Agencias / Canal Encuentro / Matrizur.org
El fallecido expresidente Néstor Kirchner asumía hace ocho años, el 25 de mayo de 2003, la Presidencia de la Nación, en un contexto social complejo marcado por la incipiente salida de la peor crisis económica de la historia argentina, y pronunció una recordada frase: «Tengo valores y convicciones a los que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada».
Kirchner anunciaba también en esa jornada histórica la impronta transformadora que le daría a su gobierno: «Estamos dispuestos a encarar junto a la sociedad todas las reformas necesarias y para ello también utilizaremos los instrumentos que la Constitución y las leyes contemplan para construir y expresar la voluntad popular».

Kirchner había obtenido el 22% de los votos en el comicio del 23 de abril y tras la renuncia del expresidente Carlos Menem a participar de la segunda vuelta electoral, asumió la Presidencia en coincidencia con el 193er. aniversario de la Revolución de Mayo.

Aquel día, los mandatarios latinoamericanos Fidel Castro (Cuba), Hugo Chávez (Venezuela), Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Alvaro Uribe (Colombia), Alejandro Toledo (Perú) y Jorge Battle (Uruguay), acudían a Buenos Aires para presenciar la asunción.

Luego del discurso tradicional ante la Asamblea Legislativa, en un hecho que sería icónico de su falta de afección al protocolo, Kirchner se alejó del operativo de seguridad y se entremezcló con los militantes que lo habían ido a apoyar, lastimándose su frente al chocar con una cámara de TV.

«Los convocamos a inventar el futuro. Venimos desde el sur del mundo y queremos fijar, junto a todos los argentinos, prioridades nacionales y construir políticas de Estado a largo plazo, para de esa manera crear futuro y generar tranquilidad.

Sabemos adónde vamos y sabemos adónde no queremos ir o volver», decía Kirchner al comenzar su discurso en el Parlamento.

Y prosiguió: “Debe quedarnos absolutamente claro que en la República Argentina, para poder tener futuro y no repetir nuestro pasado, necesitamos enfrentar con plenitud el desafío del cambio».

«Concluye en la Argentina una forma de hacer política y un modo de gestionar el Estado. Colapsó el ciclo de anuncios grandilocuentes, grandes planes seguidos de la frustración por la ausencia de resultados y su consecuencia, la desilusión constante, la desesperanza permanente», soslayaba.

En la segunda mitad de su discurso, esbozó los lineamientos de sus futuras políticas, dedicándole párrafos especiales a temas como el de la deuda externa, que luego se materializaría con la renegociación con los bonistas y el saldo de la deuda con el FMI: «La inviabilidad de ese viejo modelo puede ser advertida hasta por los propios acreedores, que tienen que entender que sólo podrán cobrar si a la Argentina le va bien.(…) Este gobierno seguirá principios firmes de negociación con los tenedores de deuda soberana en actual situación de default y de manera inmediata, apuntando a la reducción de los montos”.

Kirchner adelantaba también medidas de contención social que luego se cristalizarían en políticas como la Asignación Universal por Hijo y los incrementos jubilatorios: «Profundizar la contención social a las familias en riesgo, garantizando subsidios al desempleo y asistencia alimentaria. Consolidando una verdadera red federal de políticas sociales integrales para que quienes se encuentran por debajo de la línea de pobreza puedan tener acceso a la educación, la salud pública y la vivienda».

En cuanto al aspecto educativo, la nueva ley nacional de Educación encontraría su anclaje también en el discurso: «La igualdad educativa es, para nosotros, un principio irrenunciable, no sólo como actitud ética sino esencialmente como responsabilidad institucional. Debemos garantizar que un chico del Norte argentino tenga la misma calidad educativa que un alumno de la Capital Federal».

El giro en la política exterior también ya era anunciado: «Partidarios en la política mundial de la multilateralidad como somos, no debe esperarse de nosotros alineamientos automáticos sino relaciones serias, maduras y racionales que respeten las dignidades que los países tienen. Nuestra prioridad en política exterior será la construcción de una América Latina políticamente estable, próspera y unida, con base en los ideales de democracia y justicia social».

«Venimos desde el Sur de la Patria, desde la tierra de la cultura malvinera y de los hielos continentales, y sostendremos inclaudicablemente nuestro reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas», concluía.

Al finalizar, afirmaría una frase que sería recordada por propios y hasta detractores, y que resumía la importancia que su gobierno daría al tema de los Derechos Humanos: «Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias. Me sumé a las luchas políticas, creyendo en valores y convicciones a los que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada».