“Cuando almacenamos nuevos recuerdos a largo plazo, no limitamos nuestros poderes mentales. Los fortalecemos. Con cada expansión de nuestra memoria viene una ampliación de nuestra inteligencia. La Web proporciona un suplemento conveniente para la memoria personal, pero cuando empezamos a usar internet como sustituto de la memoria personal, sin pasar por el proceso interno de consolidación, nos arriesgamos a vaciar nuestra mente”, sostiene.
El título de la obra, editada por el sello Taurus, surge de un artículo publicado por el investigador en la revista The Atlantic que instaló el debate acerca de las bondades y déficits de internet: “¿Estamos sacrificando nuestra capacidad para leer y pensar con profundidad?”, planteaba el autor en esa publicación.
“Durante los últimos años he tenido la sensación incómoda de que alguien, o algo, ha estado trasteando mi cerebro, rediseñando el circuito neuronal, reprogramando mi memoria. Mi mente no se está yendo —al menos que yo sepa— pero está cambiando”, describía el ensayista en ese texto.
Años después de escribir aquel artículo Carr –uno de los pensadores más conocidos en el campo de las nuevas tecnologías- decidió dedicarle al tema un espacio más extenso: el resultado de este abordaje más riguroso es “¿Qué está haciendo internet …”, una obra que plantea como premisa fundamental la disolución de la mente lineal.
Desde el prólogo, que lleva por título “El perro guardián y el ladrón”, el autor se propone indagar en aquel viejo concepto “Comprender los medios de comunicación: las extensiones del ser humano”, que el filósofo canadiense Marshall McLuhan acuñó allá por 1964.
“Lo que se ha olvidado en nuestra repetición de este aforismo enigmático es que McLuhan no sólo estaba reconociendo (y celebrando) el poder transformador de las nuevas tecnologías de la comunicación. También estaba emitiendo un aviso sobre la amenaza que plantea este poder, y el riesgo de no prestar atención a esta amenaza”, escribe Carr.
Sin embargo, “ni siquiera McLuhan podría haber anticipado el banquete que nos ha proporcionado internet: un plato detrás de otro, cada uno más apetecible que el anterior, sin apenas momentos para recuperar el aliento entre bocado y bocado”.
Para el autor, la disolución de la mente lineal viene precedida de otra realidad, la neuroplasticidad, es decir la idea de que el cerebro no es un órgano inmutable que se cierra definitivamente en la adultez. Y cita al psicólogo británico J.Z.
Young, para quien “el tejido nervioso parece dotado de un extraordinario grado de plasticidad”.
A propósito, Carr pone como ejemplo al filósofo alemán Friedrich Nietzsche, quien preocupado por sus problemas visuales decidió comenzar a utilizar una máquina de escribir y al cabo de un tiempo fue capaz de tipear con los ojos cerrados.
“Pero el dispositivo surtió un efecto más sutil sobre su obra. Uno de los mejores amigos de Nietzsche, el escritor y compositor Heinrich Köselitz, notó un cambio en el estilo de su escritura. La prosa de Nietzsche se había vuelto más estricta, más telegráfica. También poseía una contundencia nueva, como si la potencia de la máquina […] se transmitiera a las palabras impresas en la página”, sostiene el ensayista norteamericano.
Carr advierte sobre la transformación de sus propios hábitos de lectura tras la irrupción decisiva de internet: “No pienso de la forma que solía pensar –se lamenta-. Lo siento con mayor fuerza cuando leo. Solía ser muy fácil que me sumergiera en un libro o en un artículo largo”.
“Mi mente quedaba atrapada en los recursos de la narrativa o los giros del argumento, y pasaba horas surcando vastas extensiones de prosa. Eso ocurre pocas veces hoy. Ahora mi concentración empieza a disiparse después de una página o dos”, advierte.
A través de análisis que incluyen el aporte de especialistas en disciplinas como la Neurología y la Educación, Carr sostiene que la diaria entrega a las multitareas digitales está incidiendo en la manera de conocer de toda una generación.
En su ensayo, el autor afirma que «neurológicamente acabamos siendo lo que pensamos», una afirmación que no perfila de manera muy optimista el futuro del ser humano, dado que la red no permite razonar con la misma profundidad que un libro.
El autor postula que el cerebro, “como demuestran las evidencias científicas e históricas, cambia en respuesta a nuestras experiencias, y la tecnología que usamos para encontrar, almacenar y compartir información puede, literalmente, alterar nuestros procesos neuronales. Además, cada tecnología de la información conlleva una ética intelectual”.
Así como el libro impreso servía para centrar nuestra atención, fomentando el pensamiento profundo y creativo, internet fomenta el “picoteo rápido y distraído de pequeños fragmentos de información de muchas fuentes», según advierte Carr.