Como en un sueño de Naomi Klein que repararía los defectos de su tesis inicial, el neoliberalismo europeo se esmera de manera particular en adaptarse a la “estrategia del shock”, pero de un shock que él mismo ha contribuido a producir.
Creíamos haber visto suficiente con la “respuesta” a la crisis (financiera privada) en forma de planes de austeridad (pública) sin precedentes. Pero la prolongación del “pacto de competitividad” nos lleva a otro viaje del que ni siquiera vemos el término. Hasta dónde puede llegar la paradoja del ensañamiento neoliberal en respuesta a la crisis neoliberal es una pregunta cuya profundidad se vuelve hoy insondable.
En este inverosímil encadenamiento –en el que una conmoción secular no lleva a ninguna revisión doctrinal sino más bien a la reafirmación extendida de lo que ha fracasado de un modo tan perfecto–, el casillero “reducción del déficit” dio lugar, lógicamente, a una de esas “deducciones” extrañas que condujeron del previsible fracaso de las políticas de austeridad a la imperiosa necesidad de constitucionalizarlas.
A pesar del bombardeo que repite ad nauseam que el rigor es una estrategia de regreso al crecimiento, y aunque nos haya valido unos cuantos episodios sabrosos, como el de la “ricuperación” (1) de Christine Lagarde, no se ve bien cómo las políticas económicas europeas –coordinadas por primera vez, pero lamentablemente para peor– podrían no producir exactamente lo contrario de lo que pretenden buscar.
Porque si algunos episodios de ajuste presupuestario obtuvieron, en el pasado, cierto éxito, era con la condición imperativa de que estuvieran acompañados por una disminución en las tasas de interés, una devaluación o un contexto de crecimiento, todas cosas con las que ya se sabe con certeza que no se contará. Sólo queda la terrible sinergia negativa que conjuga esfuerzos de restricción presupuestaria de una intensidad inédita con una extensión (toda Europa) nunca vista, lo cual promete más bien una “ricaída” [richute]. En el mejor de los casos, la reducción de los déficits tendrá lugar, pero de un modo tan lento que la velocidad de crecimiento de la deuda no sufrirá mayores modificaciones. De manera que, con un crecimiento deprimido, el ratio deuda/Producto Interno Bruto (PIB) –el objetivo último de todas estas maniobras y por ende el criterio para evaluarlas– seguirá deteriorándose.
Los gobernantes de la Zona Euro confían tanto en su propia estrategia que consideraron oportuno completar el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (European Financial Stability Facility, EFSF), destinado a gestionar el episodio crítico (Grecia, Irlanda, etc.) hasta 2013, por medio de una estructura, que sí es permanente, el Mecanismo de Estabilidad Europea (European Stability Mechanism), concebido para hacer frente colectivamente a “eventuales” futuros problemas de deudas soberanas. En este asunto, toda la dificultad política residía en convencer a Alemania de ingresar en un mecanismo de solidaridad financiera al que siempre se ha negado en nombre de un “riesgo moral”: saberse cubiertos conduciría a algunos Estados a hacer aun menos en materia de disciplina presupuestaria… Como era de prever, fue Francia la que se encargó de tener la “buena idea” capaz de brindar una contrapartida que Alemania pudiera admitir y, entonces, se cambió una estructura de solidaridad financiera por un dispositivo disciplinario prometiendo que no sería necesario utilizarlo: la constitucionalización del equilibrio de las finanzas públicas.
