Fernando Dorado
Diez años después del atentado a las torres gemelas del WTC en New York, se hace más evidente la decadencia del poder imperial de los EE.UU. Se derrumba su hegemonía orbital. Así la cúpula plutocrática capitalista realice máximos esfuerzos por impedirlo, todos los indicadores – económicos, sociales, políticos o culturales –, refuerzan esa verdad.
La manera como se conmemora el 9-11, reafirma esa idea. La élite guerrerista de los EE.UU. utiliza el heroísmo demostrado por las víctimas y socorristas para tratar de “unir” a la población. Revivir la “amenaza islámica” es su objetivo. Pretenden ocultar la cruda realidad estimulando el miedo y la reacción instintiva de “auto-defensa”. Pero no lo consiguen plenamente. Los enemigos externos ya no con-mueven a la mayoría de los estadounidenses.
La pérdida de confianza en el dólar profundiza la recesión económica. Crece el desempleo. La sociedad estadounidense se tornó parasitaria: compra más de lo que vende, se endeuda más de lo que puede pagar, produce menos de lo que consume y se embriaga en el derroche sin conseguir la felicidad. El trabajo de otros ya no es controlable. La cuerda se rompió.
El declive imperial va más allá de lo económico. La “desestructuración” de la economía estadounidense convirtió el “sueño americano” en una pesadilla. El consumismo frenético y adictivo llegó a sus límites. La mayoría de la población está en la búsqueda – inconsciente y desesperada – de salidas espirituales a su trampa existencial. No es casual la proliferación de sectas religiosas, la creciente dependencia de las drogas y la alta incidencia de enfermedades mentales. El imperio se resquebraja por dentro, sus esencias están vencidas.
Sectores avanzados de esa sociedad – por ahora minoritarios – impulsan nuevos valores. Los abuelos “hippies” se re-encuentran con sus nietos. Éstos descubren el fraude mediático-informativo que les hizo creer a sus padres que la tecnología – por sí misma – era una alternativa viable. Una rebeldía de nuevo tipo está naciendo. Al calor del encuentro generacional surgen iniciativas locales. Se recuperan formas olvidadas de administrar los “bienes comunes”[1]. Aparecen formas económicas y fuerzas productivas con conciencia social y ambiental. En general, una nueva espiritualidad no fanática ni fundamentalista está encontrando sujetos sociales dispuestos a enfrentar la caótica y amenazante realidad.
Las recientes movilizaciones populares en el mundo árabe y español los están inspirando. La desilusión con Obama – en quien confiaron sus banderas pacifistas, sus reivindicaciones sociales (negros, inmigrantes, pobres, desempleados), su rechazo al poder omnipotente de las corporaciones financieras –, reforzará entre amplios sectores de la población la predisposición a expresar su indignación en forma directa, masiva, sin intermediación.
Ya se han presentado diversas manifestaciones encabezadas por trabajadores estatales en Wisconsin, Ohio, y otros Estados. Masivas protestas de inmigrantes se han hecho sentir. De la frustración individual se pasará a la acción colectiva. Por ello, entender las características de los nuevos movimientos que se vienen expresando a nivel mundial es fundamental para poder incidir en su dinámica, organización y metas a conseguir.[2]
Movimientos libertarios en ciernes…
Hemos visto cómo la mayoría de agrupaciones políticas de izquierda han sido incapaces de entender las “formas de ser” – la naturaleza – de quienes han estado a la cabeza de las revoluciones democráticas en Túnez y Egipto, y de los “indignados” de España. Las formas de lucha y métodos usados – masivos, pacíficos, civilistas, plurales, no-partidistas, pacientes, tolerantes, no-provocadores, laicos pero respetuosos de la espiritualidad, simbólicos, creativos, no-impositivos, consensuados –, han mostrado ser los más efectivos. Deben ser “racionalizados”, asimilados, entendidos, para poder ser sistematizados y potenciados.
Sin embargo, no es sólo un problema de método. Hay allí – en ciernes – una actitud política de nuevo tipo. Va más allá de los valores construidos desde la revolución francesa (1789), que eran típicamente liberales (burgueses). Lo que se empieza a mostrar es un elemento más revolucionario, inconfundiblemente libertario, fuertemente “anti-estatista”, que se expresó durante las revoluciones europeas del siglo XIX (1830, 1845, 1871) e inicios del siglo XX (1917) por parte de las masas proletarias. Dicho proceso fue interpretado genialmente por Carlos Marx en sus análisis de la experiencia de la Comuna de Paris (1871).
Con la aparición del Estado ruso-soviético y la predominancia de la línea estatal-burocrática, ese espíritu revolucionario libertario se disipó y ocultó. Se utilizó el supuesto afán de vencer al enemigo imperialista externo para “fortalecer” a un Estado separado de la sociedad, que actuaba a su nombre y por encima de ella. Es la misma razón que hoy usa la elite estadounidense para controlar y manipular a su población.
Las actuales movilizaciones populares de Túnez, Egipto y España, y así también lo vienen haciendo los estudiantes de Chile, presionan al estamento político existente sin enredarse en dinámicas concretas de representación oficial. Se empiezan a visualizar nuevas formas de expresión de la voluntad popular. Se trata de construir representación política fácilmente removible y controlable por sus electores. La meta es acabar con la política como una actividad profesional especial que se separa e impone sobre la sociedad.
La tendencia es a “apropiarse en colectivo” de las funciones del Estado. Desde lo local se pueden y deben operar gran parte de los servicios públicos. Las redes sociales de información pueden ser medios viables, efectivos y baratos de tomar decisiones sobre asuntos vitales de la sociedad, a nivel nacional y mundial. Esas y otras propuestas están siendo pensadas y diseñadas por los protagonistas de las rebeliones sociales y deben ser apropiadas por los “procesos de cambio” que en verdad tengan la determinación de “subvertir lo existente”. El “mandar obedeciendo” de los Zapatistas mexicanos hace parte de esa corriente.
La manipulación mediática de sucesos como los atentados del 11 de septiembre de 2001 – diez años después –, encuentran su respuesta en la movilización masiva de amplios sectores de la sociedad. La democracia participativa muestra sus potencialidades. Se empieza a encontrar nuevamente la ruta. Toda crisis siempre será una oportunidad.
http://aranandoelcieloyarandolatierra.blogspot.com/2011/09/el-ultimo-imperio-se-derrumba-y.html
[1] Ver: Ostrom. Elinor. “El gobierno de los bienes comunes”. http://lanic.utexas.edu/project/etext/colson/24/24_10.pdf
[2] Ver: La “Generación Matrix” saca la cara. http://alainet.org/active/48954&lang=es