Alberto Costas
No termino de salir de la sorpresa al leer un artículo de opinión del portal aporrea.org referido al desempeño de un ministro del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Por mi larga carrera profesional se perfectamente que los colaboradores de los presidentes acercan propuestas y proyectos para su evaluación y aprobación a los presidentes. En general, un presidente, como todo ser humano, es más lo que no sabe, que lo que sabe.
El conocimiento acumulado por la humanidad (aunque privatizado por el capitalismo global) es tan vasto que no hay ser humano, por más leído que sea, que acumule información, conocimientos y saberes de manera de comprender todas aquellas propuestas que le acerquen sus colaboradores más cercanos, que en general están asesorados por otros.
Este hecho es particularmente visualizado cuando un presidente formado en ciencias sociales (derecho, economía, política, etc.) se enfrenta a problemas que deben ser resueltos desde el punto de vista “técnico” aunque, como bien sabemos, los problemas sociales de resolución técnica o tecnológica siempre debe estar subordinados a decisiones políticas, y los denominados cuadros técnicos de un gobierno son en realidad cuadros políticos en funciones técnicas.
En Argentina, su ministro de ciencia y tecnología resolvió recurrir a las universidades de ciencias sociales para solicitarles un diagnostico de lo que él llamo “concepto difuso” refiriéndose a la “sociedad” o sea, al Pueblo.
En un evento organizado en la Biblioteca Nacional y frente a su director, el político y sociólogo Horacio Gonzalez, quien debió haber caído de su silla cuando el ministro Lino Barañao explicó que “sería poco serio decir que se quiere acercar la ciencia y la tecnología a la sociedad cuando no se sabe bien a que nos referimos cuando hablamos de sociedad».
La tentación de los presidentes que no están acostumbrados a los métodos de investigación científica, no conocen de la carrera de los científicos y que además eligen a uno de ellos como ministro de ciencia y tecnología es pensar que aportando recursos económicos y repatriando investigadores “fugados” e incrementando su número, se acortará el camino para que los beneficios derivados de la investigación científica y tecnológica nacional produzcan mejoras en la calidad de vida de las personas magicamente.
Esto es verdad, si los recursos son aplicados de manera inteligente, pertinente y con un fuerte contenido político y social al momento de tomar decisiones sobre que hacer con el conocimiento, salvo que se entienda que se trata de repartir gratuitamente o en cómodas cuotas, netbooks, notbooks, LCDs, celulares, blackberrys o iphones, o, y esto es lo peor, hacer megaferias de tecnologías (TECNOPOLIS) con aires de glamour tecnológico dirigido a las clases medias modernosas.
La ciencia y la tecnología o son sociales o son instrumentos de los intereses de los poderosos que utilizan a las ciencias duras como armas de control y dominación de los compatriotas más pobres a los que el ministro Barañao llama “difusos”.