“Desmantelamiento por la tangente”
Esta aberración mayúscula pronto fue objeto de una de esas pantomimas de especialistas bien diseñadas para dar a las peores ideas la unción de la ciencia (o de la sabiduría), y Michel Camdessus, siempre disponible para ayudar, redactó exactamente el informe que se esperaba de él. Por lo menos, después de un largo descanso tras su partida del Fondo Monetario Internacional (FMI), ¡vuelve en plena forma! Y armado con argumentos que hacen a la felicidad del lógico. “Si no se los enfrentara firmemente, [el déficit y la deuda] pondrían en duda nuestra capacidad de preservar un régimen altamente protector de seguridad social y la libertad de nuestros representantes para determinar por sí mismos, y no bajo la presión del mercado, la política de la nación…” (2). Curiosamente, surge de estas fuertes premisas una máquina para organizar metódicamente la destrucción de la seguridad social a través del cepillado automático y para quitar toda pertinencia a la elaboración de las leyes de finanzas ya que su diseño habrá sido rigurosamente establecido por una ley orgánica (3) a la que no tendrán otra opción que adaptarse…
Seguramente muy a imagen y semejanza de la desviación generalizada de la palabra política instituida por el reinado de Nicolas Sarkozy, el informe, que aquí es la voz de su amo, pone un celo bastante perverso en proclamar los más altos valores que luego serán metódicamente traicionados por todas sus recomendaciones. En una lógica del “desmantelamiento por la tangente”, mucho más eficaz que la del asalto frontal, el neoliberalismo comprendió que era más inteligente organizar el empobrecimiento del Estado de bienestar para dejar que “se impusieran” mejor las soluciones del sector privado. Y lo cierto es que el ajuste coercitivo de los gastos sociales, con todos los recortes ciegos que conllevará, como los que ya ha experimentado la Asistencia Pública – Hospitales de París (AP-HP), no tendrá otro efecto que el de crear una demanda de servicios privados, muy rápidamente satisfecha por una oferta de igual naturaleza de la que todo el mundo se regodeará en admitir que es “mucho mejor” que la miseria pública. En todo caso, una cosa es segura: al caer la Ley de Financiamiento de la Seguridad Social bajo la autoridad de la nueva ley marco, la seguridad social entra ahora explícitamente y de pleno derecho en la órbita del desmantelamiento programado; “salvar nuestro modelo social”, dicen…
Pero la estridente ironía del informe, a menos que se diagnostique la absoluta pérdida de las facultades mentales, alcanza sin dudas el colmo en el deseo manifiesto de hacer que la política presupuestaria no dependa más de los mercados financieros, ¡cuando el dispositivo de constitucionalización no tiene otra finalidad que concederle todo!
Porque la santificación constitucional del equilibrio presupuestario es una especie de caviar del inversor: ya no hay que temer ninguna dubitación parlamentaria ni ningún interrogatorio sobre la eventual oportunidad de movilizar los presupuestos para hacer frente a alguna crisis: las cuchillas automáticas funcionarán solas. Entre paréntesis, nos preguntamos en qué se habría convertido una ley orgánica de equilibrio presupuestario votada a principios de 2007 para 2012… aparte de elegir entre la inconstitucionalidad y el hundimiento en la Gran Depresión al estilo 1929-1933. Pero el informe se regodea con el imperativo de credibilidad, que equivale a la confesión de la perfecta sumisión puesto que “credibilidad” en definitiva no significa otra cosa que… “obtener la aprobación de los inversores”. Para una emancipación, convengamos que no es lo más adecuado…
Camdessus se ha tomado cómodamente la costumbre de ir de error histórico en error histórico; sin embargo, como es cristiano, enseguida pide perdón. Ya antes se había disculpado por haber literalmente devastado la economía rusa por medio de la liberalización desenfrenada y la destrucción de todas las formas institucionales que no compartían esa lógica. Preveamos un pequeño regreso a la penitencia de aquí a algunos años, cuando se hayan demostrado los maravillosos efectos de la camisa de fuerza presupuestaria, y aunque nos asegure –admirable conclusión del informe– que el equilibrio de las finanzas públicas es “la clave de un crecimiento sostenible, en la justicia y la independencia” (4). Amén. Tres años después del desencadenamiento de una crisis que se debe en su totalidad a la liberalización general, resulta increíble esta extravagante retórica de la obstinación.
Pero habrá que creerlo, si uno no quiere quedar totalmente atónito por lo que sigue. Porque en el “cesto de las contrapartidas” también se encuentra el “pacto de competitividad” (5) que, más allá de las austeridades presupuestarias, otorga todo su vigor a la “estrategia del shock”. Como si los programas de rigor, ahora con bloqueo constitucional, aún no fueran suficientes, la Unión Europea –en este caso por iniciativa de la canciller alemana, Angela Merkel, y de Nicolas Sarkozy– consideró que finalmente se había presentado la oportunidad de un “progreso real” y que sería un error no explotarla hasta el final. Al conceder por sí misma la confesión implícita del probable fracaso de las acciones de austeridad coordinadas, la estrategia europea efectúa por anticipación un nuevo desplazamiento, que tiene la doble ventaja de profundizar un poco más el olvido del hecho generador –la crisis financiera privada– y de abrir lo más posible el campo de la gran avanzada liberal. Porque esta vez, ¡arrasará con todo!
