Hector Testa Ferreira*


El amplio y muy mayoritario rechazo social al proyecto de HidroAysén marcará otro hito en la maduración y avance del proceso aquí esbozado […]  Tanto por la magnitud de éste, como por que toca todos los puntos claves del entramado de poder político y económico construido en las últimas décadas en nuestro país, como por los aprendizajes que han ido adquiriendo los actores sociales y políticos que genuinamente participan de él […] Los descontentos siguen acumulándose y la represa antidemocrática será superada… mientras tanto, la transición a una democracia plena y apropiada por las mayorías, seguirá siendo tarea pendiente.

«HidroAysén: la represa de los descontentos continúa llenándose«

(Mayo de 2011)

I. La coyuntura inmediata y el largo proceso histórico:

Si a principios de Mayo la revuelta ciudadana contra el proyecto megaeléctrico de HidroAysén sumaba descontentos y movilizaciones de diverso tipo en casi todas las ciudades del país, mostrando con nitídez el alcance nacional y al alza de un movimiento social amplio y masivo, hoy, más de tres meses después, podemos decir que ya es parte del sentido común que incluso la propia elite no puede omitir, el hecho de que esa suma de descontentos ha adquirido una fuerza, convicción y vocación de poder, inéditas desde la lucha contra la caída de la dictadura. En estos últimos meses, no es exagerado decir que las multitudinarias marchas y otras diversas manifestaciones, y más allá, la sensación de efervescencia que las ha acompañado entre la ciudadanía en general, son sólo analogables a la época de la Unidad Popular. Lo que sucede en el espacio público en su expresión más concreta y material, es decir, las calles y plazas, ha vuelto a cobrar su fuerza y relevancia, para horror de quienes conciben la política y el poder como algo que debiera estar enclaustrado en ciertos salones y edificios.

En esa vereda, en la cara de La Moneda gobernante, la respuesta ha sido también analogable a épocas pasadas, pero de sus partes más violentistas, oscuras y tristes: una represión policial similar a la que hubo bajo los gobiernos de la Concertación pero exponenciada por la masividad y omnipresencia de las movilizaciones, un autoritarismo sin límites de una buena proporción de declaraciones y acciones de los dirigentes de la derecha gobernante, y, sin exagerar, un perfil reaccionario y hasta fascista que les sale por los poros a algunos, hoy, además, con la facilidad y exposición provocada por los nuevos medios y redes de comunicación. Ese otro espacio público, el virtual, también ha sido copado por la movilización, provocando una contundente derrota al cerco mediático y comunicacional que tuvimos por tanto tiempo.

Y es que ha corrido mucha agua bajo el puente, y aunque algunos no lo quieran, la Historia sigue su curso, y siempre, a la larga, la hacen los Pueblos. Las últimas palabras de Allende, y su figura histórica en general, han vuelto a resonar con fuerza y cobrar un sentido que ya no es el de la derrota testimonial convertida en victoria sólo moral, sino que el de la posibilidad de una victoria social, cultural, y también política, tras la derrota coyuntural de orden militar-neoliberal continuada a grandes rasgos por los gobiernos que le siguieron. La actual es una multitudinaria revuelta ciudadana contra el neoliberalismo, ese modelo político, social, económico y cultural implantado antidemocráticamente y reforzado por el escenario histórico generado en la transición pactada que encabezó la Concertación. El “y va a caer, y va a caer, la Educación de Pinochet” no sólo es un canto destinado a evidenciar el fracaso histórico de la derecha pinochetista en su intento de reconfigurar culturalmente al país y ponerlo a favor de “la obra” del régimen dictatorial, sino que ilustra un juicio de denuncia hacia lo incompleta de la transición a la democracia y los actores políticos que la encabezaron: en su momento, se logró derribar a la dictadura militar y la derecha más extrema del Gobierno, pero no así los mecanismos de reproducción del sentido histórico con que aquellas gobernaron, plasmados de manera referencial en la Educación, que es justamente la dinámica de reproducción de una sociedad.

