Alberto Carlos Llamas

 

El justamente repudiado y vilipendiado capitalismo salvaje o neoliberalismo, criticado por los gobiernos progresistas y revolucionarios de la región, es utilizado por ellos mismos para permitir que las industrias transnacionales de farmoquímica, biotecnología, editoriales, discográficas, entretenimiento, software, nanotecnología, automotrices, agro-industrias y demás ramas de actividad acumulen ganancias a escala mundial.

La propiedad intelectual en sus dos vertientes: la propiedad industrial (marcas, patentes y diseños industriales) y el derecho de autor y conexos, es una de las patas de la mesa que el capitalismo pone a sus comensales para deglutir los ingresos familiares de los miles de millones de seres humanos que habitan el planeta.

Los precios exorbitantes de productos esenciales para la vida de las personas quedan remarcados así mediante estos mecanismos de inflación legales (las patentes, las marcas y los derechos de autor) que se han incorporado a la jurisprudencia de las leyes nacionales de todos los países que adscriben a la Organización Mundial del Comercio.

Cualquier marca de shampoó, pastas, arroz, tomates en lata, mayonesa, agua mineral, dentífrico, leche, jabón, carnes, medicamentos, alimentos para niños, ropa, zapatos, música, libros, videos, todo está impregnado por un registro de propiedad intelectual de transnacionales que depredan los salarios de los trabajadores e ingresos ciudadanos que los Estados redestribuyen entre su población.

Los bienes protegidos por propiedad industrial son monopolizados por los pulpos globales que transitan los registros de patentes amparados por acuerdos internacionales: un verdadero super-cartel mundial que extrae fabulosos plusvalores a expensas de las sociedades.

Los libros y las producciones audiovisuales están sometidas a mecanismos de incrementos de precios mediante las leyes de copyright que le asigna no más de un 10 % a sus autores, pero transfiere el resto a las empresas y sociedades privadas de gestión colectiva dominadas por las propias empresas discográficas y editoras que suman a unos pocos para hacer creer a la sociedad que sus reivindicaciones son masivas y justas, aunque defiendan los intereses de sus patrones estadounidenses.

Mientras tanto los gobiernos hacen esfuerzos por transformar la realidad de sus países sin transforman este mecanismo ficticio de inflación y acumulación que acosa a los “consumidores” del gran “mercado” mundial e interfiere en la evolución social al crear una dependencia cultural invisible de alcances aún insospechados.