Pensar
«El avión secuestrado con 6 dirigentes guerrilleros argentinos cruza la los Andes y llega a Chile (…) Allende no vaciló en darles asilo y gestionar su viaje a Cuba donde tampoco Fidel vaciló»
15 de agosto de 1972 se fugaron del penal de Trelew, ubicado en el sur de la Patagonia argentina, veinticinco guerrilleros encarcelados por la dictadura de Lanusse. Todos ellos llegan al aeropuerto de esa ciudad austral pero seis solamente, altos dirigentes de tres organizaciones guerrilleras (ERP, FAR y Montoneros), logran subir a un avión previamente secuestrado por un comando guerrillero de apoyo. Los otros diecinueve son recapturados y unos días después, el 22 de agosto, son alevosamente asesinados por la dictatura en lo que se conoce como la «masacre de Trelew».
El avión con los seis dirigentes guerrilleros cruza la Cordillera de los Andes y llega a Chile donde gobernaba Salvador Allende.
Demás está decir el tremendo problema político que significó para el gobierno de Allende -acosado ferozmente por el imperialismo yanqui y la derecha golpista- la situación generada por los fugados. Esa sí era una verdadera «papa caliente»: nada menos que media docena de jefes guerrilleros -no meros periodistas o refugiados- habían entrado ilegalmente al país y eran reclamados por la dictadura argentina. Sin embargo, fiel como siempre a su ética revolucionaria y rechazando de plano las «razones de estado» y las recomendaciones de «prudencia» que le hacían algunos de sus principales asesores, el camarada Allende no vaciló en darles asilo y gestionar su posterior viaje a la Cuba revolucionaria donde tampoco Fidel vaciló en recibirlos. Anteriormente Salvador Allende, antes de ser presidente, ya había demostrado su consecuencia ayudando a tres sobrevivientes de la guerrilla del Che.
¡Qué distinta la actitud que viene teniendo Chávez con la seguidilla de entrega de compañeros del ELN y de las FARC al genocida Santos, su «nuevo mejor amigo»!!! La entereza mostrada por Allende cuando la fuga de los guerrilleros argentinos muestra tal contraste con la conducta de Chávez que deja al descubierto la existencia de una brecha terrible, irreparable, entre el chavismo y el propio Chávez.
El chavismo es ese sentimiento poderoso y bello, esa visión de mundo radical, subversiva y popular que las grandes mayorías oprimidas y olvidadas venían construyendo incluso antes que Chávez apareciera en la escena pública, es esa potencia que se expresó en el caracazo y que Chávez, paradójicamente, logró representar y liderar a partir de febrero de 1992. La gravedad de la entrega de Joaquín Pérez Becerra proviene de que constituye una TRAICIÓN alevosa a ese sentimiento y es bueno tener claro -y no olvidarlo nunca- que esa traición fue cometida por el oficialismo boliburgués del cual Chávez hoy por hoy es cabeza y pieza fundamental.
Es obligado entonces preguntarse: ¿qué está pasando?
Veamos:
La llegada de Chávez al gobierno se inscribe en un proceso abierto en toda latinoamérica por el fracaso y crisis del neoliberalismo. Las luchas populares, indígenas y también de las capas medias, permiten la asunción de varios gobiernos llamados «progresistas» entre los que se cuenta el de Chávez en nuestra Venezuela. Sin embargo, más allá de las esperanzas e ilusiones de la izquierda, el capitalismo en todos esos países siguió su curso a paso de vencedor. En otras palabras, el rol histórico que vienen cumpliendo los gobiernos progresistas es permitir que el capitalismo supere su fracaso neoliberal y se recomponga asumiendo nuevas formas políticas e institucionales, más inclusivas y participativas. Ello, por supuesto, redundó en mejoras sustanciales en la calidad de vida de amplias mayorías como resultado directo de la tremenda potencialidad de lucha desarrollada por los pueblos. Sin embargo, a menos que los pueblos digan algo distinto (radicalizando sus luchas desde una perspectiva autónoma), estos gobiernos progresistas seguirán trabajando para el capitalismo. Esa es su contradicción: por un lado amplían la participación popular (aunque siempre intentando controlarla, cooptarla…), por otro rescatan y profundizan el capitalismo.
