
Diallo, con sus invenciones, resultó ser veneno para el fiscal. Vance había mostrado su total disposición a creerla, al punto de que sobre su sola denuncia erigió un caso que desbarató la carrera política del acusado, puso en duda la precipitación de la policía, y ha dejado a su propia fiscalía en el punto de mira de los críticos.
Vance contaba con la denuncia de la empleada y pruebas forenses que confirmaban un encuentro sexual. De Diallo, sus empleadores decían que había sido una trabajadora intachable. Ella añadió un pasado de abusos y violaciones en su Guinea natal. Strauss-Kahn, uno de los hombres más poderosos de Washington, aguardaba en la prisión de Rikers Island, después de que la policía lo arrestara en un avión.
El 7 de junio, Diallo reveló que había mentido en su petición de asilo político. Nunca había sido violada en Guinea. Vance mantuvo la calma. La credibilidad de la supuesta víctima estaba agrietada, pero no rota. Pero después Diallo admitió que también había mentido sobre hechos relativos a la supuesta agresión. Aquello desarmaba el caso. La presión social y mediática, sin embargo, seguía siendo grande. Si pedía al juez que retirara los cargos, le acusarían de haber dejado indefensa a alguien que, a ojos de la opinión pública, aún era víctima.
Diallo entró entonces en un frenesí de actos estrambóticos. En una entrevista con los fiscales se llegó a tirar al suelo, gritando. En el último encuentro del 27 de julio, negó haber dicho algo que los fiscales tenían grabado. Por consejo de su abogado, compareció ante los medios y visitó iglesias. Cuanto más se la veía en público, más recelaba de ella el fiscal.
Vance, que aspira a la reelección en 2013, tenía mucho que perder, políticamente, si desestimaba el caso. Tomó la decisión, dice, en beneficio de la justicia. “Cuando los fiscales dejan de seguir los hechos hasta el lugar al que de verdad conducen, la justicia se convierte en sirviente del triunfo”, dijo.
