En la perspectiva de revolución socialista, lucha armada o electoral son métodos. En tanto tales deberían ser asumidos como tácticas, determinadas por circunstancias y posibilidades, que bien pueden transformarse en su contrario según el desarrollo de los acontecimientos. Pero en un período histórico acotado, concebidos como estrategias, esos métodos difícilmente pueden coexistir y al cabo uno habrá de resumirse en el otro o acabarán chocando de frente.
Dos casos recientes, resonantes en el ámbito militante internacional, corporizan de manera dramática esta dinámica de colisión. Se trata de la detención en Venezuela e inmediata deportación a Colombia de Joaquiín Pérez Becerra, seguida un mes después de la detención de Guillermo Torres Cueter (alias Julián Conrado), cuya eventual deportación está en trámite al momento de redactar estas líneas. El primero es director de una agencia de noticias con sede en Estocolmo, próxima a las Farc; el segundo, un comandante de esa organización, conocido además en su ámbito como cantautor.
A propósito de este segundo caso, un grupo de intelectuales emitió el pronunciamiento crítico. Antes de otra consideración hay que decir que esta carta implica una injusticia contra Hugo Chávez y sus esfuerzos por contribuir con la difícil situación del pueblo y los revolucionarios colombianos. Pero omitiremos ese aspecto aquí.
El más notorio de los firmantes es István Meszaros. Es un hombre culto y consecuente. Ha investigado y compilado ideas de gran valor para los revolucionarios. Ha sostenido posiciones en tiempos de pleamar. Ha pasado la difícil prueba de ser secretario de Lukacs y de enseñar en universidades británicas. Pena que todo eso haya desembocado, como desde la lógica formal podría presumirse, en un salto mortal hacia el idealismo cuando afrontó la exigencia de analizar una revolución viva en un momento crucial.
Los corresponsales transformaron un hecho ciertamente penoso en argumento para descargar un juicio lapidario contra una revolución viviente, que brega en el torbellino de la transición en situación sin precedentes. Lo hicieron al margen de toda consideración sobre el cuadro en el que la decisión de Chávez fue tomada. El ariete argumental esta afirmado en principios y símbolos. Pero ni aquéllos ni estos son suficientes (a menudo siquiera son válidos) cuando se trata de dar respuesta a una necesidad planteada en el fragor de una revolución. Como se verá enseguida, nada hay de maquiavelismo ni realpolik en esta afirmación.
Es para otra oportunidad analizar la abrupta mudanza de Meszaros, quien pasó de paladín premiado de la Revolución Bolivariana a puntero en la denuncia de una supuesta contrarrevolución en Venezuela. Asombra que un hombre de su formación no haya detectado y denunciado previamente los signos de una supuesta degeneración de la Revolución Bolivariana en Venezuela y defina su posición en torno a un hecho puntual. Por ahora sólo es posible afirmar con certeza que el compañero respetable ha dejado de lado, en la prueba ácida, su alegada condición marxista.
La revolución, la genuina, tan ansiada y siempre original revolución, ya no está en la hora de los símbolos. Es una actualidad arrolladora a la que todo debe amoldarse. Si principios y símbolos no logran o se niegan a hacerlo, fatalmente se ubicarán frente a ella.
Enarbolar símbolos y principios como brújula para la conducción política puede ser comprensible y aun necesario cuando está ausente la fuerza viva de la revolución. Pero cuando ésta irrumpe, continuar con esa conducta equivale a ponerse al margen -y a menudo en contra- del flujo histórico.
Carlos Marx lo decía de otra manera (lo hemos citado infinidad de veces):
«El desarrollo del sistema de las sectas socialistas y el del verdadero movimiento obrero siempre están en relación inversa entre sí. Mientras se justifica (históricamente) la existencia de las sectas, la clase obrera no está aun madura para un movimiento histórico independiente. En cuanto alcanza su madurez, todas las sectas son esencialmente reaccionarias» (1).
La idea de que se puede conducir un combate político con alegorías lleva al desvío y de allí al desastre. Ocurre que la burguesía sabe mucho en materia de apropiación y manipulación de símbolos, como lo estamos comprobando a altísimo costo en Argentina en torno al caso Madres de Plaza de Mayo. La clase dominante sabe también burlarse de la incapacidad para la acción de quienes practican la utilización abstracta de los principios, hasta lograr que buena parte del activo político deseche cualquier noción principista, para empantanarse en el pragmatismo y el oportunismo.
Hoy la revolución viva es una realidad. No requiere frases ni gestos; exige estudio sistemático, análisis, debate, accionar organizado.
Esquemas en lugar de hechos
Es propio del pensamiento metafísico separar algunas fórmulas a las que denomina «principios» de la realidad concreta. Aquí entiéndase concreto en su sentido etimológico: con-crescere. Lo concreto no es lo pequeño e inmediatamente palpable, sino todo lo contrario: el devenir hacia la totalidad. Conocer el con crescere de un fenómeno requiere esfuerzo y aptitudes. Los principios se extraen, se moldean y convierten en tales a partir de ese conocimiento, del cual la acción organizada es inseparable.
Cuando llega la hora de una genuina revolución, al calor del combate se forjan nuevos principios y aparecen nuevos símbolos. Y quienes no pueden o no quieren dejarse tocar por el tifón de fuerzas encontradas -eso es una revolución- quedan aferrados a «principios» inhabilitados por definición para dar respuesta a la realidad.
Es previsible que habrá quien responda con sarcasmo o injuria, igualando esta proposición a la real politik, a la defensa de cualquier arbitrio, el abandono de toda conducta moral. Pero estamos hablando de materialismo histórico, de dialéctica materialista. Y no inventamos nada. El error teórico tras la postura de los firmantes de la carta de marras ya lo denunció con precisión Federico Engels en su debate con Düring, en 1877:
«Los esquemas lógicos no pueden referirse sino a formas de pensamiento; pero aquí no se trata sino de las formas del ser, del mundo externo, y el pensamiento no puede jamás obtener e inferir esas formas de sí mismo, sino sólo del mundo externo. Con lo que se invierte enteramente la situación: los principios no son el punto de partida de la investigación, sino su resultado final, y no se aplican a la naturaleza y a la historia humana, sino que se abstraen de ellas; no son la naturaleza ni el reino del hombre los que se rigen según los principios, sino que estos son correctos en la medida en que concuerdan con la naturaleza y con la historia … (la concepción del Sr. Dühring) es idealista, invierte completamente la situación y construye artificialmente el mundo real partiendo del pensamiento, de ciertos esquematismos, esquemas o categorías que existen en algún lugar antes que el mundo y desde la eternidad» (subrayado LB) (2).
No sería un exceso de suspicacia suponer que algunos de los firmantes integran las filas -acrecidas en los últimos años en el mundo académico- de quienes denuncian a Engels y lo separan de Marx. Si fuera el caso, eso daría lugar a otro debate productivo. Por mi parte, sostengo que el corpus engelsiano -y este concepto, como todo el capítulo filosófico que lo contiene- lejos de contraponerse a la teoría científica de la revolución es un puntal sin el cual el marxismo se convierte en religión o palabra vacía.
Dice la carta de los intelectuales en defensa de Julián Conrado: «Los argumentos citados por el gobierno venezolano para justificar la medida (solicitud de la Interpol, acuerdos con Bogotá, etc, son inaceptables e incluso ridículos)».
Entiéndase bien: Interpol, acuerdos con el colombiano (y el cumplimiento de la propia Constitución venezolana) son argumentos ridículos. He aquí ideas extraídas del propio pensamiento. Completo desprecio por la realidad, al punto de calificarla como «ridícula».
Hasta donde sé, los firmantes de la carta no aparecieron públicamente de manera conjunta ante el caso de Joaquiín Pérez Becerra. Por mi parte, emití inmediatamente una declaración frente a aquel hecho. Puede leerse allí:
«(Pérez Becerra) No debía ser deportado a su país de origen. No porque sea ciudadano sueco y viva en Estocolmo desde hace dos décadas. Sino porque siendo un enemigo de la oligarquía colombiana -la más orgánica y salvaje del continente- debía ser preservado de semejante circunstancia».
Tras aclarar que esa conclusión no podía ser desdibujada, subrayé que el tema no se agotaba allí y requería otro ángulo de interpretación:
«Hay en curso una revolución en América Latina. Y en consecuencia, una contrarrevolución, eficiente y extraordinariamente poderosa.
He sostenido (en ésta y otras tribunas) que en América existe de manera simbólica el partido revolucionario hemisférico; que sus dirigentes son Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales. Por eso, alenté sin demora ni vacilación la posibilidad de construir una V Internacional [es decir, agrego ahora, pasar de los símbolos a la concreción] cuando Hugo Chávez la propuso, hace ya un año y medio. La extraordinaria diversidad y complejidad de las fuerzas antisistema en la región necesita un punto de coherencia y comando unificado.
El día en que Joaquín Pérez Becerra arribaba a Caracas, comenzaban a llegar también los cancilleres de toda América Latina y el Caribe para una reunión preparatoria de la Celac (Comunidad de Estados Latino Americanos y Caribeños). El 5 de julio debe tomar cuerpo en Caracas esta organización que, por primera vez, dará lugar a una instancia regional sin la presencia de Estados Unidos. En otras palabras: es el certificado de defunción para la siniestra OEA. Una victoria sin precedentes contra el imperialismo estadounidense.
¿Es o no crucial para el difícil proceso de convergencia latinoamericana la creación de la Celac? ¿Es deseable, estratégicamente positivo, impedir su formación? ¿Quién tiene más interés en bloquear la realización de ese objetivo? ¿No era un obvio propósito de la CIA señalar a Venezuela como santuario de las Farc para abortar el encuentro fundacional de julio? ¿No calzaba como un guante a la provocación imperialista la presencia de Pérez Becerra en Caracas en ese momento?
Una dirección revolucionaria seria, responsable, no puede eludir estas cuestiones. Son, literalmente, de vida o muerte. No para un individuo, sino para millones. Estados Unidos prepara minuto a minuto una guerra de invasión contra nuestra región, como la que ha iniciado en Noráfrica y Medio Oriente con la agresión devastadora contra Libia, sumada a las que ya comanda en Irak, Afganistán y Pakistán.
Quien obre por decisión o inadvertencia contra la concreción de la Celac, está haciendo algo muy grave. Quien desestime que el Departamento de Estado mueve todos sus tentáculos para buscar resquicios y hacer estallar la obvia fragilidad de la arquitectura regional, no puede reclamar título de vanguardia. Y quien apele a la política de los hechos consumados, no puede gemir luego porque encuentra frente a sí, también, hechos consumados» (3).
Era previsible que el imperialismo y sus aparatos de espionaje y sabotaje, incluyendo al gobierno colombiano, continuarían sin cesar las provocaciones para abortar la Celac. Y que eventuales acciones como la que dio lugar al caso Pérez Becerra, en caso de repetirse tendrían el mismo resultado. En ausencia de un órgano dirigente o, como mínimo, coordinador, de las fuerzas revolucionarias, queda a la vista que la estrategia de la Revolución Bolivariana choca con la de las Farc en cuestiones tan elementales como enviar un periodista en momentos en que se realiza un encuentro internacional, o mantener cuadros clandestinos en territorio venezolano, dos ejemplos que están lejos de agotar el listado.
Chávez explicó en el caso Conrado que los órganos de seguridad del Estado recibieron la denuncia de la presencia de un irregular y actuaron sin saber de quién se trataba. Resultó ser un comandante de las Farc. Chávez agregó: «lo hemos hecho cumpliendo con nuestra obligación y seguiremos haciéndolo».
Para los firmantes de la carta, es ridículo cumplir los acuerdos con el gobierno colombiano porque es de ultraderecha; atender a Interpol es simplemente cosa de traidores. ¿Qué proponen? Nada. Sólo condenan. El silencio se explica: no podrían alcanzar acuerdo para proponer el abandono del curso llevado durante 12 años por la Revolución Bolivariana y emprender la lucha armada, que en este caso implica la guerra abierta con Colombia y Estados Unidos y el estallido irremediable de Unasur y Celac. Entonces callan. Se atienen… a «principios»: un cuadro de las Farc, aún cuando esté por su cuenta en territorio venezolano, no puede ser entregado a su gobierno, criminal y enemigo de ambos.
Bien. Pero hay otros principios en cuestión: ¿qué hacer con la estrategia hasta ahora vigente -¡y exitosa!- de la Revolución Bolivariana? ¿Chávez y el Psuv no tienen obligaciones de principio con las masas venezolanas -y con millones de luchadores en América Latina y el mundo? El cumplimiento de la Constitución y la leyes venezolanas ¿no es un principio? ¿No será un principio hacer todo lo posible para evitar el desenlace que busca Washington: una guerra entre Venezuela y Colombia, prólogo del ingreso al escenario de Estados Unidos y su aparato guerrero? ¿O tal vez no es verdad que Estados Unidos está preparando la guerra contra nuestros pueblos y tiene a Venezuela en la mira y con el dedo en el gatillo? Actuar en función de evitar ese desenlace, o más precisamente, en función de que la mayoría de la población mundial y específicamente latinoamericana entienda que el inexorable accionar violento de Estados Unidos contra América Latina es sólo y exclusivamente una acción contrarrevolucionaria unilateral… ¿no debería ser considerado un principio en este momento histórico?
