirmó el secretario  general del Movimiento Unificado Campesino del Aguán (MUCA), Jhonny  Rivas. Se preguntó como era posible que si el valle del Aguán está bajo  control de la fuerza militar, los sicarios puedan seguir operando con  toda impunidad. El dirigente campesino afirmó que el asesinato de los  dirigentes «está planificado por los terratenientes para intimidarnos,  frenar el proceso que llevamos y meter terror en la zona».
El gobierno de Porfirio Lobo  cubierto por un barniz democrático, resulta en los hechos un continuador  de los ejes fundamentales del gobierno golpista y dictatorial de  Micheletti.
El regreso pactado del ex  presidente Manuel Zelaya y las relativamente consentidas movilizaciones  del Frente de Resistencia, sirvieron a Lobo para obtener patente de una  cierta «legalidad», concedida por los gobiernos latinoamericanos y luego  por los del resto del mundo. Cuenta para ello con el permanente  respaldo de los medios de comunicación, cuyos propietarios, en su gran  mayoría, forman parte de las «familias» que detentan el control del  poder económico y político del país. Hagamos un breve recuento: los  diarios «La Prensa”, de San Pedro Sula, y «El Heraldo» de Tegucigalpa,  son de propiedad de Jaime Larach Canahuati, vinculado y con similares  intereses al grupo de las «familias». «La  Tribuna» de San Pedro Sula,  tiene como principal accionista al ex presidente Carlos Roberto Flores  Facussé, por supuesto, familiar del terrateniente del mismo apellido.
Jaime Rosenthal Oliva, un  empresario y banquero es propietario del diario «Tiempo», de  Tegucigalpa. La televisión hondureña tiene prácticamente un solo amo:  José Rafael Ferrari, propietario de una red de cobertura nacional que  entre otros integran los canales 5, 7 y 13. El mismo personaje es  propietario de varias cadenas radiales. Todo ello conforma un coro  mediático que suele entonar las mismas «noticias», con similar  tratamiento donde utilizan profusamente la manipulación, la mentira y el  ocultamiento de lo que realmente sucede. El vínculo de los medios con  el poder es tan fuerte, que cuando la dictadura de Micheletti podían  proclamar que «la prensa trabaja sin inconvenientes», porque los únicos  perseguidos, censurados y baleados fueron algunos audaces medios  pequeños y alternativos que quisieron ejercer su independencia  informativa.
 Pueblo en resistencia
El conflicto en el Bajo Aguán no  es más que uno de los síntomas de la continuidad de un sistema de poder  que se basa en el control político, económico y social que ejercen unas  minorías en perjuicio de gran parte de la población hondureña.  Recordemos que el país centroamericano tiene un nivel de pobreza que  supera el 60%, y el ingreso anual bruto per cápita – uno de los más  bajos de América Latina – es de 2.600 euros
(distribuido claro está, con  absoluta inequidad). San Pedro Sula, tercera ciudad y capital  industrial, es una de las más peligrosas del mundo por los asesinatos y  hechos de violencia. La costa norte y la frontera con Guatemala es una  franja de alto riesgo donde los traficantes campean a sus anchas. El  reemplazo de policías por guardias privados ha distorsionado totalmente  el concepto de seguridad pública. El informe de la «Comisión de la   Verdad y la  Reconciliación», nombrada por el gobierno de Lobo y que  presuntamente intentaba esclarecer las responsabilidades en el golpe de  estado del 2009, concluyó distribuyéndolas salomónicamente entre el  propio Manuel Zelaya y quienes le derrocaron. Eso sí, determinó que sí  fue un golpe de estado y no la «sucesión constitucional» que argumentó  el presidente interino Roberto Micheletti. Pero el dictamen, de todos  modos, no ha tenido ningún efecto práctico. Jefes militares que se  prestaron a violar la Constitución y la Ley han sido «premiados» con  altos cargos retribuidos al pasar a la vida privada. La impunidad cubre  incluso al ex dictador Roberto Michelletti, «mascarón de proa» del  golpismo que volteó el gobierno de Zelaya. En un reciente documento de  análisis de la realidad nacional publicado por el Frente de Resistencia  se afirma que «en Honduras no hay pobres sino empobrecidos. El país  cuenta con importantes riquezas naturales, como agua, valles fértiles,  minerales y bosques; pero la oligarquía depositaria del poder se ha  apoderado de todos estos recursos y los explota para su beneficio  exclusivo, condenando al resto de la población a condiciones  infrahumanas. Son pues los rasgos fundamentales de este modelo  constitucional, la explotación, la marginación, la exclusión, la  corrupción y la represión.» Como población en resistencia exigen un  cambio de modelo, «un cambio que permita la plena participación del  ciudadano en los asuntos de trascendencia nacional, como expresión de la  voluntad soberana. Es decir, exijamos más democracia. Una nueva  Constitución.»
El ex presidente Zelaya, ya de  regreso en el país, encabeza movilizaciones y actividades del Frente  Nacional de Resistencia Popular, con el que espera concurrir a las  elecciones del año 2013. Un difícil desafío de organización y lucha para  el pueblo hondureño, acosado por la pobreza, el alto paro de la  juventud y el constante hostigamiento represivo.
Pero este pueblo hermano – el de «¿quien dijo miedo?» – ha demostrado sobradamente su capacidad de lucha y de resistencia.
