Soledad Arréguez Manozzo
Página12

“No hay educación liberadora sin superar la división social del trabajo. El currículum fragmentado, los métodos memorísticos, la evaluación punitiva no son autónomos. La enajenación del trabajo se reproduce en la escuela”, asegura Carlos Lanz Rodríguez, especialista en Educación Básica y Superior del Ministerio de Educación de Venezuela. En su paso por Buenos Aires participó de las jornadas sobre movimientos pedagógicos emancipadores en América latina, que organizó el Centro Cultural de la Cooperación (ver recuadro). Con un proyecto colectivo de movimientos sociales y con la sanción de la Ley Orgánica de Educación (LOE), en 2009, el gobierno de Hugo Chávez puso en marcha la transformación de la escuela tradicional: propone una educación reflexiva, con procesos integrales, sin evaluación punitiva, con prácticas comunitarias y una fuerte identidad cultural. “Estoy convencido de que el cambio educativo no se decreta ni se da por un accionar administrativo del ministerio. Es un proceso complejo de confrontación, de lucha ideológica”, sostiene, en una entrevista con Página/12.

–Los movimientos pedagógicos participaron de la Constituyente Educativa en 1999-2001. ¿Qué permitió la discusión del modelo anterior?

–Permitió establecer los aspectos propositivos del proyecto educativo nacional. Los rasgos de la escuela que teníamos la caracterizaban por la no pertenencia sociocultural del aprendizaje, la separación entre escuela y comunidad, una formación libresca, memorística y repetitiva en lo pedagógico. Desde el Movimiento Pedagógico Revolucionario siempre confrontamos con el enfoque de la pedagogía tradicional que se basa en memorizar, reproducir, repetir contenidos que muchas veces son extraños o poco pertinentes para los procesos emancipatorios. Estamos inspirados en corrientes pedagógicas críticas donde hay aportes diversos, por ejemplo, de la línea de Simón Rodríguez (el educador venezolano que fue maestro de Simón Bolívar) para asumir una postura crítica al currículum tecnocrático en todas sus manifestaciones.

–¿Cuál es el modelo de escuela que quieren consolidar?

–Tiene que estar vinculada con la vida, con la libertad, el juego, la naturaleza, el trabajo, los principios fundamentales de la pedagogía rodrigueana. Con un currículum integral, abierto, contextual, flexible y con una formación docente distinta a la del enfoque tradicional de la pedagogía repetidora, memorística o transmisora. Hablamos de aula libre, abierta, sin fronteras. Hay que quitarle la cerca a la escuela e integrarla a la práctica comunitaria. Nosotros entendemos la escuela como el centro del quehacer comunitario.

–¿Y los docentes?

–Estamos formando al docente que se requiere para este proceso de cambio. La educación liberadora necesita un docente investigador, reflexivo, crítico, con compromiso socio-político. Esto nos conduce a plantear reformas en los centros de formación y la capacitación del docente en ejercicio. La escuela también tenía que pasar por un proceso nuevo de gerencia, de gestión, basado en una integración con la comunidad y de participación. Nos planteamos también un nuevo directivo: la supervisión no punitiva de procesos de animación cultural y de acompañamiento.

–¿Como se traduce esta pedagogía en la práctica diaria?

–Las didácticas y estrategias metodológicas también fueron replanteadas en profundidad. Proponemos una didáctica investigativa: el niño a través de sus recursos mediado por el docente descubre conocimientos, los afianza y hay un placer de realización personal.

–En este modelo contextual y flexible, ¿cómo se aborda la evaluación?

–La evaluación es cualitativa, toma en cuenta globalmente todos los procesos de aprendizaje. Planteamos casi eliminar las pruebas…

–Esto implicaría una revisión total del modelo escolar.

–Lo hemos planteado y hemos alcanzado algunas metas en esa dirección. Siempre, en la pedagogía tradicional, están la métrica, la cuantificación, los elementos definitorios en números, nunca se ve el proceso integral, no se ven los aprendizajes globalmente. Al cambiar de paradigma, la evaluación entra en crisis.

–Sin notas, ¿cómo certifican el año de estudio?

–Proponemos una forma de evaluación donde se registran los conocimientos adquiridos descriptivamente. No se coloca una nota. Es una evaluación comprensiva, correctiva, no dirigida a la exclusión. Esto implica una concepción de la educación como continuo, permanencia, proceso y con elementos cualitativos. Planteamos que el modelo matemático de evaluación tiene limitaciones, el debate está en la dictadura de la métrica y la cuantimanía. No se desprecia la matemática como ciencia sino más bien la dictadura y hegemonía de la métrica en los procesos pedagógicos.

–¿Cuál es su postura sobre las tecnologías de la información y la comunicación?

–Hay que hacer una lectura crítica, con cuidado, del empleo de los diferentes medios electrónicos y los aportes de la tecnología. Si se aplica mecánicamente, uno tiende a reproducir nuevos mecanismos enajenantes: la máquina se convierte en el elemento que te separa y eso lo estamos discutiendo ahora con los informáticos.

–¿Cuál es la relación de la escuela con la comunidad?

–La educación liberadora tiene que responder a las necesidades del entorno. Entonces, el docente no puede encerrarse en el aula, tiene que conocer al alumno, su realidad. Las escuelas muchas veces no toman en cuenta las características de la región y el calendario productivo. Donde hay cultivo de café de octubre a diciembre las escuelas están abandonadas, porque los niños se van con sus padres a recoger el café. Si uno no lo tiene en cuenta, genera exclusión, deserción, problemas de rendimiento de todo tipo.

–¿Hubo resultados en estos dos años?

–Es desigual, porque en una misma escuela puede haber relación de fuerza asimétrica. El cambio educativo no se decreta o se hace por una acción del ministerio, es un proceso complejo.