Miradas al Sur
Eduardo Blaustein
Los números que hablan de la multiplicación de empresas y las exportaciones; algunas discusiones que vienen.

La fotografía del encuentro de hace unos días entre los industriales y la Presidenta en Tecnópolis, los discursos concordantes, la diversidad y cantidad de empresarios convocados y hasta cierta perplejidad de los medios opositores al reflejar la noticia, son todos elementos que hablan de un momento de excepcional fortaleza política del Gobierno. Esa excepcionalidad, que deviene también del crecimiento económico, se convierte en una oportunidad para abrir preguntas ligadas a ese imaginario más o menos mítico llamado burguesía nacional, al lugar que el empresariado debería tener en la agenda que viene, a un tipo de desarrollo industrial que mejore la distribución de la riqueza.
¿La UIA como institución o sus diversas filiales en el interior del país representan a esa idea de burguesía nacional que exhumó Néstor Kirchner hace unos años? ¿El resurgimiento de diversos sectores industriales hay que rastrearlo en esas 140 mil empresas y 2.400 exportadoras que nacieron en los últimos años? ¿Qué fue de la vida de aquel concepto ochentoso de los “capitanes de la industria” como locomotora de crecimiento que alentaron desde Dante Caputo al Chacho Álvarez?
Hace unos meses, este diario publicó un informe del Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (Cifra, de la Cta cercana al Gobierno) que desmentía algunos mitos acerca de las razones y direcciones del actual crecimiento económico. “La industria manufacturera y la construcción –decía el estudio– lideraron la expansión económica desde 2002.” Contrariamente a algunas interpretaciones dominantes, según Cifra, la industria explica el 56 por ciento del crecimiento 2002-2010, mientras que la producción agropecuaria creció al 4,2 por ciento anual y su aporte al crecimiento del conjunto de la economía fue sólo de un 10 por ciento. Hay otros datos que pueden explicar el proceso de reindustrialización, como los 21 mil millones de pesos que el Gobierno destinó a las Pymes mediante diversos programas de financiamiento. Un esfuerzo que concentra el Banco Nación, cuyos préstamos a las pequeñas y medianas firmas representa el 52 por ciento de la cartera de la entidad, contra el ocho por ciento de 2003.
Claro que el cambio de las tendencias estructurales se lee distinto según se tome como referencia al estallido, es decir lo peor de lo peor, u otro ciclo posible como el período de la Convertibilidad. La consultora Finsoport (del ex viceministro Jorge Todesca), hace esto último y sostiene con prudencia que la composición de las exportaciones no se modificó en lo sustancial y que la participación de los productos primarios bajó apenas unos puntos contra una suba algo mayor de las manufacturas de origen industrial.
Desde el Gobierno se sugiere que, aún siendo moderada, esa diferencia marca un hito. El 31 de agosto pasado la ministra de Industria, Débora Giorgi, anunció que “por primera vez en la historia de la Argentina la participación de las manufacturas de origen industrial (MOI) supera a la participación de las manufacturas de origen agropecuario (MOA) en el total de las exportaciones”. Según las cifras del Indec, en 2003 se exportaban manufacturas de origen industrial por U$S 7.675 millones. La cifra en 2009 ya era de U$S 18.733.692 (el 33,7 por ciento del total) y en 2010 trepó a U$S 23.815.978 (el 35 por ciento), contra algo más de 21 mil millones de las manufacturas de origen agropecuario. De 2003 a 2010, y sin dejar de contabilizar una baja considerable en el superávit comercial, media una triplicación de las exportaciones de origen industrial (contra poco más de una duplicación de las de origen agropecuario) que, sumando lo que las industrias destinan al mercado interno, habla de una apuesta a la que la Presidenta alude permanentemente cada vez que habla de agregar valor.
Cabe añadir que esa triplicación compite a la vez contra las cifras abultadas por la suba internacional en los precios de los productos primarios. El desafío a afrontar es que el grueso de las exportaciones de manufacturas industriales permanece estructuralmente concentrado en pocos sectores: automotriz, químicos y metales preciosos. Al respecto, ¿la extraordinaria suba del precio internacional del oro debería implicar una discusión como la que se generó en 2008 por las ganancias que se obtenían con la exportación de una soja mucho más rentable?