Así, la responsabilidad de las cúpulas concertacionistas no ha sido un hecho pasado por alto por las mayorías: si el abandono electoral que las hizo perder en las elecciones pasadas fue un aviso, lo de los últimos meses ha sido un juicio ciudadano que difícilmente podrán revertir. De nada han servido las excusas de que “la derecha no nos dejó modificar el marco institucional impuesto”, o que “no teníamos mayoría en el parlamento por culpa del binominal”. Se equivocan los referentes concertacionistas: se les acusa del abandono de la lucha democrática una vez que llegaron al Gobierno, se les rechaza por ser cooptados por las ideas neoliberales y de derecha, se les denuncia por su oligarquización y corrupción moral y política. En resumen, se les encara por su Cogobierno de 20 años con la derecha y el alto empresariado.

II. La Educación y la marcha de los que sobran y los que no sobran:

A mediados de los ochenta, y en pleno proceso de movilización social contra la dictadura pinochetista, una canción se convirtió en estandarte musical de la exclusión social, económica, y política instaurada por el régimen contra las nuevas generaciones: el baile de los que sobran. La canción de Los Prisioneros expresaba la gigantesca oposición social, en especial de las nuevas generaciones, contra el autoritarismo militar y el terrorismo de estado y, también, contra el modelo económico de perfil neoliberal que se había venido instaurando con particular fuerza y profundidad desde fines de los setenta en adelante. Como supo muy tempranamente el pueblo chileno, la implantación de un muy extremista sistema de economía y sociedad «de libremercado» implicaba necesariamente políticas de shock económico, drástica destrucción y reconstrucción de empleos, quiebre y regeneración de actividades económicas e industriales completas.

La modelación económica y productiva de orden nacional-desarrollista que se había construido en Chile durante el siglo XX (y el Estado Docente que lo acompañó como forma educacional y de integración social),  fueron dramáticamente echadas abajo tras el golpe militar, y la instauración de medidas sistemáticamente neoliberales a fines de los setenta y principios de los ochenta, iban a tener en la crisis del ´82 y los años siguientes su momento de catalizador y cristalización: eran años de crisis, de mayoritario desempleo, subempleo, o empleo informal, de precariedades, de masiva salida de compatriotas en búsqueda de mejores destinos (el exilio económico cuantitativamente mayor que el político, aunque siempre con un trasfondo también político). Una época en que la mayor parte del pueblo de Chile simplemente sobraba en la «reconstrucción nacional» emprendida por la dictadura de los militares, la derecha más autoritaria, y unos cuantos intelectuales políticos (Jaime Guzmán) y económicos (la camada de economistas e ingenieros comerciales neoliberales).

Es sintomático y muy ilustrativo el hecho que la canción mencionada trataba el fenómeno de la exclusión social, política y económica con un cierto énfasis, precisamente, en lo educacional: los doce juegos, los ojos en el profesora otros les enseñaron secretos que a ti no, a otros dieron de verdad esa cosa llamada educación.  Taponeada y golpeada la posibilidad de que las mayorías intentaran una mejor vida por la vía de un proyecto político, dado el derrocamiento militar de la UP y el terrorismo de Estado presentes, la mejor vida justamente implicaba oponerse a la dictadura militar, pero también, poner la atención en el cómo sobrevivir y abrirse paso individual o familiarmente en el contexto del nuevo orden social, económico, laboral.

Y a pesar de que por esos años el rechazo a la dictadura y el rechazo al modelo económico eran la misma cosa, el foco de las dirigencias políticas se terminó poniendo en la negociación con las cúpulas políticas del gobierno dictatorial para exigir o gatillar su caída, mientras ésta terminaba de cuajar el ordenamiento institucional, político, económico que legarían tras su salida. En las características de esa negociación y su devenir una vez que la dirigencia pinochetista abandonó el Ejecutivo, pero no sus innumerables posiciones de poder, está la raíz de la progresiva desafección y rechazo de las mayorías ciudadanas hacia la política. Por otra parte, con la cooptación de las dirigencias concertacionistas y el encauzamiento de la movilización social contra la dictadura en los marcos institucionales establecidos por ella, se consolidaría el modelo neoliberal llevando a cabo una profunda revolución económica y transformación sociocultural en el país. El retraimiento hacia las vidas privadas y familiares, una de sus principales consecuencias más inmediatas, generó, junto con la sobreexigencia laboral (una de las jornadas de trabajo más largas del mundo) y una considerable inseguridad subjetiva (altas tasas de depresión, descomposición social, y estrés), un esfuerzo de magnitudes puesto en dirección hacia financiar la educación de la que el Estado se desatendía en su financiamiento y control.

La legislación educacional instaurada por la dictadura había abierto un marco de negocios y lucro para los privados inexistente hasta entonces, generando una inédita ampliación de la cobertura, pero a la vez, el esfuerzo final en financiar no sólo la educación, sino que las ganancias de esa nueva actividad económica, terminó recayendo en las familias y estudiantes. La carga financiera fue corroyendo cada vez más los ingresos presentes y futuros de familias y estudiantes, y la desatención estatal fue generando incentivos para el crecimiento de la educación privatizada, la jibarización y privatización silenciosa de las instituciones «públicas», y, sobretodo, reforzando una estratificación y segmentación socioeconómica sin precedentes.  El tema de la educación fue constituyéndose así en una piedra en el zapato para los sucesivos gobiernos concertacionistas, sucediéndose Ministros renunciados y políticas agravantes de la situación, cayendo en una obsecuencia y arrogancia tal que no atendieron las advertencias (entre ellas, las constantes movilizaciones) que señalaban que tal situación pondría, tarde o temprano, en entredicho la sostenibilidad social y política del modelo que con tanto entusiasmo habían abrazado.

Visto desde hoy, llama la atención la despreocupación de la clase política, y en especial de la Concertación, por simplemente dejar pasar el tiempo y acomodarse con gran oportunismo político al alejamiento de las nuevas generaciones al modelo que se iba implantando. La desafección hacia los partidos y la política en general y la no inscripción electoral incluso la quisieron presentar como un síntoma positivo: formularon la idea de que los jóvenes «no estaban ni ahí» y que una democracia de baja intensidad demostraba que se estaban haciendo bien las cosas y el país marchaba bien. Omitieron el hecho de que una transformación de la magnitud que tuvo la revolución neoliberal en Chile debe su perdurabilidad y proyección en el tiempo a múltiples factores que exceden con mucho la opinión que tienen las elites dominantes de él, y que entre los más relevantes están las opciones de quienes crecieron bajo élla: el juicio y las acciones de las nuevas generaciones. Y no sólo de quienes el sistema les somete a un permanente rechazo por sobrar, sino que a aquellos que precisamente los trata como si no sobraran, por estar adentro e incluidos en él.

Aquí otra de las particularidades de la movilización por la educación en Chile: proviene, además de los sectores más desventajados de la sociedad, de quienes precisamente han entrado a sus esferas y dinámicas de inclusión relativa, en el acceso a bienes de consumo, a posibilidades de endeudamiento, a expectativas de calidad de vida. Es por eso la explosividad y profundidad de la movilización actual: no sólo ataca los excesos y malos funcionamientos del sistema, sino que su misma lógica esencial, su buen funcionamiento que es, también, causante de malestares e indignaciones. En esa clase trabajadora relativamente incluida en el sistema, y que es llamada un tanto eufemísticamenteclase media, es que ha ido también madurando un creciente descontento y rechazo hacia el modelo, y desde donde el emerge, en parte, la actual movilización. De la confluencia política de las distintas capas sociales y los distintos actores presentes y actuantes en estas movilizaciones, dependerá parte de la proyección de lo que está sucediendo.