Es por demás evidente que hay un choque de principios, resultante de la colisión de estrategias. El error de los compañeros firmantes es de concepción y de método: actúan en base a un pensamiento idealista y no se involucran en el análisis de la realidad concreta. No sólo yerran: se apartan del problema a resolver y se instalan en la noche metafísica, donde, como se sabe, todos los gatos son pardos.
El verdadero debate
No es sólo en Venezuela donde la Revolución se abre paso en un marco institucional y esforzándose por eludir o minimizar la violencia. Están allí también Bolivia y Ecuador, más los restantes países del Alba, entre los cuales no cabría soslayar los casos de Cuba y Nicaragua pese a su punto de partida diferente. ¿Deben o no las Farc contemplar esa realidad como factor determinante de su accionar fronteras afuera? ¿Qué pesa más a la hora de tomar una decisión en ese terreno: el rumbo adoptado por estos procesos revolucionarios (a su vez diferentes entre sí) o la lógica propia de las Farc? Desde luego está planteado también el interrogante de cómo continuará su lucha esta antigua organización, que durante décadas recibió la solidaridad de miles de revolucionarios en América Latina. Ese debate no es exclusivo de las Farc, pero parte de ellas y a ella se subordina, en lo atinente a la política interna. El hecho es que en materia internacional, hay otros protagonistas. Continuar con la política de los hechos consumados frente a ellos, no es sólo un error propio sino, como queda a la vista, fuente de conflictos de difícil resolución.
El verdadero debate es, entonces, qué estrategia de poder se adopta a escala latinoamericana. Una estrategia diferente determina diferentes principios aunque, como estos, no es ni puede ser jamás definitiva e inconmovible.
Tal como lo admite la carta en cuestión, «durante años el Presidente Hugo Chávez apeló para el reconocimiento de las Farc como fuerza revolucionaría beligerante». Los acuerdos firmados por Chávez con Santos (esos cuyos compromisos la carta califica de ridículos) han dado lugar, precisamente, a que el presidente colombiano hiciera ese reconocimiento de hecho y abriera la posibilidad de un reconocimiento de derecho, lo cual a su vez podría abrir nuevos caminos para Colombia.
No tengo razones para cambiar mis puntos de vista y mi accionar político respecto de la Revolución Bolivariana y su principal dirigente, Hugo Chávez (4). A la par, no cambiaré una práctica de muchos años de solidaridad con la militancia de las Farc que jamás implicó identificación con concepciones ni métodos.
Si las contradicciones en materia de estrategia y tácticas de acción vuelven a contraponer a esta organización con las políticas fijadas por la dirigencia de la Revolución Bolivariana (y lo mismo vale para Bolivia, Ecuador, etc), continuaré bregando por la creación de una instancia organizativa que permita elaborar y encuadrar esas diferencias, pero sin ambigüedad respecto del accionar necesario para mantener la línea de marcha trazada. Siempre habrá espacio para discutir medidas puntuales, cuya adopción requiere el conocimiento exacto de condiciones y circunstancias, por lo general al alcance sólo de los principales protagonistas. En cambio, no hay espacio para condenar aquello que, en este momento de la historia, ofrece la única posibilidad de unir a los pueblos del continente y afirmar el combate de masas contra el imperialismo y el capitalismo.
Buenos Aires, 11 de junio de 2011.
1.- Carta de Marx a Bolte; Marx-Engels, correspondencia. Ed. Cartago, pág. 260.
2.- Federico Engels, Anti-Dühring; OME/35; Crítica; pág. 36.
3.- Ver Luis Bilbao, La deportación de un militante, América XXI N° 73; mayo de 2011; (http://www.americaxxi.com.ve/notas/ver/la-deportaci-oacute-n-de-un-militante)
4.- Remito al lector a mis libros y artículos al respecto, específicamente Venezuela en Revolución – Renacimiento del Socialismo; Capital Intelectual, Buenos Aires, octubre de 2008.