En la concentración. Hace dos semanas, algunas de estas cosas se discutieron en el III Congreso Anual que organizó Aeda (Asociación de Economía por el Desarrollo de la Argentina), el espacio de discusión académica que preside Matías Kulfas, director del Banco Nación. Una de las ponencias que más dio que hablar fue la de Pablo Manzanelli relacionada con los niveles de concentración y extranjerización de nuestra economía. “La participación del valor bruto de producción de las 500 firmas más grandes del país, explicó el economista, pasó de un promedio del 21,2% bajo la convertibilidad a un promedio del 31,7% en la etapa 2002-2009” (ver recuadro).
En nuestro país, donde siempre se alerta sobre la necesidad de atraer inversiones, las inversiones efectivamente crecen. Pero según Manzanelli eso no sucede precisamente por la conducta de las grandes empresas. “La participación de la inversión bruta en el valor agregado de la cúpula –sostiene su ponencia– descendió del 24,7% en el período 1993-2001 al 14,7% en la posconvertibilidad (2002-2009), situación que contrasta con la dinámica nacional”. Para Manzanelli, “es el ‘resto de la economía’, compuesto por un amplio y heterogéneo universo de empresas pequeñas, medianas y grandes” el que habría traccionado la ampliación de la capacidad productiva de la industria nacional.
El economista sugiere que las grandes empresas se apropian de la mayor parte de las utilidades que generan en el país (de hasta el 31,8 por ciento en el ciclo actual contra una media en los ’90 del 19,6) pero no se interesan en reinvertir. El problema se agrava porque la propia concentración por rama suele impedir que actores económicos más débiles se animen a invertir “debido a las barreras al ingreso que caracterizan a los mercados oligopólicos”. Además, la extranjerización está subordinada a los intereses de cada casa matriz, “cuyo objetivo es bajar sus costos absolutos en el nivel mundial”.
Si Manzanelli advierte que “la reticencia inversora” puede tener tanto derivaciones inflacionarias como entorpecer “el desarrollo potencial de la economía argentina”, dos colegas suyos, Martín Schorr y Nicolás Arceo, escribieron en Miradas al Sur que existen dos restricciones que impiden discutir el problema de la extranjerización y concentración: la vigencia del régimen de Inversiones Extranjeras devenido de la última dictadura militar (parte de la CGT ya incluye el tema en su agenda) y el discurso acrítico sobre los beneficios de la inversión extranjera.
En aquella intervención mencionada, la ministra de Industria habló de una realidad distinta caracterizada por “una mayor diversificación de productos, de mercados y de participación de Pymes en las exportaciones, rompiendo la tradicional dicotomía entre mercado interno versus exportación”. También señaló que en los últimos tiempos creció la presencia de productos que incorporan mediana y alta tecnología en las exportaciones. La instalación de industrias de punta en provincias que diez años atrás se calificaban como “inviables”, las inversiones en investigación y desarrollo, el debut reciente de una firma que fabrica computadoras más “nacionales” en Parque Patricios, son postales de una apuesta incipiente que marca un camino nuevo. Para que ese camino pueda ensancharse y para que los pequeños y medianos empresarios, desde los que antes importaban y ahora exportan, hasta los que se atreven a invertir, se necesitaron ocho años de estabilidad, construcción de confianza y la emergencia de nuevos paradigmas. Esos mismos paradigmas que asomaron en el encuentro entre la Presidenta y 1.600 empresarios de la UIA.

LOS 500 MÁS GRANDES Y LA EXTRANJERIZACIÓN
En 1993, la participación de las 500 empresas más grandes en el valor bruto de producción nacional era del 19,6%. En 2000 había subido al 23%. Siete años después, en 2007, los niveles de concentración llegaron a un pico del 33,1%. En el 2009 el porcentaje bajó 3 puntos. En 1993, según un estudio de Cifra coordinado por Eduardo Basualdo, existían 219 empresas extranjeras en el ranking de las primeras 500 grandes firmas. En 2002 ya eran 340, y 330 en 2007.