Pepe Escobar
El Relator Especial de Naciones Unidas sobre el Terrorismo nos había advertido ya en 2007 que el terrorismo estaba siendo utilizado por ciertas países como un espantapájaros para concretizar sus intereses geopolíticos. Otros investigadores señalaban que ciertos grupos como Al Qaida eran en realidad piloteados por los servicios de inteligencia de ciertas potencias. Historiadores nos demostraban con hechos fehacientes como los terroristas han sido manipulados y utilizados por poderosos intereses en un pasado reciente. Lo que está ocurriendo en Trípoli es una fase más de este gran engaño.
Se llama Abdelhakim Belhaj. Puede que algunos hayan oído hablar de él en Medio Oriente, pero pocos en Occidente y en el resto del mundo habrán tenido la ocasión.
Es hora de ponerse al día. Porque la historia de cómo un hombre muy valioso para al-Qaida se ha convertido en el máximo comandante militar libio en Trípoli, todavía desgarrada por la guerra, seguramente hará añicos –una vez más– esa selva de espejos que es la “guerra contra el terror”, y al mismo tiempo comprometerá profundamente la propaganda, cuidadosamente construida, de la intervención “humanitaria” de la OTAN en Libia.
La fortaleza de Muamar Gadafi de Bab-al-Aziziyah fue esencialmente invadida y conquistada la semana pasada por los hombres de Belhaj –quienes estaban a la vanguardia de una milicia de bereberes de las montañas al sudoeste de Trípoli-. La milicia es la llamada Brigada Trípoli, entrenada en secreto durante dos meses por Fuerzas Especiales de EE.UU. Resultó ser la milicia más efectiva de los rebeldes en seis meses de guerra tribal/civil. El martes pasado Belhaj ya mostraba un regocijo maligno por la victoria en la batalla, diciendo que las fuerzas de Gadafi escaparon “como ratas” (nótese que es la misma metáfora utilizada por el propio Gadafi para describir a los rebeldes).
Abdelhakim Belhaj, alias Abu Abdallah al-Sadek, es un yihadista libio. Nacido en mayo de 1966, afinó sus habilidades en la yihad antisoviética en Afganistán.
Es el fundador del Grupo de Combate Islámico Libio (LIFG por sus siglas en inglés) y su emir de facto –con Khaled Chrif y Sami Saadi como sus reemplazos-. Después de que los talibanes llegaron al poder en Kabul en 1996, el LIFG mantuvo dos campos de entrenamiento en Afganistán; uno de ellos a 30 kilómetros de Kabul –dirigido por Abu Yahya– limitado estrictamente a yihadistas vinculados a al-Qaida.
Después del 11-S, Belhaj fue a Pakistán y también a Irak, donde se hizo amigo ni más ni menos que del ultra peligroso Abu Musab al-Zarqaui, todo esto antes de que al-Qaida en Irak declarara su fidelidad a Osama bin Laden y a Ayman al-Zawahiri y potenciara sus horripilantes tácticas.
En Iraq, sucedió que los libios eran el mayor contingente suní yihadista extranjero, solo después de los saudíes. Además, los yihadistas libios siempre han sido superestrellas en los máximos niveles de al-Qaida “histórico”, desde Abu Faraj al-Libi (comandante militar hasta su arresto en 2005, y que ahora sufre lentamente como uno de los 16 detenidos de alto valor en el centro de detención estadounidense en Guantánamo) a Abu al-Laith al-Libi (otro comandante militar, muerto en Pakistán a principios de 2008).
El momento de un «entrega extraordinaria»
El LIFG había estado en los monitores de la CIA desde el 11-S. En 2003, Belhaj fue finalmente arrestado en Malasia, y luego transferido, al estilo de una ‘entrega extraordinaria’ a una prisión secreta en Bangkok, y torturado a su debido tiempo.
En 2004, los estadounidenses decidieron enviarlo como obsequio a la inteligencia libia –hasta que fue liberado por el régimen de Gadafi en marzo de 2010, junto con otros 211 “terroristas”, en un acto de relaciones públicas publicitado con gran fanfarria.
El orquestador no fue otro que Saif Islam al-Gadafi , la ‘cara modernizadora/ London School of Economics’ del régimen. Los dirigentes del LIFG -Belhaj y sus asistentes Chrif y Saadi– hicieron antes de ser finalmente liberados una confesión de 417 páginas llamada “estudios correctivos” en la que declararon por terminada (e ilegal) la yihad contra Gadafi.
Un relato fascinante de todo el proceso se puede ver en un informe titulado “Combatiendo el terrorismo en Libia mediante el diálogo y la reintegración” [1] Nótese que los autores, “expertos” en terrorismo basados en Singapur que fueron agasajados por el régimen, expresan su “profundo aprecio a Saif al-Islam Gadafi y a la Fundación Gadafi de Caridad y Desarrollo Internacional por posibilitar esta visita”.
Crucialmente, todavía en 2007, el entonces número dos de al-Qaida, Zawahiri, anunció oficialmente la fusión entre el LIFG y al-Qaida del Magreb Islámico (AQIM). Por lo tanto, a todos los efectos, LIFG/AQIM han sido desde entonces, uno y lo mismo, y Belhaj fue/es su emir.
En 2007, LIFG llamó a una yihad contra Gadafi, pero también contra EE.UU. y una serie de “infieles” occidentales.
Lleguemos rápidamente a febrero pasado cuando, como hombre libre, Belhaj decidió volver al modo yihadista y alinear sus fuerzas con el levantamiento amañado en Cirenaica.
Toda agencia de inteligencia en EE.UU. y el mundo árabe conocen su origen. Ya ha asegurado en Libia que él y su milicia solo aceptarán la Sharía.
No hay nada “pro democracia” en el asunto, bajo ningún concepto. Y, sin embargo, no se podía excluir de la guerra de la OTAN a un hombre tan valisoso solo porque no le gustan mucho los “infieles”.
El asesinato a finales de julio del comandante militar rebelde Abdel Fattah Younis –por los propios rebeldes– parece apuntar a Belhaj o por lo menos a gente muy próxima a su persona.
Es esencial saber que Younis –antes de desertar del régimen– había estado a cargo de las fuerzas especiales de Libia que combatieron ferozmente al LIFG en Cirenaica de 1990 a 1995.
El Consejo Nacional de Transición (CNT) según uno de sus miembros, Ali Tarhouni, ha estado propagando que Younis fue eliminado por una sospechosa brigada conocida como Obaida ibn Jarrah (uno de los compañeros del Profeta Muhammad). Sin embargo ahora la brigada parece haberse disuelto sin dejar rastro.
Cállate o te corto la cabeza
No es precisamente por accidente, pero todos los máximos comandantes militares rebeldes son del LIFG, de Belhaj en Trípoli a un cierto Ismael as-Salabi en Bengasi y un cierto Abdelhakim al-Assadi en Derna, para no mencionar a un activo clave, Ali Salabi, ubicado en el centro del CNT. Fue Salabi quien negoció con Saif al-Islam Gadafi el “fin” de la yihad del LIFG, asegurando así el brillante futuro de esos “combatientes por la libertad” vueltos a nacer.
No hace falta una bola de cristal para imaginar las consecuencias de que LIFG/AQIM –después de conquistar el poder militar y de estar entre los “vencedores” de la guerra– no estén ni remotamente interesados en renunciar al control solo para complacer los caprichos de la OTAN.
Mientras tanto, en medio de la niebla de la guerra, no está claro si Gadafi planifica atrapar a la brigada Trípoli en la guerra urbana u obligar a la masa de las milicias rebeldes a que penetren en las inmensas áreas tribales de la tribu Warfallah.
La esposa de Gadafi pertenece a la Warfallah, la mayor tribu de Libia, con hasta 1 millón de personas y 54 sub-tribus. En Bruselas se dice confidencialmente que la OTAN espera que Gadafi combatirá durante meses si no años; de ahí la recompensa por su cabeza al estilo de George W. Bush y el desesperado retorno al Plan A de la OTAN, que siempre fue su eliminación.
Libia puede estar enfrentando el espectro de una Hidra guerrillera de dos cabezas; las fuerzas de Gadafi contra un débil gobierno central del CNT y de soldados de la OTAN en el terreno; y la nebulosa LIFG/AQIM en una yihad contra la OTAN (si los excluyen del poder).
Gadafi podrá ser una reliquia dictatorial del pasado, pero no se monopoliza el poder durante cuatro décadas para nada, y sin que tus servicios de inteligencia sepan una cosa o dos.
Desde el principio, Gadafi dijo que se trataba de una operación con respaldo extranjero y de al-Qaida; tenía razón (aunque se le olvidó decir que se trataba sobre todo de la guerra del neo-napoleónico presidente francés Nicolas Sarkozy, pero ésa es otra historia).
También dijo que era el preludio de una una ocupación extranjera cuyo objetivo era privatizar y apoderarse de los recursos naturales de Libia. Puede ser que –otra vez– tenga razón.
Los “expertos” de Singapur que elogiaron la decisión del régimen de Gadafi de liberar a los yihadistas del LIFG la calificaron de “una estrategia necesaria para mitigar la amenaza planteada a Libia”.
Ahora, LIFG/AQIM están finalmente abocados a poner en práctica sus opciones como una “fuerza política indígena”.
Diez años después del 11-S, cuesta no imaginar una cierta calavera descompuesta al fondo del Mar Arábigo que ríe burlonamente hasta el fin de los tiempos.