En efecto, los gobiernos parecen darse cuenta de los perversos efectos del rigor, que destruye por sí mismo sus propias condiciones de eficacia al encoger las bases fiscales más rápido de lo que reduce los gastos. Pero, ¿cómo crecer sin la ayuda de una política de recuperación? Es en este momento preciso que la desinflación competitiva hace su gran regreso. Ya en las décadas de 1980 y 1990, ésta se había impuesto como la solución imaginaria que prometía o bien el regreso al equilibrio del mercado del trabajo aun sin crecimiento, o bien el reemplazo de éste por la sóla vía de las exportaciones, y llegaba en los hechos a una combinación de ambos. Tal vez ya se ha comprendido: en este asunto, la variable estratégica es el costo del trabajo. Es por ello que la desindexación de los salarios sobre los precios (6) y la armonización hacia arriba (es decir, hacia abajo…) de la edad de jubilación a 67 años (para reducir el porcentaje de los aportes sociales en el costo salarial completo) están incluidas; y señalemos al pasar cómo, cuando Europa logra ya sea la “coordinación”, ya sea la “armonización”, siempre es para peor…
Ahora bien, dos décadas de desinflaciones competitivas nacionales han mostrado más que sobradamente su perfecto contrasentido. En primer lugar, porque volver a equilibrar el mercado de trabajo sólo mediante la disminución de su propio “precio” –el salario– es una necedad que tiene como pequeña hipótesis implícita la ausencia de todo problema de demanda; no obstante con un 77% de tasa de utilización de la capacidad de producción (7), lo mínimo que se puede decir es que no es el caso… En segundo lugar, porque, al perseverar en el extraño gusto por las soluciones autodestructivas, Europa se imagina que nos salva transformándonos a todos en otras Alemanias competitivas, pero evidentemente sin comprender que, dado que las estrategias de competitividad-precio no son cooperativas y sólo tienen beneficios cuando permanecen unilaterales, generalizarlas equivale a anular sus efectos para todos.
La neolengua de Bruselas
Pero todo esto importa poco: lo esencial es decir “competitividad”, lo que permite atacar tanto a los salarios como a la productividad, es decir, potencialmente, a todas las condiciones –monetarias, jurídicas, convencionales, competitivas, materiales– del trabajo, y todo ello de aquí en más en un clima de constante supervisión multilateral (8) so pretexto de la “convergencia”. Por neutralizada que esté, la neolengua de los comunicados europeos ya no logra ocultar demasiado sus verdaderas intenciones, y los comentarios sobran para entender a qué casualidad se deben fragmentos de frases tales como “el costo unitario de la mano de obra será objeto de seguimiento”, “reexaminar los dispositivos de fijación de los salarios y, de ser necesario, el grado de centralización del proceso de negociación, como así también los mecanismos de indexación”, “garantizar que los acuerdos salariales en el sector público apoyen los esfuerzos de competitividad aprobados en el sector privado”, “acordar esfuerzos específicos para mejorar los sistemas de educación”, “sostenibilidad de las pensiones, la asistencia sanitaria y las prestaciones sociales”. Y, bajo sus apariencias bonachonas, estos eufemismos enrevesados no impiden que surja ante nuestros ojos un mundo que no puede ser más claro.
Las “finanzas públicas” –que permiten alcanzar el Estado de bienestar– y la “competitividad” –que afecta a todos los ámbitos de la vida salarial– fueron siempre las dos obsesiones de la regresión. En este sentido, el inocente comunicado del Eurogrupo del 11 de marzo tal vez sea el texto más agresivo que se haya visto desde hace mucho tiempo. Para enfocar los problemas ordenadamente, es el propio impasse que produce la búsqueda del “reequilibrio mediante el rigor” el que exige contemplar soluciones alternativas a corto y largo plazo. A corto plazo primero, la hipótesis del repudio de la deuda, que obviamente debe ser una las opciones a contemplar. El riesgo de explosión bancaria que derivaría de una (o varias) fallas simultáneas importantes es ciertamente real. Excepto que esta vez, con el sector bancario arruinado, se puede vislumbrar la oportunidad de meter mano mediante la nacionalización-confiscación (9), operación perfectamente indolora para las finanzas públicas (Camdessus sabrá apreciar) y, de hecho, la única en condiciones de iniciar un proceso de revisión completa de las estructuras de la banca financiera, que ya parece no preocupar a nadie.
Pero la crisis europea de las deudas soberanas plantea sobre todo la cuestión a mediano plazo de una transformación profunda de los modos de financiación de los déficits públicos, como sugiere el verdadero estatus del “problema” de las agencias de calificación.
