Tatiana Carcelén
Ciberterrorismo es una palabra muy extraña que no cabría en la mente de la mayoría de personas que tienen sentido común, pero, aunque usted no lo crea, es una de los nuevos términos agregados al diccionario gracias al aporte de la paranoia estadounidense (intensificada a partir de la publicación de los cables de Wikileaks), que a pretexto de la “inseguridad” (igual al vecinito de Carondelet) lanzó el pasado 16 de mayo su «Estrategia Internacional para el Ciberespacio» o también llamada «Libro Blanco», que consta de 50 páginas en las que se determinan una serie de líneas para perseguir a quienes cometan delitos en red o atenten contra la seguridad nacional.
“Podemos trabajar juntos para alcanzar el potencial para mayor prosperidad y seguridad, o podemos sucumbir a los intereses reducidos y los miedos indebidos que limitan el progreso. La ciberseguridad no es un fin en sí mismo: es una obligación que nuestros gobiernos y sociedades debemos tomar voluntariamente, para asegurar que la innovación continúe floreciendo, conduciendo los mercados y mejorando las vidas. Dado que los retos de crimen y agresión fuera de línea han logrado introducirse en el mundo digital, los confrontaremos de forma consistente con los valores que defendemos: libertad de expresión y asociación, privacidad, y el libre flujo de información”, expresa Obama en un comunicado presentado el día de la presentación del libro.
Dicha estrategia es un proyecto impulsado por la Casa Blanca con la finalidad de “impedir que los hackers, sigan cometiendo delitos a nivel mundial”, pero ¿qué tan buena es esta intención? Barack Obama, también conocido como el presidente del internet (por la agresiva campaña realizada en internet que lo llevó a la victoria), sabe sobre las dimensiones de este espacio, razón por la que ve conveniente mantener el control también allí.
Es por esto que en octubre del 2009 crea el cibercomando en el pentágono, y se coloca en el 2010 al Gral. Keith Alexander, jefe de la Agencia de Seguridad Nacional para comandarlo y a Howard Schmidt, quien se encargaba de la seguridad de microsoft. Se invirtió una gran cantidad de recursos técnicos, humanos y económicos para realizar esta acción, pues a la actualidad este grupo cuenta con una plantilla de aproximadamente 90.000 personas en un computador, cada uno para “contrarrestar los ataques de las redes enemigas”, destinando hasta el año anterior 90.000 millones de dólares.
Pero esta ciberguerra emprendida contra todos los activistas se está adoptando como política estatal en los diferentes países, como por ejemplo en Rusia, donde las autoridades han invertido cerca de 300 millones de dólares para cubrir los gastos que implican tener todo un ejército humano que se encuentre las 24 horas del día siguiendo los foros web, los blog y las redes sociales para silenciar a quien vierta opiniones en contra del régimen. De igual forma sucedió en agosto del 2008, cuando usando varias herramientas informáticas se dio de baja del ciberespacio durante un buen periodo a Voltairenet (Red de Prensa NO Alineados) por haber denunciado las relaciones del entonces presidente Sarkozy con la CIA, además de la detención de uno de sus colaboradores en Berlín; y sin contar con los innumerables ataques a Kaosenlared de España, que en la actualidad se encuentra en peligro de ser eliminada por un decreto presidencial acusándola de “terrorismo en la red”.
En resumen, este famoso librito no es más que la legalización de una política clara del sistema capitalista de persecución a intelectuales, profesionales, estudiantes, trabajadores, ecologistas y demás activistas que han visto en estos espacios, medios de comunicación alternativa donde difundir sus ideas, atacándolos usando el termino de “ciberseguridad”, para continuar con la ofensiva en una ciberguerra y una criminalización del combate en red, que incluso tiene las intenciones de salir del espacio virtual al espacio físico, para responder hostilmente a cualquier amenaza en línea contra el país, “reservándose el uso de todos los medios necesarios”, lo cual deja muy en claro el verdadero objetivo de esta estrategia, ya que si su verdadero interés fuera garantizar la seguridad de los usuarios no permitirían que los dueños de las grandes redes sociales (incluido el e-mail), que poseen información de los millones de usuarios de internet, la vendan al mejor postor, que en este caso viene a ser el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos.