Clodovaldo Hernández

Al capitalismo se le acusa de ignorar al ser humano y su circunstancia para preocuparse solo por las finanzas. En una estrategia muy astuta para compensar esta falta de humanidad, el lenguaje económico internacional “humaniza” a los mercados y a las mercancías.

“El mercado amaneció nervioso, fruto de sus angustias por una eventual subida de los impuestos”, dice una nota en alguna prestigiosa agencia especializada en temas económicos y uno se imagina al compungido señor Mercado (que ya merece hasta una mayúscula) tomando lexotanil y Tilo.

“El Petróleo se deprime”, titula otro análisis. “El Oro toma el liderazgo frente a la pérdida de prestigio del Dólar”… en fin, que en ese escenario tan tecnocrático, gente-lo-que-se-llama-gente no aparece ni importa mucho, pero las cosas inanimadas y las abstracciones conceptuales cobran vida, piensan, se preocupan, sufren ataques de nervios o se tranquilizan.

El receptor de esa información sufre tal chantaje emocional que llega a experimentar ternura y solidaridad con respecto a esos superseres humanos, que son alguien pero no son nadie en particular, y que caen abatidos, se desploman, se infartan. Nos alegramos cuando esas señoronas de nombre Bolsa (y diferentes apellidos: Nueva York, Tokio, etc.), luego de sufrir las congojas propias de una madre, toman un respiro, muestran síntomas de recuperación, se reaniman y hasta, algunas veces, se muestran jubilosas. ¿Quién puede dudar que son unas mujeres de carne y hueso?

Claro que estas noticias tropiezan con algunas dificultades. Por ejemplo, los superseres humanos no tienen cabeza, tronco ni extremidades y, por tanto, es difícil representarlos gráficamente. Un viejo truco es tomar prestado el cuerpo de un operario bursátil que tenga las manos en la cabeza y cara de estar viendo a Godzilla. “Wall Street presa del pánico”, le ponen a la nota y asunto resuelto.

La humanización de las cosas permite restarle humanidad a los verdaderos humanos. La gente que protesta en Londres provoca -malucamente- la histeria familiar de los atribulados Derivados Financieros. El poderoso caballero Don Dinero no es la causa del problema, sino que sufre las consecuencias de esos desalmados protestones.

Los camiones de cadáveres sin nombre que deja la hambruna en África pasan a ser un asunto sin mucha importancia comparado con las congojas de la señora Crisis Económica Mundial. Ningún mercado de commodities tendrá que ir al psiquiatra para tratarse un trauma por haber visto morir niños famélicos (¿cuáles niños?). Pero que la Standard & Poors le haya bajado la clasificación a EEUU obliga a que la matrona Economía Planetaria entre en terapia intensiva. ¡Qué humanidad