Por más legítimo que sea el sentimiento de indignación que provocan, las agencias –cuyas decisiones de degradación bien sabemos cómo contribuyen a los frenesíes críticos de los mercados, inevitablemente seguidos de un ajuste de tuercas adicional en los programas de austeridad– no dejan de ser un problema absolutamente subalterno. Porque hablar de las agencias, implica seguir hablando en el marco de la lógica de los mercados y del financiamiento por parte de los mercados. Dado que los mercados funcionan en base a la creencia y la opinión, las agencias de calificación son criaturas necesarias (léase bien: que surgen inevitablemente). Puesto que es propio de la lógica de la división del trabajo financiero que surjan actores especializados en la producción de juicios de opinión dirigidos a una comunidad que vive constitutivamente de juicios (sobre el valor futuro de los activos). Aunque se decida cerrar a las tres “grandes” (10), no llegarán a pasar seis meses para que veamos aparecer a sus reemplazantes. Pero los veredictos de las agencias producen sus (innegables) daños sólo porque son convertidos de inmediato en movimientos polarizados por los operadores de los mercados.
La cuestión de las agencias es, pues, casi tan periférica como la de las normas contables, ya que ambas sólo adquieren sentido en la lógica de los mercados, cuando es precisamente esta lógica la que debe ser puesta en cuestión. Y estos falsos problemas se desvanecen instantáneamente cuando se contemplan otras formas de financiación pública. En efecto, este es el verdadero desafío de la actual situación, que debería haber demostrado suficientemente los atroces daños que provoca una financiación de los déficits garantizada y vigilada por los mercados como para que se contemple otra posibilidad –por ejemplo, la activación del financiamiento monetario (a través de banco central) y/o la movilización de los ahorros de los habitantes, pero a través de circuitos institucionales fuera de mercado (11)–.
La medicina del buen doctor Keynes
En cuanto a la competitividad, hay que tener realmente una lógica de anteojeras para observarla sólo desde el lado del costo salarial y nunca desde el de la tasa de cambio. Sin embargo, los alemanes deben tener una vaga idea de esto, puesto que saben perfectamente que una eventual salida del euro llevaría a una reevaluación significativa de su nuevo marco… y que la ventaja competitiva de su larga década de deflación salarial se esfumaría inmediatamente. Ahora bien, hace tiempo ya que John Maynard Keynes brindó un esquema razonado de gestión de las balanzas comerciales y de las tasas de cambio, con su proyecto de “Cámara de Compensación Internacional” (International Clearing Union, ICU). Su premisa fundamental es que los mercados financieros son constitutivamente incapaces de realizar ajustes ordenados (mala suerte, obviamente, para una época que optó por confiarles todo). Es por esa razón que, antes que los frenesíes sistemáticamente desestabilizadores de los mercados, deben preferirse procedimientos institucionales y políticos de corrección de los desequilibrios.
La ICU keynesiana proponía un elemento de financiación de los saldos deficitarios de las balanzas de pagos. Pero también brindaba mecanismos institucionales de ajuste de las tasas de cambio. A cada país se le asignaba una cuota de déficit o de superávit comercial. Una vez que superaba una cuarta parte de esa cuota, un país con déficit estaba autorizado a devaluar un 5%, e incluso más. Pero la gran innovación de la ICU consistía en hacer que los países con superávit contribuyeran directamente. Sólo el estribillo de la competitividad, mezclado con reminiscencias mercantilistas, fue capaz de convertir al excedente comercial en una virtud indiscutible. Sin embargo, muchas veces el excedente es el fruto de una estrategia no cooperativa de ventaja competitiva unilateral ejercida sobre las espaldas de los demás, como Alemania, que hace que sus socios europeos paguen su deflación salarial con su falta de crecimiento. La ICU aplica a los países con superávit un sistema de tributación progresiva, en función de umbrales de excedentes predefinidos, con el fin de desalentar su estrategia unilateral y motivarlos a una recuperación que vuelva a equilibrar su balanza y por consiguiente mejore el déficit (y el crecimiento) de sus socios.