III. Las nuevas generaciones, el movimiento estudiantil, la nueva escena política:

De los actores sociales que se movilizaron y construyeron progresivamente contra la implantación y profundización del modelo neoliberal bajo los gobiernos de la transición concertacionista, el movimiento estudiantil fue el que tuvo -junto con el movimiento mapuche, caso aparte, y que toca otros puntos de la ilegítima constitución del Estado chileno-, más continuidad, capacidad de movilización, y una profundidad y solidez organizativa y programática no menores, atendidos además todos los obstáculos y dificultades para hacer política en una época donde todo consipiraba contra ello. Debido a la radicalidad de las reformas en torno al mundo del trabajo y una legislación antisindical férrea que dejaba poco margen para la organización de los trabajadores en general, y a la fragmentación social que incentivaba de diversas formas la individualización y el retraimiento hacia las vidas privadas por parte de la mayor parte de la ciudadanía, el espacio estudiantil, representativo en parte de las nuevas generaciones que se venían incubando bajo la creciente sociedad de mercado en los años noventa, fue una de las principales trincheras de organización y capacidad de movilizarse en un sentido antineoliberal en años en que tal cosa era abiertamente minoritaria.

Aquí, año tras año, ciclo tras ciclo de movilizaciones, se fue atrincherando un sentido común abiertamente crítico contra el neoliberalismo y la clase política binominal. Las federaciones estudiantiles universitarias comenzaron a ser uno de los lugares donde la Concertación fue perdiendo fuerza y presencia de manera más nítida, y con el correr de los años tal asunto fue creciendo en un sostenido anticoncertacionismo, tanto electoral como culturalmente, de las nuevas generaciones. Sobretodo en la última década, tal cosa se vio reforzada y multiplicada por la reorganización del movimiento estudiantil en los liceos y colegios, cobrando una masividad mayor aún cuando en las instituciones privadas de educación escolar y superior también comenzó a haber mayores niveles de organización y politización. Y también, por el declive progresivo de la influencia política de los partidos de la Concertación en las universidades, tanto por los sucesivos desencantamientos provocados por las presidencias «socialistas» de Lagos y Bachelet (y los tensionamientos que aquello provocaba en las juventudes concertacionistas en sus anclajes estudiantiles), como por la emergencia de fuerzas de diverso tipo que tenían como uno de sus ejes fundantes, la crítica, rechazo, o distanciamiento de aquellas, y las tan falseadas políticas «progresistas» que decían promover e impulsar.

El avance progresivo de estas tendencias disruptivas no trajo un avance inmediato de nuevos referentes políticos nacionales ni grandes estallidos, ni desbordes visibles de los múltiples obstáculos para su despegue y confrontación en la política institucional, pero permitió hacer crecer una multitud de espacios, iniciativas, colectivos, organizaciones, redes, que tuvieron una prueba de su fuerza el año 2006, un aviso que la clase política no tomó en cuenta, festejando manos en alto un acuerdo parlamentario forjado a espaldas del movimiento estudiantil. La resolución final de la gigantesca movilización del 2006 fue una victoria pírrica de la clase política y en especial de las cúpulas de la Concertación, que además de dejar en claro la inexistencia de posibilidades reales de reformas dirigidas a un gobierno más ciudadanodemocracia más participativaenarboladas en la campaña de Bachelet, mostraron, de manera más general, lo ya insuperable de los límites del progresismo bajo los gobiernos de la Concertación, y, aún más ampliamente, la incapacidad de la clase política neoliberal de atender el proceso de pérdida de legitimidad que maduraba contra ella.

De todas formas, la revuelta del 2006 fue sólo una muestra más de ese proceso: año tras año, y sin excepciones, el movimiento estudiantil impulsó movilizaciones que aunque no lograron romper los cercos mediáticos y políticos, fueron forjando capacidades, convicciones, saberes. El producto de todo eso es lo que ha decantado en la movilización actual, que simplemente ha desbordado todo tipo de obstáculos. Dicho con la figura utilizada por lo de HidroAysén: la represa simplemente ya se desbordó, todo indica que no hay ni habrá vuelta atrás, y el predominio sin contrapesos del neoliberalismo, de un capitalismo extremo y un orden político altamente conservador y autoritario, ha llegado a su fin en Chile.

