Miriam Gathigah. IPS/Prensa Marea Socialista
Nairobi, julio 2011

En el camino fronterizo entre Kenia y Somalia yacen los cadáveres de niñas y niños que sucumbieron al hambre y las penurias del viaje desde sus aldeas, arruinadas por la sequía, y el territorio keniata.

La historia de esos niños que murieron entre Dobley, el último centro poblado en el sur somalí antes de ingresar a Kenia, aún no se ha contado, afirman trabajadores humanitarios.

Ahmed Khalif trabaja para una organización no gubernamental de Kenia y cruza a menudo el límite entre los dos países para asistir a la población somalí. Él ha visto muchos pequeños cuerpos a la vera del camino.

«Cualquiera que siga esa ruta puede relatar terribles historias de cadáveres, la mayoría niños. Sus madres también se van muriendo. No se trata de madres desalmadas que abandonan a sus hijos, sino que intentan sobrevivir para honrar la vida», describe Khalif.

Él ha visto montones de personas, la mayoría mujeres y niños, intentando cruzar la frontera. Pero cuando los infantes ya están tan débiles que no pueden caminar, caen simplemente en la carretera, mientras sus madres y demás familiares medio muertos de hambre siguen caminando con la esperanza de conseguir ayuda.

«Es duro ver (a los niños) al borde de la muerte, la piel caída por la deshidratación extrema, los cuerpos demasiado pequeños para su altura, los labios resecos. No hablan, simplemente caen».

«Tienen los ojos hundidos en las órbitas, pero te siguen mirando. Es muy perturbador. Uno piensa que los demás no tienen sentimientos por haberlos abandonado, pero están en la misma condición. Sólo la voluntad de llegar al (campamento de) Dadaab los mantiene en pie», explica Khalif.

Los que mueren así no son enterrados. «¿Quién tiene energía para hacerlo? Apenas pueden seguir caminando hasta el campamento, donde encuentran sepultura, si mueren allí», agrega Khalif en referencia al improvisado cementerio de Dadaab.

Los menores somalíes que sobreviven y llegan al campo de refugiados soportaron penurias a un grado difícil de imaginar, caminando al menos 10 días bajo un calor intenso en una tierra de nadie, infestada de hienas.

El grupo extremista Al Shabaab, presente en buena parte del sur somalí, «sigue dificultando el acceso de la gente a Kenia y a Dadaab, evitando que los somalíes procedentes de zonas bajo su control lleguen a Dobley», describe Khalif.

Y esto ocurre pese a que Dobley está ahora en poder de fuerzas del gobierno de Somalia, que expulsaron del poblado a los rebeldes de Al Shabaab tres meses atrás.

Entonces, en lugar de recorrer los 15 kilómetros que median entre Dobley y Kenia, muchos deben dar un rodeo y caminar entre cuatro y nueve días más para cruzar la frontera.

Este trayecto no sólo es más largo, sino peligroso. Bandas de delincuentes roban las escasas pertenencias de los desplazados y violan a las mujeres.

Dadaab, una aldea semiárida situada en el este de Kenia, en la Provincia Nororiental, alberga más de 380.000 personas y acaba de convertirse en el mayor campamento de refugiados del mundo. La vida allí no es fácil, sobre todo para niñas y niños.

Cada día llegan unos 1.300 somalíes y mueren cuatro niños, según agencias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que aseguran se necesitan más de 300 millones de dólares cada seis meses para salvar a la población infantil afectada por la sequía.

«Los niños son muy pequeños y pesan muy poco para su edad. Su condición supera la desnutrición aguda. Esta sequía está liquidando avances en la lucha contra la mortalidad infantil», afirma Oliver Yambi, representante en Kenia del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

Las agencias de la ONU están encontrando proporciones de desnutrición aguda de hasta 35 por ciento de los niños, caracterizada por pérdida extrema de peso y por tallas muy pequeñas para la edad.

La Organización Mundial de la Salud estableció que cuando la desnutrición aguda sobrepasa el 15 por ciento de un colectivo humano, éste ha cruzado un umbral crítico o de emergencia. Porcentajes superiores exhiben un estado avanzado de desnutrición aguda del que difícilmente los niños salgan con vida, pues tienen una probabilidad 10 veces superior de morir antes de cumplir los cinco años.

Según Unicef, la cantidad de niños menores de cinco años con desnutrición aguda aumentó en Somalia de 476.000 en enero a 554.550 en julio.

Y sus madres no se encuentran mucho mejor.

«Los niños no son los únicos que mueren en Dadaab. La mortalidad materna es muy elevada. Estimamos que mueren al menos 298 madres por cada 100.000 nacidos vivos. Los números crecen por la anemia extrema así como por la relación entre cantidad de pacientes por enfermera», dijo una fuente de la organización humanitaria Oxfam.

«En promedio, hay un puesto sanitario por cada 1.700 refugiados, que siguen aumentando», agregó. Ochenta por ciento de los refugiados en el Cuerno de África son mujeres.

La ONU sostuvo en un comunicado el miércoles 27 que el hambre puede causar complicaciones del embarazo y del parto y elevar el riesgo de muertes maternas y enfermedades del recién nacido.

«Los especialistas advierten que eliminar la desnutrición de las madres puede reducir hasta en un tercio las discapacidades de sus hijos».

Las oficinas del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) en Somalia, Kenia, Etiopía y Djibouti están adoptando medidas de emergencia para distribuir suministros sanitarios y equipos médicos entre las poblaciones afectadas. Esto ayudará a prestar tratamientos para salvar vidas de madres e hijos, facilitando partos más seguros», dice el comunicado.