A su vez, decir Francisco López Muntaner, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Horacio Ungaro, María Clara Ciochinni y Daniel Racero es decir Boleto Estudiantil Secundario. Pero también es decir UES. Y decir UES es decir – entre otros – Cristian Caretti, «Roña» Beckerman, Roberto Gamonet, Patulo Rave o Claudio Slemenson, cuadros fundadores aún no debidamente reivindicados del frente montonero en los colegios secundarios. La degradación de las políticas de la memoria perpetrada por esta democracia de baja intensidad no sólo incluye evocaciones oportunistas y crivadas por grandes omisiones, sino retrocesos doctrinarios notorios como el que constituye – en un país cuya mayoría aún corea la estrofa “por los derechos sociales… “ – volver a los derechos humanos del individuo, prescriptos por la Revolución Francesa.
Obviamente, a la nula discusión por el poder real de nuestros recursos le corresponde un significativo repliegue del pensamiento critico y la naturalización gradual de las tergiversaciones antes consignadas, todo lo cual tiende a consolidar una cultura de la postración que muy pocos perciben y denuncian, encandilados como están con impactantes guarismos electorales que prometen profundizar lo que ampulosamente denominan “modelo”, y no constituye más que un puñado de medidas parciales de corte neo desarrollista.
De un tiempo a esta parte, los medios oficiales – afectos a construir el más edulcorado sentido común mediante términos tan posmodernos como “la opo” o “la corpo mediática” – han resuelto ensanchar el horizonte de las imputaciones por violación a los derechos humanos a los “cómplices civiles de la dictadura”. Cualquier luchador popular – ni hablar de un afectado directo por la represión – debería estar de parabienes con la nueva. Salvo porque tal categoría – con la honrosa excepción de Magnetto – viene reservándose para lenguaraces o “gatos” de la farándula televisiva.
Antes que algún exégeta oficial aduzca que está preso José Alfredo Martínez de Hoz, el autor de estas líneas apela a la sensatez de sus lectores preguntando si la pena que merece este verdadero Licurgo de una Argentina saqueada son diez años de cautiverio por el secuestro del empresario Guttheim – equivalente a encarcelar a Al Capone por no pagar impuestos -, cuando buena parte de la sociedad conoce que en él (y sus socios aún impunes) se resume la materia gris que diseñó toda la ingeniería conducente a la destrucción nacional, cargo por el cual aún no se ha decretado ni la más mínima sanción judicial… porque hacerlo afectaría a los capitales más concentrados del país, que hoy se benefician guarecidos tras el sillón de Rivadavia.
Como toda efemérides popular, la que evoca la lucha vigente de los secundarios caídos en La Plata hace a la ocasión propicia para denunciar a voz en cuello que esta etapa de miseria progresista distrae de una noción fundamental sobre la que toda militancia comprometida debería detenerse a reflexionar. Bajo los cantos de sirena de una primavera económica garantizada por planes sociales dependientes de los commotidies sojeros yace una verdad incontrastable: Sólo el poder troglodita se aferra a la represión. La modernidad dependiente insta al “diálogo”, al tiempo que somete apelando a la cooptación, perverso mecanismo de retardo de la rebeldía popular