No está de más decir que la profundidad de la inflexión histórica en curso representa una dificultad para abordarla tanto analítica como políticamente (tanto de parte de los poderes instituidos como de las tendencias constituyentes), por más que los cuadros dirigentes más lúcidos y las elites intelectuales intenten generar explicaciones e hipótesis de salidas políticas dentro de los marcos instituidos, o digan retrospectivamente que «esto lo veníamos diciendo». En las coyunturas constituyentes queda al descubierto a cabalidad lo complejo de narrar sucesos históricos en pleno desarrollo, pues en éstas,el campo de posibilidades políticas e históricas se abre, y con esto, el hablar de la ciudadanía activa, de las militancias políticas y sociales, el actor social de estos procesos refundacionales, más tiene que acompañar y estar inmerso en esos procesos, proponer y aportar a ellos, oponerse a los intentos por bloquearlos, que intentar anticiparse o formular análisis acabados e imparciales. Lo que se requiere es una acción y un discursos situados en el proceso de transformaciones, en la construcción de ese cambio de época.

Por otra parte, el hablar y la acción dominante, es decir, el de las elites y los actores hegemónicos en la época de la transición, al contrario, seguramente intentarán (como ya hace) domesticar, contener, y bloquear las tendencias refundacionales y constituyentes, e impedir, por ejemplo, la realización del primer proceso constituyente realmente democrático y participativo en toda la historia nacional. Ese actuar político necesita y necesitará un discurso legitimante que, en especial desde las cúpulas concertacionistas, justificará e intentará defender la obra de los Gobiernos de la Concertación, por una parte, y la dictadura militar, por otra, tarea en la que incluso podrán converger miembros de ambas coaliciones. Por nuestra parte, las nuevas fuerzas sociales y políticas expresadas en aquél polo en formación que intenta construir una etapa de transformaciones que supere la era neoliberal con un sentido democratizante y socializador, tienen por delante la gigantesca tarea de destituir los discursos, programas, y políticas públicas del neoliberalismo, y tendrán que discernir paso a paso y en cada momento qué tipo de articulaciones, acuerdos mínimos, avances relativos, se pueden y deben tener en relación a las fuerzas del esquema instituido. Por lo demás, como confirman las experiencias de los bloques populares y progresistas que gobiernan la casi totalidad de los países de Sudamérica (con el reciente triunfo de Ollanta Humala en Perú, sólo Colombia y Chile como excepción), la llegada al Gobierno, e incluso una Asamblea Constituyente y Nueva Constitución, sólo es un paso entre muchos dentro de un proceso refundacional y constituyente.

Así, las coyunturas políticas y sociales de esta relevancia ponen en juego un sinnúmero de tiempos y tendencias de largo aliento y profundidad, y su desarrollo e implicancias finales sólo se aprecian a cabalidad con el correr del tiempo. Por tanto, las disputas de estos meses, la escena política del presente y seguramente de los próximos años, deben ser vistas mirando siempre distintos tiempos y las varias capas del conflicto y la crisis política y social desatada.

