Néstor Aguirre (*)
Al encabezar el acto de inauguración del edificio anexo del Instituto Leloir, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner expresó que: «Estamos logrando repatriar a nuestros científicos», distinguiendo a científicos argentinos con los premios Houssay y Rebeca Gerschman 2010.
En ese sentido, la mandataria expresó: «Hemos revalorizado la ciencia con recursos. El Estado tiene que asignar recursos a un sector que es fundamental para el desarrollo y el crecimiento del país».
La presidenta de Argentina afirmó también que «La ciencia se veía como algo lejano, como algo que no tenía que ver con la vida de las personas. Yo creo que nosotros estamos cambiando el paradigma de eso. Porque hemos comenzado a vincular a la ciencia con el crecimiento económico y con el desarrollo de la industria en nuestro país.
Hasta aquí creemos que nadie podría estar en desacuerdo en la denominada “repatriación” de científicos –como contraposición a la “fuga de cerebros”: un argentino que habiendo estudiado en una universidad pública financiada con impuestos que pagan toda la sociedad es tentado por centros de investigación de países centrales y emigra para desarrollar ciencia y tecnología extranjera comercializada por transnacionales farmacéuticas, biotecnológicas, alimenticias, etc.
El país forma profesionales (escuela primaria, secundaria, universidad y centros de investigación) y estos conocimientos acumulados son transferidos luego gratuitamente a los monopolios de investigación que trabajan para grandes empresas.
Pero Cristina expresó luego: «Tenemos que generar muchos científicos que generen muchas patentes porque eso es valor agregado para nuestro país».
Esta afirmación realizada por la mandataria argentina es de una dudosa veracidad y ha sido puesta en tela de juicio por investigadores y especialistas como el prestigioso Noam Chomsky o Joseph Stiglitz, uno de los preferidos por la presidenta. En principio, el conocimiento no se traduce necesariamente en patentes y no todas las patentes generan innovación, de hecho, solo el 5% de las patentes del mundo conllevan un conocimiento que pueda denominarse “nuevo” para la doctrina de la propiedad industrial
En este sentido, Joseph Stiglitz mencionó en una de sus tantas críticas al sistema de patentes:
«muchos consideran que los monopolios de patentes impulsan la innovación, pero en realidad dificultan el avance de la ciencia y la creación», y añade, «la persona que adquiere la patente sobre una idea obtiene un monopolio de largo plazo, creándose así una brecha entre los beneficios privados y los beneficios sociales«.
La presidenta sin dudas, no posee la suficiente información para llegar a las mismas conclusiones del Premio Nobel de Economía, ni tiene porque poseerla, pero su afirmación es opuesta a la realidad, al menos a la realidad relatada por el neoliberalismo.
Las patentes crean monopolios, por lo tanto, la alternativa no es patentar el conocimiento nacional de los científicos y tecnólogos sino crear un nuevo sistema colaborativo de gestión de conocimientos que potencie la generación de nuevos conocimientos aplicados a las materias primas con las que cuenta el país.
Es sabido, a partir de investigaciones realizadas en los últimos años, que las patentes –como bien señala Stiglitz- crean monopolios aunque, en apariencia, se visualicen como instrumentos de impulso a la innovación tecnológica. Las patentes generan una exclusividad (monopolio) por parte de quien solicita la protección privada de un supuesto conocimiento que crea productos, aparatos o procedimientos y que aumentan los precios artificialmente sin agregar valor real.
Asimismo, como la posesión de la ciencia y tecnología generada en el mundo están apropiadas mediante patentes por los países más desarrollados este sistema de protección favorece a estos países. La trampa de las patentes para quienes no poseen toda la información, es creer que cuantas más se desarrollen más valor agregado se puede obtener de materias primas no industrializadas.
En Argentina el 80% de las patentes solicitadas en la oficina nacional provienen de científicos de Estados Unidos, Unión Europea, Japón o Canadá, para una presentación anual promedio de 6000 patentes anuales. Estas cifras contundentes muestran a las claras que las patentes lejos de ayudar a la investigación y crear valor agregado para nuestro país o cualquier otro de mediana industrialización, solo generan una situación de importación de tecnología-conocimiento porque las patentes tienen el efecto de impedir que el uso del conocimiento sea aplicado a la tecnología nacional pues las patentes frenan el desarrollo del conocimiento científico local.
Este impedimento jurídico y estructural de países con mercados pequeños y medianos fue impuesto y profundizado por el tristemente célebre pero actual Acuerdo sobre Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC).
Los cientos de millones de dólares que se están invirtiendo en ciencia y tecnología no debieran terminar en investigaciones patentables, sino en soluciones creativas y concretas para a los de problemas concretos del pueblo, al mismo tiempo que debieran utilizarse para desactivar los mecanismos de dominación de la ciencia y tecnología que aún hoy colonizan los centros de investigación argentinos.
Si se está en contra de los monopolios de la comunicación (Clarín, La Nación, etc.) ¿porque estar a favor de los monopolios de las patentes?
«Estamos apostando desde el Estado a que el sector de la ciencia y tecnología se multiplique y crezca cada vez más. Necesitamos imperiosamente aumentar la cantidad de científicos y técnicos porque la demanda es cada vez mayor», sostuvo Cristina.
(*) Ingeniero en Alimentos