Narra un cronista del siglo XI, lo siguiente: de «Habiendo entrado peregrinos en la ciudad, persiguieron y degollaron a los sarracenos hasta el Templo de Salomón, donde hubo tal carnicería que los nuestros caminaban con sangre hasta las rodillas. Los cruzados corrían por toda la ciudad arrebatando oro y plata, caballos y mulas, haciendo pillaje en las casas que sobresalían por sus riquezas. Después felices y llorando de alegría, se fueron a adorar el sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo, considerando saldada la deuda que tenían con El»
Se calcula que los cruzados produjeron en esta primera carnicería más de 70.000 muertos y un total de 5 millones una vez culminadas todas estas piadosas cruzadas.
Estos hechos fueron apenas el inicio de una abominable cadena de crímenes que a lo largo de diez interminables siglos, han tenido que padecer los territorios conquistados por los europeos. La Conferencia de Berlín del año 1885 representa el cenit del cinismo europeo con un pacto de no agresión entre los países colonizadores, estableciéndose las normas para la ocupación de Africa, sin que los conquistadores se agredieran unos a otros. En Berlín se acuerda la adscripción del Congo a la “Asociación Africana” del rey Leopoldo II de Bélgica. Francia, Inglaterra, Portugal y Alemania así lo acordaron.
Un informe de la ONU de 1985, hace un reconocimiento al exterminio de poblaciones Namaqua y Herero al suroeste de África como uno de los primeros genocidios del siglo XX. Entre 1904 y 1907 fue exterminada por colonos alemanes una población equivalente al 80% de la población de Hereros y 50% de Managuas. La inanición y el envenenamiento de pozos fueron los métodos de exterminio.
Los ingleses por su parte, no se quedaron atrás. En los años 50, realizan la mayor masacre en África de la que se tenga noticias. Se calcula en trecientos mil (300.000) los miembros a los kikuyes (Kenia) sacrificados por las fuerzas británicas acantonadas en esa región. El libro The Untold Story of Britain’s Gulag in Kenya (La historia no contada del Gulag británico en Kenya) de Caroline Elkin, profesora de Historia de la Universidad de Oxford, hace posible que la humanidad se entere de tan monstruoso hecho. El Editor John Dolan señala que el misterio más grande del siglo XX lo constituye la impunidad de los ingleses frente a todas estas atrocidades. La explicación cruelmente sencilla es que la propia autoridad colonial británica se encargó de destruir los registros de las masacres. Dolan sentencia: “los muertos no cuentan cuentos.”
Estos relatos son apenas la punta del iceberg de una historia que hoy se repite con infinita crueldad. Alguna vez en la vida serán develados los abominables crímenes que hoy se cometen en Irak, Afganistán, Paquistán, Palestina, Libia. ¿Pagarán sus autores? Si bien las actuales generaciones de europeos son inocentes de los crímenes de sus abuelos, no es menos cierto que ellas deben conocer y reaccionar frente a la verdad de la barbarie que hoy llevan a cabo sus líderes y en los que han embaucado a sus padres y generación contemporánea. La denuncia quizás ayude a contener tanto instinto delincuencial que parecieran portar genéticamente muchos de estos líderes blancos europeos, inventores por cierto, de las más sofisticadas armas de destrucción masiva, cuya refinación y aplicación ha pasado a manos de los vecinos del norte, superando a sus ancestros, de allí la fuerza que hoy cobra el retrato genial que hiciera de ellos nuestro libertador Simón Bolívar.
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