IV. Algunas perspectivas para una coyuntura y proceso Constituyente:

Dichas todas las prevenciones anteriores, algunas ideas para visualizar algunas tendencias y líneas de fuga del presente. Partiendo por lo más general, importante decir que esta revuelta social, ciudadana, y popular contra el sistema neoliberal en Chile, coincide con un momento mundial de decaimiento y crisis de éste. No sólo por las revueltas y los problemas sistémicos puestos a prueba durante este año 2011 y los anteriores, con la literalmente crítica situación económica en Europa y Estados Unidos en particular pero del capitalismo neoliberal en su conjunto, y, para más remate, las revueltas en el mundo árabe como expresión de crisis de su sistema colonial e imperial, sino que, además, en nuestro continente, con una evidente y mayoritaria tendencia hacia gobiernos, movimientos, y mayorías, que intentan superarlo como modelo económico, y también como dominio político, social y cultural de las oligarquías y elites dominantes en casi todos los países de la región. Si Chile antes era utilizado como ejemplo de un modelo neoliberal y ultracapitalista exitoso y “ejemplo a seguir”, la movilización actual derrumba ya definitivamente tal apología sostenida por las derechas y clases dominantes a nivel regional y global. El mundo y nuestra América miran con atención lo que está sucediendo, pues lo que aquí sucede es una revuelta en un país donde el sistema funcionaba, y de hecho, bajo sus parámetros, siguefuncionando con éxito.

Otro punto importante: esto no es un estallido social gatillado por una baja repentina en el funcionamiento del sistema, ni por una medida política en particular, sino que es una multitud en movimiento y puesta en marcha de manera relativamente autónoma, y tal característica debe ser defendida, desarrollada, potenciada. Claro, la coyuntura ha sido alimentada por varios factores, como la derrota electoral de la Concertación y la puesta en el Gobierno de una coalición con menos anclajes sociales, experticias políticas, y legitimidades históricas, o como el mismo terremoto que hizo evidenciar un sinnúmero de falencias y irracionalidades del modelo, o la demostración de un soterrado descontento regional en la revuelta magallánica, o el muy mayoritario rechazo a la política ambiental y energética del país.

Pero aún teniendo todo lo anterior en cuenta, el movimiento social ha logrado levantar un ciclo de movilizaciones de manera relativamente independiente de los factores externos, y más aún, tomando por sorpresa a la misma elite política que ha copado tan monopólicamente el espacio público e institucional del país. Ésta última, junto con los actores dominantes económica y mediáticamente, claro que ya intenta revertir su distancia hacia el fenómeno histórico constituyente desplegado, pero ya no tiene la iniciativa exclusiva y excluyente al que le llamó eufemísticamente como “la extraordinaria gobernabilidad de la democracia chilena”, o, con más soberbia que realidad, “la excepcionalidad chilena en el contexto latinoamericano”. Bajo sus pies, se forjó un proceso social e histórico que no controla, no gobierna, ni tiene muchos mecanismos de cooptación y dispersión, por mucho que en la coyuntura específica y más concreta de las demandas más directas, la termine ganandomás bien será una tregua transitoria que una solución definitiva.

En esa coyuntura de largo plazo que se ha desplegado, de aquí en adelante al movimiento social le caben múltiples tareas, pero que tienen en la proyección política de sus demandas y anhelos el eje crucial y determinante. No se trata de que se haga un viraje en sus acciones y trayectorias hacia el presente en que se encuentra, sino que justamente es el paso que lógicamente deben dar hacia construir una mayoría amplia y diversa que, primero, ponga en juego en su seno una unión identitaria, programática, y también electoral, construida sobre la base de su diversidad interna y de lo que ha venido haciendo y pensando hasta ahora.  En ese sentido, entendernos como un proceso constituyente en construcción y en curso y desde ya, permite a los diversos actores mirar las perspectivas que todo paso va a ir teniendo en distintos planos y tiempos. Bajo esa dinámica, ese nuevo Chile en movimiento y en marcha que estamos presenciando en las movilizaciones actuales irá adquiriendo su unidad y solidificando sus convicciones y capacidades, y no se detendrá por mucho que las coyunturas más inmediatas vayan cambiando y sucediéndose. Es insoslayable el hecho de que seguimos en unescenario institucional y político-electoral altamente desfavorable, y que falta mucho camino por recorrer en términos de articulación política de los descontentos y movilizados.

No se trata de desviarse de las urgencias que este proceso seguro irá teniendo, y que las ha tenido con creces durante estos meses, sino en inscribirlas en un autoaprendizaje y una maduración social y política más amplia y compleja que seguramente durará varios años: un proceso constituyente, una refundación del país. Enlazándolo con la coyuntura más inmediata, superar «la demanda por la Educación Pública» hacia ejercer un proceso de autoeducación construida desde y para las mayorías y en especial sus actores más activos y participantes (por de pronto, los actores movilizados), pues la Educación no es otra cosa que la autoreproducción de una sociedad en un momento dado. Aquí, como a todos los actores sociales de la Educación le consta, urge una construcción de comunidades educativas deliberantes y activas en el proceso educativo. En otras palabras, es esencial la demanda por un alza significativa de los recursos destinados a la Educación por parte del Estado y el sistema económico en general, como asimismo las cuestiones asociadas a aquello (la política sobre nuestros recursos naturales, la reforma tributaria), pero la Educación que debiéramos querer va mucho más allá que una demanda peticionista al Estado: debemos profundizar los contenidos democratizantes, la descentralización y desconcentración de ella y el poder en general, las prácticas e idearios que nos permitirán refundarla radicalmente, yendo a la raíz de nuestra crítica hacia el modelo educativo y no sólo a su modo de financiamiento. Y algo similar, con todos las otras áreas primordiales de este proceso constituyente en curso.

En este proceso político en marcha se deben hacer esfuerzos en el sentido de superar los hegemonismos, el afán sectario, los caudillismos personalistas, y propiciar la creatividad movilizadora, los nuevos liderazgos, conducciones y dinámicas de acción, los contenidos democratizantes y libertarios en nuestras prácticas, construcciones organizativas, idearios y discursos. En eso, superar los marcos conceptuales del siglo pasado, y más en general, de una modernidad y una era histórica con múltiples muestras de decadencia e irracionalidad (llámesele como se le llame), que debe, necesaria y urgentemente, ser superada. También, y más en concreto, superar el mapa político de izquierda-centro-derecha, por mucho que explique ciertas cuestiones actuales (y por cierto mucho de nuestra Historia), relativizar ciertos dogmas antes pontificados, y someter todo al escrutinio del presente y sus condiciones actuales tan cambiantes y revolucionadas.

Los procesos constituyentes y refundacionales que se han vivido y viven en la casi totalidad de los países de nuestra América son una caja de herramientas y aprendizajes a tener en cuenta y cuya difusión y socialización es del primer orden de prioridades.

Construir una unidad en la diversidad, una multitud de espacios y organizaciones que empujen, desde sus particularidades y diferencias, en un proceso transformador con acuerdos programáticos y unión en el trabajo y la participación conjunta:encarar la acción transformadora en una movilización permanente, en una democracia y acción colectiva participativa puesta en marcha desde las propias organizaciones y movimientos movilizados.  En eso, lo que suceda en las coyunturas electorales y los avances en términos de reformas políticas que viabilicen los triunfos parciales pero crecientes de las mayorías descontentas y movilizadas, serán una puesta a prueba para todos, y tal cosa no permite delegaciones, ni exclusiones ni autoexclusiones para nadie. La mayoría descontenta y movilizada debe llegar a tener un Gobierno Nuestro, por mucho que ahí recién comience otra etapa tan difícil y compleja como la que se ha recorrido hasta ahora.

Las mayorías deben ir perfilando su autorepresentación en el Estado de Chile, su Constitución Política, sus leyes e instituciones, pues éstas debieran ser el reflejo de de sus opciones, decisiones, anhelos, necesidades, y los monopolios y autoritarismos que han gobernado nuestra Historia patria deben terminar, para siempre. Por cierto, se vendrán varios años donde esta inflexión muestre su real sentido, pero, sin duda, una época de esperanzas se ha puesto en movimiento, y nuestro esfuerzo debe apuntar a que no se apague nunca, crezca, madure, y avance.

* Invierno de 2011, el más multitudinario y esperanzador que hemos visto pasar.

***Artículo publicado, por ahora, en: web del Partido Progresistaweb SurDA , web de Movimiento Libres del Sur (Argentina)
testaferreira@gmail.com