Una moneda común en dos niveles
Habrá quien objete que ahora son los mercados los que determinan las tasas de cambio y no los ajustes dirigidos que se determinan en las oficinas gubernamentales, y que todo proyecto de devaluación suele terminar en tormenta monetaria. ¡Esta es la razón misma por la cual hay que quitarle estos ajustes al mercado! Si bien la ICU no tiene ninguna posibilidad de sustituir al mercado mundial de divisas, sí puede, en cambio, ofrecer su modelo a una Eurozona que funcionaría según el esquema de una moneda común en dos niveles (12): moneda única para las relaciones monetarias externas, pero que admita, internamente, denominaciones nacionales con paridades ya no irrevocablemente fijas, sino ajustables según mecanismos totalmente políticos e institucionales del tipo de la ICU. Digamos claramente que dicha moneda común no podría lograr por sí misma milagros de crecimiento por medio de las exportaciones: nunca hay más de 120.000 millones de dólares de superávit alemán (13) para redistribuir en toda la Eurozona… Pero al menos habría ofrecido algunos grados apreciables de libertad en el período actual, en particular al dar a los países donde comenzó la crisis europea –Grecia, Portugal e Irlanda, los tres comercialmente deficitarios (14)– la posibilidad de devaluar y encontrar nuevas formas de crecimiento capaces de hacer más sostenibles sus ratios de deuda pública (15). Por último, y por sobre todo, al cambiar profundamente la manera de pensar y de regular las competitividades relativas al interior de la Unión Europea, nos liberaría de facto del flagelo regresivo de los “pactos por el euro”.
Se dirá que todas estas pistas son como soñar despierto y que no tienen la más mínima posibilidad de ver la luz en las condiciones actuales. ¡Y es verdad! Pero, precisamente, podría suceder que las condiciones cambiaran. Se necesitarán entre doce y dieciocho meses para que quede probado lo absurdo del rigor general y para que, al ver cómo los ratios deuda/PBI siguen con su irresistible ascenso, los mercados tomen conciencia claramente de esto. Ese día, no será la pobre EFSF, aún con herramientas infladas, la que pueda reparar las fallas simultáneas a las que llevarán todas las tasas de interés desenfrenadas. Un escenario de fractura de la Zona Euro no es menos probable que en diciembre pasado. Para el bloque que se libere de las obsesiones alemanas, la página estará de nuevo en blanco, y se habrá presentado la oportunidad de reconstruir de otra manera.
Traducción: Gabriela Villalba
1 En francés “rilance”. Neologismo creado por la ministra de Finanzas de Francia, Christine Lagarde, que combina “rigueur” [“rigor”] y “relance” [“recuperación”].
2 “Réaliser l’objectif constitutionnel d’équilibre des finances publiques”, Informe del grupo de trabajo dirigido por Michel Camdessus, 21-6-10.
3 En la propuesta de Camdessus, la Ley Marco de Programación de las Finanzas Públicas (LMPFP) francesa, que recibe el rango de ley orgánica en la Constitución, prevalecería por sobre las leyes de finanzas simples y les fijaría su objetivo imperativo de equilibrio para un plazo determinado.
4 “Réaliser l’objectif constitutionnel…”, op. cit.
5 En la cumbre del Eurogrupo del 11 de marzo se presentó una versión apenas suavizada, con el nombre de “Pacto para el euro”.
6 En los países donde todavía existe: Portugal, Bélgica y Luxemburgo.
7 A fines de 2010. En 2007 era del 85,4% (datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos de Francia, INSEE).
8 “Conclusions des chefs d’Etat et de gouvernement de la zone euro”, Comunicado del Eurogrupo, 11-3-11.
9 Para un desarrollo un poco más detallado acerca de esta idea, expresada aquí de modo un poco rígido, véase “Sauver les banques: jusqu’à quand?”, La pompe à phynance, http://blog.mondediplo.net.
10 Standard&Poor’s, Moody’s y Fitch.
11 Véase Frédéric Lordon, “ Empezar la desmundialización financiera ”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, mayo de 2010.
12 Según una propuesta que también plantearon Aurélien Bernier (Désobéissons à l’Union Européenne, París, Mille et une nuits, 2011) y Jacques Sapir (La démondialisation, París, Le seuil, 2011).
13 Datos Eurostat 2009.
14 Con cuentas corrientes respectivas, en 2009, del 11%, 10,31% y 2,94% del PIB.
15 Como lo demuestran por el contrario las sucesivas degradaciones de la nota portuguesa debido al “crecimiento insuficiente”.
El autor es conomista. Autor de Adiós a las finanzas. Reconstrucción de un mundo en quiebra, ediciones Le Monde diplomatique / Capital Intelectual, Buenos Aires, abril de 2011.