A nivel internacional estos gobiernos progresistas (aunque no sólo ellos) ven la necesidad estratégica de oponerse al imperialismo norteamericano en algunos aspectos, no tanto desde una perspectiva popular e indígena, que sería radical y hasta las últimas consecuencias, si no más bien desde los intereses de esas burguesías dizque nacionales y de las visiones corporativas de sus fuerzas armadas. Esto explica, entre otras cosas, la serie de alianzas estratégicas emprendidas con China y Rusia que son la base para nuevos negocios capitalistas y la insistencia con que aparece en el discurso de Chávez el concepto de «pluri-polaridad», útil para justificar en el plano ideológico estas alianzas. Por otro lado, se construyen espacios como UNASUR que, tras la bandera de integración latinoamericana levantada históricamente por la izquierda, incluye a gobiernos tan pro-yanquis y capitalistas como el colombiano y desarrolla un modelo de «defensa continental» basado en esquemas similares a los de la OTAN… ¿Quien entiende eso…?
Ahora bien, uno de los hechos claves que explican estas contradicciones es la capacidad que tuvieron todos estos gobiernos progresistas para utilizar los sentimientos nacionalistas y sobre todo de apropiarse DISCURSIVAMENTE de las banderas históricas de la izquierda y los pueblos. Tan grande fue la capacidad de esa narrativa, que aún hoy, a pesar de todas las evidencias que muestran el verdadero carácter capitalista de este gobierno boliburgués, el chavismo todavía cree en Chávez y lo justifica en sus errores, autoritarismos y traiciones. Pero los hechos son duros. En el caso de Venezuela, detrás del discurso del «socialismo del siglo XXI», el capitalismo más corrupto y rentista continúa su marcha impasible e incluso nace y se fortalece una nueva fracción burguesa que controla las principales instituciones estatales y estructuras políticas (incluido el PSUV, con el paradigmático boliburgués Diosdado Cabello como uno de sus principales dirigentes). Entonces, dentro de este contexto: ¿puede sorprendernos la alianza de Chávez con Santos, tan necesaria y útil para los intereses empresariales pero fatal para los pueblos de ambos lados de la frontera?
¿Puede sorprendernos la saña con que el gobierno de Chávez trató al dirigente yukpa Sabino Romero a quien intentó dejarlo preso poniéndole nada menos que SIETE abogados en contra? Los intereses del gobierno están, qué duda cabe, de lado de la extracción del carbón tan necesario para sus negocios capitalistas y no con los pueblos indígenas.
¿Puede sorprendernos que el gobierno de Chávez cuando actuó de mediador entre la Mitsubishi y los trabajadores haya favorecido a esta multinacional, la misma que mandó a matar a dos dirigentes sindicales que peleaban por sus derechos? ¿Puede sorprendernos que le haya entregado tremenda riqueza de la franja petrolífera del Orinoco precisamente a una de las transnacionales más feroces y dañinas con el medioambiente como es la Chevron…? ¿Son estas medidas anticapitalistas…?
Abramos los ojos: El gobierno de Chávez es capitalista, el chavismo en cambio es pueblo luchando por una sociedad que niega y supera al capitalismo. Ha llegado quizá un momento histórico de maduración y crecimiento donde el pueblo chavista debe comenzar a caminar solo, sostenido en sus propias organizaciones y sus propios liderazgos (colectivos en lo posible) y superar con decisión la alienación que siempre conlleva una representación o un liderazgo, más aún si éste claramente tiene objetivos y amistades que no son los nuestros. Hecho esto, dejará de llamarse «chavismo» pues será simplemente poder popular (autónomo, como debe ser). Y para los que aún creen que esta revolución no sería nada sin Chávez les conviene mejor preguntarse lo contrario: ¿qué habría sido de Chávez sin el chavismo…?
Y para terminar, ahora que arrecia la ofensiva norteamericana con las sanciones contra PDVSA, imaginemos quiénes, en el escenario de una posible invasión, estarán de nuestro lado: si el «mejor nuevo amigo» de Chávez o las guerillas de las FARC y el ELN que, más allá de las válidas críticas que se le puedan hacer a sus visiones políticas o estratégicas, vienen enfrentando a los yanquis y a los paramilitares con las armas en la mano desde ya varias décadas.
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