El gobierno de Cristina no es perfecto. Hay muchas cosas que pueden no gustarle, pero le pido un momento de reflexión. ¿Recuerda en estos siglos de historia un gobierno menos malo que los de Néstor Kirchner y Cristina Fernández?

 

Hernán Brienza – Tiempo Argentino

El domingo próximo comenzarán a despejarse algunas incógnitas en el mapa político en vistas a las elecciones del 23 de octubre. Las primarias –que por falta de internas entre las fórmulas presidenciales funcionarán como una gran encuesta nacional– se convertirán en una primera vuelta virtual que servirá para: 1) poner en justa medida las especulaciones sobre el apoyo real de oficialismo y oposición, y 2) colocar al candidato mejor rankeado de la oposición en posibilidad –potencial pero no concreta- de aglutinar el voto útil en contra de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Pero también servirán para clarificar un poco más las cosas para saber qué está en juego. Y por estos días está claro que la patria –ese “suceder” como la llamaba Leopoldo Marechal– está disputándose entre una Argentina que muere y otra que bosteza –como decía Antonio Machado-.

Pero hoy, después de varias campañas electorales, luego de tanta publicidad “original” y “creativa”, de tanto afiche edulcorado que esconde con maquillaje como en el tango la crueldad de ciertos políticos, es necesario volver a recordar qué es lo que se juega, pero también es necesario operacionalizar nuevamente qué significa el modelo nacional y popular, porque de tanto repetirlo como un slogan ha perdido cierto sentido. Es decir, como diría Juan Gelman, ¿de qué se trata el juego en que andamos? La caída del llamado “Socialismo Real” y la victoria momentánea del capitalismo en su versión más brutal, que es el neoliberalismo, ha acotado los márgenes de acción de los sujetos políticos y de los Estados nacionales atravesados por múltiples intereses –globalización financiera, productiva, mediático-cultural–. La primera década del siglo XXI ha demostrado desde Latinoamérica que se pueden recuperar algunas herramientas neokeynesianas y por ahora –tan sólo por ahora– no es posible cuestionar en profundidad la forma de producción y acumulación capitalista.

Sin embargo, hay un gran margen de acción, y se trata de elegir qué tipo de capitalismo queremos los argentinos y cuál es el rol del Estado en ese sistema económico. De lo que se trata es de discutir la forma en que preferimos producir, distribuir y ahorrar los argentinos y latinoamericanos. El modelo es eso. Desde hace unos años, Argentina produce simultáneamente, por primera vez en muchos años, riquezas en los sectores agroexportador e industrial, y, además, ambos rubros se retroalimentan. Por primera vez, desde 1973, el Estado juega sus cartas intentando marcarle al empresariado las pautas de distribución dirigiendo –desde el salario mínimo, paritarias, subsidios, asignaciones, y otras herramientas– esas riquezas hacia diferentes eslabones de la cadena productiva. Y por último, el modelo es la forma en que el Estado administra los ahorros comunes de los argentinos. El actual modelo, luego de gestionar durante ocho años, ha logrado que los argentinos tengamos 50 mil millones de dólares de ahorro para sostener políticas macroeconómicas independientes del FMI, que hundió a nuestro país en 2001 y que está haciendo lo propio con Grecia, España y Portugal, y el capital financiero que está defaulteando incluso a la principal potencia del mundo.

El actual modelo construido y liderado por los Kirchner ya lleva ocho años en el poder. Muchas veces, la cotidianidad rutiniza los cambios y las mejoras. Muchas veces, el electorado olvida el pasado rápidamente –una obvia cuestión de supervivencia colectiva– y, además, la psicología individual tiene una forma particular de proteger el ego: cuando a una persona le va mal individualmente en lo económico tiende a responsabilizar al país en el que está viviendo, acusando a la crisis, al gobierno de turno, al clima, al nivel de lluvias; pero cuando la economía personal comienza a florecer, se trata de un mérito individual, ya no hay un colectivo que lo favorece, no hay políticas públicas, no hay crecimiento nacional, se trata simplemente de las virtudes individualísimas de esa persona. Esa desconcientización del impacto de lo colectivo en el orden doméstico es también una de las caras que asume lo “no político” o lo “antipolítico”.

Al modelo actual se le oponen una serie de experiencias y construcciones mediáticas que van desde el socialismo de Hermes Binner hasta el menemismo remasterizado de la estrambótica entente formada (y aventada por los medios hegemónicos) por Eduardo Duhalde, Mauricio Macri, Francisco de Narváez y Ricardo Alfonsín. Al modelo actual se lo pretende “superar” con lo nuevo, con el “futuro”, como intentan imponer los publicistas del pasado.

Porque, a ver: nadie puede decirme que Eduardo Duhalde es el futuro de los argentinos. ¿El hombre de la Maldita Policía Bonaerense puede ser el futuro para, por ejemplo, hombres del liberalismo como Juan José Sebreli o Jorge Fontevecchia? ¿El mismo que gobernó la provincia más importante durante los años en que el menemismo realizó el empobrecimiento más brutal y dejó sin trabajo a millones de argentinos puede presentarse como el emblema de “lo nuevo”? ¿El de la pesificación asimétrica que le hizo perder millones de pesos a los argentinos de a pie para favorecer a las empresas como Clarín y Techint puede ser el Mesías de la justicia social? ¿El de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán que fueron víctimas del discurso de la mano dura de los voceros del duhaldismo puede hablarnos de un mañana pacificado y reconciliado?
Por otro lado, ¿es Alfonsín el dirigente del mañana? Georg Hegel escribió alguna vez que “todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen una vez como tragedia y otra vez como farsa” (tomado de El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, de Carlos Marx). Raúl Alfonsín se enfrentó al diario Clarín durante su gobierno, Alfonsín “le Petit” (la humorada está robada al gran escritor Víctor Hugo respecto de Napoleón III) es uno de los candidatos preferidos del Grupo mediático.

Alfonsín el Grande desafió a la Sociedad Rural en un acto durante la apertura de la exposición, “le Petit” formó educadamente y dio el presente durante el, al menos desagradable, discurso de Hugo Biolcati. Alfonsín el Grande se le plantó en Estados Unidos a Ronald Reagan y le dijo unas cuantas verdades a la cara; “le Petit” quiere que Argentina sea como Uruguay o Chile –dicho esto con el inmenso respeto que le tengo a ambos países hermanos–, naciones que no superan ni la complejidad político-social ni el PBI de la provincia de Buenos Aires, por ejemplo. ¿Puede ser el futuro el partido que dilapidó la confianza de los argentinos en 2001? ¿Pueden ser la alborada aquellos que dispararon contra los que desafiaron el estado de sitio impuesto por Fernando de la Rúa, con quien “le Petit” comparte dirigentes además de publicistas? ¿Pueden ser el amanecer aquellos que diezmaron las reservas del Banco Central a menos de 10 mil millones de dólares con una política económica espantosa liderada nada más y nada menos que por Domingo Cavallo?

Para ser el futuro, se parecen demasiado al pasado.

Estimado lector: el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no es un gobierno perfecto. Hay muchas cosas que pueden no gustarle, con las que usted puede no estar de acuerdo, contradicciones, estilos, ausencias, limitaciones, exageraciones, cosas que no se han hecho, cosas que faltan, etcétera, etcétera. Pero le pido un minuto de reflexión. Si usted compara los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández –en cuanto a racionalidad política macroeconómica, gestión administrativa, inclusión social y crecimiento colectivo– con un gobierno utópico e inexistente; claro, son muchas las cosas que faltan. Pero la utopía no existe. Quiero hacerle una pregunta, y no hace falta que me la responda en voz alta, pero respóndala con honestidad intelectual. Abstráigase de las campañas electorales y las operaciones de prensa de Clarín, La Nación y allegados: ¿Recuerda en estos dos siglos de historia un gobierno mejor que los de Néstor Kirchner y Cristina Fernández? Es más, le voy a dar changüí, porque usted es un hombre piolón piolón que desconfía de la política y de los políticos porque se las sabe todas: ¿Recuerda en estos dos siglos de historia un gobierno menos malo que los de Néstor Kirchner y Cristina Fernández?

Fuente: http://tiempo.elargentino.com/notas/¿que-hay-de-nuevo-viejo